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Haití y la balsa de La Medusa

medusa_gericaultArtículo publicado en Nombres Propios, (Fundación Carolina)

En el año 1816, doce años después de que Haití lograra la independencia, el imperio colonial francés volvía a sentirse amenazado, esta vez en Senegal.

En el año 1816, doce años después de que Haití lograra la independencia, el imperio colonial francés volvía a sentirse amenazado, esta vez en Senegal. Y como en anteriores ocasiones, la metrópoli, en pleno periodo de restauración, trató de hacer valer su superioridad militar y sofocar las revueltas. Se preparó una expedición de cuatro buques comandada por una antigua fragata, La Medusa, con el objetivo de recolonizar Senegal y reconstruir la capital San Luis. Por ello, en la expedición, junto a los militares, viajaban numerosos ciudadanos civiles de los más variados oficios junto con sus familias. Los sucesos que ocurrieron posteriormente, y que culminaron con el embarrancamiento de La Medusa y el drama que sufrieron los que se vieron obligados a ocupar una simple balsa de fortuna, y el impacto que esos hechos tuvieron en la opinión publica francesa, nada tienen que ver con lo sucedido en Haití varios años antes. Pero su reflejo en la magistral obra de Théodore Géricault, El naufragio de La Medusa, pintada en 1819, y la elección de un determinado enfoque para tratar de reflejar un acontecimiento tan dramático como aquel, permiten establecer ciertos paralelismos con la situación de Haití y cómo es mayoritariamente plasmada por los medios de comunicación y percibida en los países desarrollados. Es, en cualquier caso, una metáfora sobre las esperanzas en el país caribeño y sobre la urgencia de encontrar salidas a una situación que muchos quieren mostrar, a modo de cómoda profecía autocumplida, como sin ninguna salida.

Naufragio y drama de la balsa de La Medusa1

Tras abandonar las costas francesas La Medusa se adelantó al resto de las naves de la expedición debido a la arrogancia de su capitán y eso, unido a la impericia en la navegación, hizo que embarrancara en los bancales de arena cercanos a la desembocadura del río Senegal. Ante la urgencia por abandonar la embarcación se dieron cuenta de que no llevaban suficientes botes salvavidas y de que en los disponibles solo había espacio para una parte del pasaje. Los botes de salvamento fueron ocupados por los personajes acomodados y personas de más «categoría», quedando ciento cincuenta personas, un sesenta por ciento del pasaje aproximadamente, sin lugar a bordo. Se construyó apresuradamente una balsa con los materiales de La Medusa y en ella se hacinaron los pasajeros de menor fortuna y rango social. La idea era que los otros botes, mejor equipados, pudieran remolcar la balsa, pero ante la lentitud que ello conllevaba, los otros tres botes cortaron amarras y dejaron abandonada a su suerte la balsa. Comenzó así un calvario de diez días en el que ocurrieron sucesos heroicos pero también actos de desesperación, canibalismo, suicidio, muertes por hambre, sed o ahogamiento, que fueron diezmando los náufragos. El décimo día, cuando finalmente pudieron ser avistados y salvados por el bergantín Argus, tan solo quedaban quince supervivientes que habían sufrido una atroz pesadilla durante aquellos diez días.

Cuando se conocieron los acontecimientos y se confirmó que la balsa con sus ocupantes había sido abandonada conscientemente a su suerte —pues nadie esperaba que pudieran salvarse— hubo un cierto escándalo, algunos de los responsables fueron destituidos, y el hecho adquirió una gran relevancia pública y política en Francia. El enorme dramatismo de lo sucedido, la grave injusticia, la tremenda carga política, lo escabroso e impactante de aquellos hechos, no podían dejar indiferente a nadie. Es así como muchos artistas de la época trataron de abordar el tema y de reflejarlo en sus obras. Pero de todas ellas, solo se ha hecho célebre aquella que supo dar un enfoque de esperanza y de dignidad humana a hechos tan dramáticos: El naufragio de La Medusa de Théodore Géricault.

Géricault, como otros artistas, se siente fascinado por el tema, logra incluso hablar con varios de los supervivientes y reproduce en su estudio partes de la balsa tratando de lograr el mayor realismo. Realiza bocetos en los que aborda el tema desde diversos ángulos: enfatizando el carácter heroico de los náufragos y la miseria moral de los gobernantes, remarcando, en otros, el sufrimiento, el dolor y la desesperación de las víctimas incluyendo los actos de canibalismo, o reflejando los enfrentamientos entre los diversos grupos para sobrevivir. Pero finalmente, el artista valora que estos enfoques, aún siendo reales en alguna medida, deforman la realidad, dan una imagen simplificada, y en ocasiones grotesca, de la misma y no sirven para reflejar la enorme carga de humanidad que también estuvo presente en la tragedia. Por eso, finalmente, decide reflejar el anhelo de vida, la resistencia y la esperanza de los náufragos al ver en el horizonte el mástil de un barco en el que se salvarán. Frente a las muchas posibilidades de tratamiento del tema, el artista escoge aquella que sin negar el dolor, la dureza, el sufrimiento, contiene elementos de esperanza y de superación. Y es así como el cuadro ha pasado a la historia.

Lo que se nos muestra de Haití

¿Hasta qué punto pueden sernos útiles algunas reflexiones al hilo de los sucesos de la balsa de La Medusa y de la situación de Haití? Pensamos que mucho. De las muchas similitudes, metáforas y alegorías que los sucesos de La Medusa y el proceso creativo de Géricault pueden aportar para profundizar en la situación de Haití y su representación, trataremos tan solo en este artículo lo relativo a esto último: a cómo se nos muestra la crisis haitiana y cómo eso configura nuestro acercamiento a aquel país. Un acercamiento que, incluso para muchas organizaciones de cooperación, está marcado por la desesperanza y el derrotismo. Evidentemente, Haití sufre desde hace décadas, casi desde su propia creación como primer país libre de América Latina y primera república negra, una difícil situación que le hace ser el país más pobre del continente y uno de los de mayor inestabilidad política y social del mundo. Un Estado en crisis permanente, se nos dice. Eso sucedía antes del terrible terremoto del 12 de enero de 2010 y se ha agravado después. Las imágenes posteriores al desastre y el tratamiento que la mayor parte de los medios concedieron al tema se basaron, casi exclusivamente, en mostrar la cara más dramática de la realidad —que, repetimos, evidentemente existe— sin dedicar apenas atención a otra realidad como es la de la respuesta por parte de los haitianos y haitianas y su coraje para tratar de salir adelante. O a la realidad de las causas que han llevado históricamente a esta situación y que se remontan a las exigencias francesas de reparación económica tras la independencia, o la mezquina actitud de otras potencias. La misma opción que tomaron la mayor parte de los contemporáneos de Géricault. Personajes que han caído en el olvido y que tan solo tuvieron un episódico éxito con sus enfoques sensacionalistas y morbosos.

Lo lamentable en el caso de Haití es que ese enfoque, que pudiera ser comprensible en el periodo posterior al desastre, ha continuado y se ha convertido en la norma del tratamiento informativo del tema. Tras meses de ostracismo informativo, Haití volvió a los medios al estallar la epidemia de cólera. Y regresó, otra vez, al calor de los complicados procesos electorales y de la vuelta al país de Baby Doc y del ex presidente Jean Bertrand Aristide. Y ha vuelto, por último tras la elección como presidente del país de Michel Martelly y de sus problemas para formar un gobierno que sea aceptado por el parlamento haitiano. Pero en todos estos casos, el enfoque dominante es el de dramatizar el asunto y abordarlo solo desde el punto de vista del riesgo y de la profecía autocumplida de que cada vez vamos peor ¡ya se lo decía yo! Así, por ejemplo, el regreso de los antiguos mandatarios que podría ser presentado como elemento de normalización democrática y avance, por tanto, en la consolidación política del país, se presenta tan solo con tintes de posible aumento de la violencia y generación de nuevos enfrentamientos. O las dificultades para formar gobierno se presentan como enormes problemas de falta de madurez democrática ¿No lleva Bélgica más de un año sin gobierno? ¿No es positivo que un presidente legítimo, por muchos votos y apoyo popular e internacional que tenga, deba buscar pactos con otras fuerzas políticas? No, en Haití las cosas son, se presentan, de otro modo.

Paradójicamente, la comprensión, cuando no la autocomplacencia, que mues-tran los medios occidentales con el papel de los países desarrollados, sus organizaciones de cooperación, y sus líderes políticos es enorme. Se reconoce (¿cómo no iba a hacerse?) el enorme retraso de las tareas de reconstrucción, pero no se analiza de modo crítico el papel de la Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití (CIRH) y mucho menos de su co-presidente Bill Clinton que no recibe crítica alguna. No, aquí se recurre al argumento universal de Haití como Estado fallido y a la imposibilidad de la «comunidad internacional» por hacerlo mejor, sin analizar por qué el retraso en los desembolsos y la responsabilidad de esa «comunidad». Y de forma muy parecida se analizan los aspectos de seguridad, en los que se enfatiza el rol de la MINUSTAH (Fuerza de Estabilización de la ONU), pero no se plantea cuál debería ser el horizonte hacia el que caminar de modo que se avance en la recuperación de la soberanía a la que cualquier Estado, por débil que sea, debe aspirar. ¿Qué no decir del trabajo de las ONG, de los rescatistas, o de los actores humanitarios a los que se presenta siempre con ribetes heroicos sin evocar apenas los esfuerzos de sus socios locales, de la sociedad civil haitiana y sus organizaciones?

El espíritu de Géricault

Recuperar las reflexiones de Géricault durante el proceso creativo de La balsa de La Medusa puede permitir a los medios de comunicación y a las organizaciones de cooperación plantear las cosas de otro modo. La realidad es multifacética y esconde numerosas dimensiones. Escudarse en un simplista «yo muestro la realidad» es cada vez más engañoso, sobre todo en realidades tan complejas como la haitiana. Haití se ha convertido para muchos sectores de la opinión pública en el icono simplificado de país pobre, ingobernable y sin salida, que depende solo de nuestra «solidaridad». Y a eso han contribuido los mensajes banalizados de muchos medios de comunicación y muchas organizaciones que se encuentran cómodos en ese discurso. Honestamente, no podemos permitir que estos mensajes sigan siendo los únicos que se transmitan. Por muy difícil que sea, Haití necesita también mensajes de esperanza.


1.- Existe numerosa literatura sobre estos hechos. Recomendamos el libro de Carlos Calvera El naufragio de La Medusa (Barcelona, Abraxas, 2005) y desde una perspectiva más literaria la novela de Arabella Edge del mismo título (Barcelona, Edhasa, 2008). El profesor Fernando Vidal ha escrito sugerentes textos al respecto para sus clases de Trabajo Social en la Universidad de Comillas.

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