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Haití, el eterno deudor

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PNUD

Cuando en 1825, bajo la amenaza de volver a esclavizar la antigua colonia, el Rey Carlos X de Francia impuso a Haití el pago de 90 millones de francos-oro (diez veces más que la renta anual del país por aquel entonces) lo sentenció a arrastrar una deuda que dura hasta nuestros días.

En el período de la dictadura de los Duvalier (1957-1986) la deuda del país se incrementó exponencialmente. Tras la fuga de Baby Doc del gobierno, a causa de una rebelión popular, la deuda externa ascendía a 556 millones de euros, se había multiplicado por 17’5 durante los casi 30 años que duró el régimen. Las consecuencias en forma de intereses y penalidades fueron devastadoras para Haití en los años sucesivos, ya que llegó a deber hasta 1.400 millones de euros. El endeudamiento sirvió para enriquecer al régimen a costa del empobrecimiento de la población civil.

A pesar de que la comunidad internacional condonó parte de su deuda tras el terremoto del pasado 12 de enero, Haití sigue debiendo casi 1.000 millones de euros, ,lo que supone una gran barrera a la hora de afrontar su reconstrucción. Las donaciones prometidas, sin una condonación total de la deuda, se destinarán en parte y de forma irremediable, a sufragarla. Teniendo en cuenta esto ¿es correcto hablar de donaciones cuando sabemos que gran parte de ese dinero irá destinado a pagar la deuda externa?

Tampoco se debe perder de vista que la militarización de la ayuda también se lleva un buen bocado del presupuesto general destinado al país caribeño. Mientras que un haitiano vive con una retribución mensual de 44 euros, el coste de un soldado del rango más inferior destinado a Haití es de 2.224 euros mensuales. Esto significa que el sueldo que se le paga a un soldado durante un año, equivale a cincuenta años de trabajo de un haitiano. Tras el terremoto se han enviado a Haití 13.000 soldados cuyos salarios anuales ascienden a 347 millones de euros y se ha producido un incremento de 3.500 personas en el cuerpo de la MINUSTAH que supondrá un gasto de 93 millones de euros al año.

Desde el terremoto ya han sido tres las veces las que la comunidad internacional, con la ONU a la cabeza,  se ha reunido para acordar cuánto dinero se va a destinar a  Haití. La última de estas reuniones tuvo lugar el pasado 31 de marzo en Nueva York  y en ella se habló de donar 2.900 millones de euros para la reconstrucción del país.

Anteriormente ya se habían prometido casi 1.000 millones de euros con el mismo fin, de los cuales sólo han llegado 17 hasta la fecha. La experiencia en catástrofes similares nos dice que si no se establecen mecanismos de control claros sobre los fondos prometidos, muchos de estos fondos no llegan nunca a desembolsarse. En ese sentido, el éxito en Haití dependerá de que se llegue a consolidar un aparato estatal eficaz y transparente que permita cubrir las necesidades básicas de la población.

Otro de los problemas fundamentales es el espíritu oportunista con el que se acercan al proceso de reconstrucción los gobiernos donantes. En la conferencia del pasado marzo quedó patente el afán de protagonismo por parte de algunos de ellos, lo demuestra el «modelo» propuesto por la ONU y EEUU de mandar un «enviado especial» como Bill Clinton para la supervisión de las tareas de reconstrucción.

Ateniéndonos a esa forma de actuar (más pendiente de dar una buena imagen de cara a la opinión pública, que de hacer bien las cosas en función de los intereses reales del pueblo haitiano) se corre el riesgo de que se invierta en grandes proyectos, muy costosos y visibles, pero que al mismo tiempo carezcan de utilidad para el desarrollo de la población haitiana. Algunos donantes siguen poniendo el acento en la construcción de casas prefabricadas, sin tener en cuenta que es una buena oportunidad para invertir en la reconstrucción del país a largo plazo. Resulta intolerable que sabiendo de antemano lo proclive que es Haití a las lluvias torrenciales, los huracanes y los terremotos, las casas prefabricadas se vean como una posible opción de vivienda.

La reconstrucción se debe afrontar teniendo en cuenta que estamos ante una ardua tarea y cuya duración va a ser larga. Para afrontarla será necesario en Haití mucho más que inversión en infraestructura, ya que también es fundamental en el proceso de reconstrucción, la lucha contra la corrupción estatal y la potenciación de la seguridad mediante el fortalecimiento del sector político, social y económico. En este último aspecto cabe no descuidar el medio rural al que han vuelto muchos haitianos a ganarse la vida. La recuperación de la agricultura de subsistencia juega un papel fundamental en la lucha contra la crisis alimentaria.

Por tanto se podría concluir con que la comunidad internacional se enfrenta a un reto que consiste en tratar de restituir en Haití lo que durante siglos se le ha negado a la fuerza: convertirse en un país dueño de su propio destino devolviéndole los mecanismos necesarios para conseguirlo y que durante tanto tiempo se le han negado.  De ser así, por fin se haría justicia. Pero todavía está por ver.

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