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Haití, una reconstrucción que aún no se percibe

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Por Daniel Amoedo Barreiro

Pareciera que fue ayer cuando el mundo entero aunó fuerzas y reunió una ingente cantidad de fondos para la asistencia de Haití. Las imágenes que provenían de aquel desastre nos ofrecían un escenario fatídico, simbolizado por la imagen de un palacio gubernamental roto, partido en dos, al igual que el propio país. El terremoto terminó por lograr lo que décadas de injusticias no pudieron: atraer de una vez por todas la atención mediática mundial a este minúsculo lugar condenado al olvido.

En Haití queda aún mucho por hacer. Había mucho por hacer incluso antes de que ocurriera el terremoto, que fue sólo el desenlace de una serie de grandes infortunios sufridos por el pobre país. A los gobernantes corruptos y dictatoriales, que saquearon y empobrecieron al país de forma realmente desmesurada, se le sumaron las diferentes intervenciones militares de EEUU en el país y las exigencias usureras de los organismos internacionales de crédito, que terminaron de allanar el camino hacia la degradación más absoluta. En esas andaba el país cuando ocurrió el terremoto: con un gobierno casi inexistente, con una fuerza militar extranjera, una pobreza récord y un desempleo que asolaba a la práctica totalidad de la población.

A Haití desde hace tiempo se le viene dictando lo que se debe hacer, y el terremoto tampoco ha sido la excepción. Tras suceder el mismo, la ONU y las fuerzas armadas de Estados Unidos se apresuraron en tomar el control de las labores de rescate, dejando en absoluto segundo plano al Gobierno de Préval, presidente en funciones en aquel momento. Los funcionarios gubernamentales no estaban enterados de nada de lo que sucedía en su país, ni fueron capaces de decidir sobre nada, pero aún así, se les acusó de «falta de liderazgo». De igual forma se realizó el reparto de los fondos donados: a pesar de haber sido desembolsados más de 2.380 millones de dólares (de los 4.600 millones inicialmente prometidos), algo menos del 1% fue gestionado en forma directa por el propio Gobierno Haitiano, mientras que el resto se distribuyó entre las ONG internacionales, diferentes agencias de la ONU y el propio Departamento de defensa de los Estados Unidos, que se pagó a si mismo la ayuda proporcionada por sus 5.000 soldados.

De momento, los avances no se perciben. Así lo indica la gran mayoría de la población, que asegura no ver ningún beneficio significativo. La situación actual, a dos años de la tragedia, es realmente desesperante: 519.000 personas duermen aún en improvisadas tiendas de campaña en algunos de los 758 campamentos temporales, más de la mitad de los escombros siguen desperdigados por la capital y alrededores, y más de 6.700 personas han perecido debido al brote de cólera que surgió después de la catástrofe y del que existen claros indicios de que haya sido provocado por la MINUSTAH (Misión de estabilización de las Naciones Unidas en Haití). A esta misma misión se le atribuyen también varias violaciones a los Derechos Humanos cometidas por los militares que la conforman, sobre las cuales es imposible enjuiciarles debido a su privilegiada situación de inmunidad, y por ende, de impunidad.

Tampoco queda exenta de polémica la actuación del ex presidente Bill Clinton que dirige a la vez la CIRH (Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití) y el Consejo Presidencial de Haití para el Crecimiento Económico. Mientras que la Comisión se supone que tiene que utilizar los fondos recaudados para la reconstrucción, de momento no se conoce a ciencia cierta en qué se han invertido los fondos de esta iniciativa. Bill Clinton, en cambio, es mucho más activo en su segunda ocupación, al frente del Consejo para el crecimiento económico, que se encarga de asesorar a los potenciales inversores y empresarios, convenciéndoles de las bondades que ofrece la inversión en un país donde sólo hay que pagar sueldos de 120 dólares al mes y queda a un pie de Estados Unidos, y que además actualmente se encuentra beneficiado con la exención en el pago de derechos de importación hacia el poderoso país del norte. Parece que Bill Clinton se encuentra más centrado en aprovechar las oportunidades económicas que ofrece el país que en sacar a los Haitianos de la farragosa situación en que se encuentran.

A pesar de lo anterior, existen una serie de cuestiones que permiten albergar esperanzas de cambio para la población Haitiana. La primera de ellas es que finalmente se logró la conformación de un Gobierno estable, tratándose del primer traspaso democrático en la historia del país. Michel Martelly asumió el cargo en Mayo del pasado año, pero no pudo gobernar de forma plena sino hasta Octubre, debido al bloqueo constante por parte de ambas cámaras parlamentarias con mayoría partidaria afín al ex presidente Préval, que le impedían nombrar primer ministro. La segunda cuestión esperanzadora es el anuncio de grandes proyectos de reconstrucción, entre los que figuran la construcción de 50 nuevas escuelas por un coste de 500 millones de dólares, la puesta en marcha del primer sistema de tratamiento de aguas residuales de Puerto Príncipe por valor de 200 millones y la creación de un gran parque industrial con una inversión de 224 millones. De momento sólo se ha construido éste último, sobre el cual también se ha desatado la controversia debido a las denuncias de salarios raquíticos y condiciones deplorables en que se mantiene a los trabajadores. Esperemos que el actual presidente tome cartas en este y otros asuntos y su desempeño no se vea influenciado por los claros vínculos existentes con la familia Duvalier, como así lo demuestra la foto dándose un apretón de manos con el ex dictador Baby Doc Duvalier, y la incorporación a sus filas de Nico Duvalier, hijo del otrora dictador como asesor especial del nuevo presidente.

Es también plausible la importante labor que las ONG internacionales y algunas agencias de la ONU vienen desarrollando desde la tragedia. El conjunto de organizaciones que siguen allí trabajando ejemplifican uno de los pocos cambios positivos y significativos en Haití. La mayoría de organizaciones que allí actuaron o actúan no dejaron pasar la oportunidad del aniversario para recordar al mundo lo mucho que aún queda allí por hacer, mediante la publicación de varios informes que relatan los pequeños logros que poco a poco se van vislumbrando. Entre los más significativos, se encuentra la labor que realiza UNICEF por uno de los colectivos más vulnerables como son los niños, proporcionando educación y medios; la que realiza OXFAM a través de sus programas de dinero por trabajo o de agua y saneamiento, o la de Médicos del Mundo mediante sus varios centros sanitarios de atención primaria y de tratamiento del cólera.

Pero a pesar de estos pequeños y notables resultados, nada parece augurar un progreso armonioso en Haití. El escaso apoyo con que cuenta el Presidente tanto por parte de la población como de las dos cámaras gubernamentales, así como también el descontento popular hacia la misión militar de la ONU y la alta presencia extranjera, o las intenciones de reposición del Ejército por parte de Martelly, hacen pensar en un largo camino por recorrer hasta alcanzar la tan ansiada «refundación de Haití» que muchos se animaron a vaticinar tras el terremoto.

 

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