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Guerra en Iraq, ni terminada ni ganada

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Coincidiendo con el anuncio del fin de la misión militar norteamericana, el primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki, aseguró que las Fuerzas Armadas de su país pueden proteger a la población contra cualquier amenaza.
 
Solo como efecto de alguna ensoñación mezclada con demagogia puede entenderse que Nuri Al Maliki, primer ministro en funciones de Iraq, se atreva a afirmar en su discurso a la nación que, coincidiendo con el fin de las operaciones de combate de las tropas estadounidenses en el país, las fuerzas armadas iraquíes están capacitadas para garantizar la seguridad nacional frente a las amenazas internas o externas. En todo caso, no ha sido el único que ha caído bajo los efectos de un espejismo veraniego, dado que los portavoces de los diversos grupos violentos que se mueven todavía por suelo iraquí también se han apresurado a sostener- en una competencia entre ellos por presentarse como el primus inter pares- que los estadounidenses se retiran derrotados como resultado de su decidida oposición armada contra el ocupante.
 
En comparación con todos ellos, ha sido Barack Obama, en una muestra más de su realismo en política exterior, el que ha realizado un balance más ajustado del camino recorrido hasta aquí y de lo que puede esperarse del futuro inmediato. En su discurso desde el Despacho Oval queda claro que no cabe el triunfalismo al hablar de una guerra que siempre consideró como equivocada. Y, aunque desea fervientemente librarse de esa carga (para poder centrarse en otros problemas de seguridad más acuciantes), también sabe que aún no se atisba el final de las preocupaciones sobre un conflicto que aún está llamado a provocar serios disgustos a todos los actores implicados en él.
 
La realidad muestra un escenario bien alejado de cualquier pretendido final feliz a corto plazo. En primer lugar, conviene no dejarse llevar por el entusiasmo de quienes insisten en que la guerra desatada en marzo de 2003, con la invasión estadounidense, ha terminado. Por el contrario, siguen registrándose a diario acciones violentas en diversas partes del país, en un entorno en el que las fuerzas armadas y policiales iraquíes están lejos de poder imponerse a la multiplicidad de grupos opositores. Es prácticamente imposible determinar con precisión la estructura, capacidades e interrelaciones operativas entre la amalgama de entidades que siguen empeñadas en usar las armas como principal argumento para defender sus ideas- desde facciones nacionalistas, hasta las baazistas, islamistas y netamente terroristas-. Pero, por heterogéneas y fragmentadas que se encuentren, siguen constituyendo una amenaza directa y bien real para los iraquíes, para sus fuerzas de seguridad y para los distintos contingentes militares extranjeros aún sobre el terreno. A esto hay que sumar las milicias que tanto chiíes (con el Ejército del Mahdi, de Muqtada al Sader, a la cabeza), como suníes (principalmente los asociados al partido Baaz) y kurdos (con la fuerza que le dan sus pershmergas) siguen manteniendo en activo para defender sus respectivos y divergentes intereses, en un clima de notable desconfianza en el reparto de un poder que ha derivado en la incapacidad para conformar un nuevo gobierno seis meses después de las elecciones. Todavía cabe recordar que, lejos de ser homogéneas y responder subordinadamente a un poder nacional, las distintas unidades militares y policiales de las fuerzas iraquíes están claramente alineadas con los distintos bandos en lucha por el liderazgo del país. En resumen, ni hay un poder central sólido ni hay unas fuerzas armadas y policiales operativas y sometidas a las autoridades civiles (sean cuáles sean, tras el desbloqueo político que dé lugar a un nuevo gobierno en Bagdad).
 
Esa situación obliga a Estados Unidos a seguir presente en Iraq y hace altamente improbable, a día de hoy, suponer que se pueda cumplir la agenda de la Administración estadounidense, que idealmente debería desembocar en la retirada completa de sus tropas a partir del 1 de enero de 2012. La etapa que se abre tras el (más publicitado que real) fin de las operaciones de combate de las tropas estadounidenses queda enmarcado por la operación «Nuevo Amanecer», en la que las seis brigadas que se mantienen en el territorio iraquí (hasta totalizar 50.000 soldados) se encargarán principalmente de asesorar, instruir y asistir a las fuerzas iraquíes, con la pretensión de capacitarlas para asumir plenamente la seguridad nacional dentro de 16 meses. Dado que esta tarea no tiene garantizado su éxito (al actual ritmo de capacitación habrá que esperar como mínimo a finales de la presente década), es previsible que las fuerzas estadounidenses tengan que implicarse en acciones de combate muchas más veces de las inicialmente previstas. Recordemos que, aunque con un nombre cambiado, estas seis brigadas conservan prácticamente la capacidad de combate que tenían hasta ahora y que lo único que harán será hacerse menos visibles y menos expuestas a la población local y a los violentos.
 
Frente a quienes llegan incluso a proclamar que desde el 1 de septiembre se pone fin a la presencia de tropas extranjeras en el país, interesa reiterar que la ocupación no se reduce a una mayor o menor presencia militar. Por una parte, Estados Unidos se mueve en Iraq bajo el amparo de un SOFA (Status of Forces Agreement) que garantiza su práctica libertad de movimientos hasta finales de 2011 (a la espera de poder negociar su continuidad con el nuevo gobierno), lo que permitirá a las tropas que seguirán en Iraq ocupar cuatro macrobases- próximas a los principales focos de explotación petrolífera de Iraq- desde las que podrán seguir operando en la defensa de los intereses de Washington. En paralelo, y en claro contraste con la difundida reducción de efectivos militares extranjeros, se está produciendo un considerable incremento de contratistas de seguridad (mercenarios de todo tipo), encargados de labores que hasta ahora atendían las fuerzas expedicionarias.
 
La ocupación e injerencia en los asuntos iraquíes no se agota, en todo caso, con la presencia estrictamente militar. En el terreno político- sirva de ejemplo la actual presencia del vicepresidente estadounidense en Bagdad- resulta inmediato constatar la enorme capacidad de presión que está ejerciendo Washington para modelar un nuevo gobierno a su gusto (procurando que los suníes no queden nuevamente marginados y tratando de evitar que Irán sea el verdadero factótum del nuevo gabinete). Lo mismo puede decirse en el ámbito económico, adoptando posiciones de ventaja en la reconstrucción del país y en la explotación de los importantes recursos energéticos que atesora el subsuelo iraquí.
 
Si a pesar de todo esto, algunos se empeñan en creer y en convencernos de que la guerra ha terminado y de que ha sido ganada por los «buenos», solo cabe pensar que tienen serios problemas para distinguir entre un bien empaquetado producto de ficción hollywoodiense y la triste realidad que define hoy a Iraq.

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