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Guerra civil en Siria

(Para Radio Nederland)

Pocas dudas pueden caber hoy al respecto: Siria está sumida en una guerra civil. La violencia no solo no cesa, sino que todo indica que los principales actores de esta tragedia han llegado al convencimiento de que la violencia es la única vía para defender sus intereses.

Así lo transmite el régimen de Bachar al Asad, empeñado en resistir a toda costa con el increíble argumento de que se enfrenta a una conspiración terrorista alimentada por enemigos exteriores entre los que sobresalen algunos musulmanes (sean Arabia Saudí o Turquía, interesados en promover un liderazgo suní en la región), pero sin olvidar a otros más lejanos, como el propio Estados Unidos.

Esa misma violencia- entendida por unos como elemental autodefensa y por otros como la única opción para vencer la resistencia a ultranza del régimen- se convierte día a día en la alternativa que van adoptando quienes desean liberarse, desde dentro del país, de Bachar al Asad.

En ese contexto, el Ejército Libre de Siria (ELS) sigue engrosando sus filas- aunque es difícilmente creíble que haya alcanzado los 40.000 efectivos que sus portavoces sostienen-, lo que le permite aumentar su capacidad de combate y su radio de acción hasta llegar a los suburbios de Damasco.

En todo caso, sigue siendo imposible determinar con precisión si los actos violentos que salpican ya prácticamente a todo el país responden a un plan dirigido (o al menos coordinado) por el ELS o si, por el contrario, son expresiones de rabia y venganza realizados por individuos escasamente organizados o por los numerosos Comités de Coordinación locales.

En definitiva, cabe estimar que se trata de un ejercicio de fuerza en alza, que todavía no ha alcanzado una masa crítica suficiente para cuestionar la hegemonía militar del régimen (basada, por un lado, en su Guardia Presidencial y en la 4 División Mecanizada- lideradas por Maher al Asad, hermano menor del presidente- y, por otro, en el apoyo de Irán y Líbano).

Incógnitas

Mientras el tiempo corre en contra del régimen y aumenta sin cesar el número de muertos- en torno a los 6.000, ejecutados tanto por las fuerzas militares más leales al régimen como por las temidas shabiha (matones al servicio de Damasco)- siguen abiertas todavía muchas incógnitas, tanto en el interior de Siria como en el seno de la comunidad internacional.

En el interior, el Consejo Nacional Sirio (CNS) no logra integrar a la totalidad de la oposición, como quedó demostrado en la reunión del pasado 30 de diciembre, celebrada en El Cairo precisamente con ese propósito.

Por una parte, el CNS- que dice agrupar al 80% de los opositores, desde los de perfil islamista a los kurdos y laicos de todo tipo- rechaza cualquier intervención militar foránea. El Comité Nacional de Coordinación para el Cambio- conformado en su práctica totalidad por nacionalistas- apuesta con aceptar la colaboración de Rusia y China para acelerar la transición. Y todavía quedan otros grupos, como el Movimiento para la Construcción del Estado Sirio, que cuenta básicamente con representantes de la minoría alauí- a la que también pertenece el clan de los Asad-, que defienden un proceso de cambio más contemporizador con el actual poder.

En paralelo a estos grupos hay que contar con los comités de coordinación locales, que no siempre están dispuestos a subordinarse a quienes, en buena medida, ven como actores ajenos a la realidad nacional sobre el terreno. En medio de todos ellos queda un considerable porcentaje de la población, que se mueve entre el miedo a la represión habitual del régimen y su acomodo a un poder que no cuestiona sus privilegios y/o que los defiende de la amenaza que (tanto kurdos como cristianos, entre otros) sienten ante la mayoría suní.

Divergencias desde el exterior

Desde el exterior- como acaba de poner de manifiesto la imposibilidad de aprobar la Resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU, promovida a partir de un plan de la Liga Árabe- las divergencias no son de menor entidad.

Por una parte, Estados Unidos ha tomado partido claramente en contra del régimen sirio, aunque excluyendo una intervención bélica que no interesa a un país que pretende reducir su presencia militar en la región. Lo mismo ha hecho Turquía- que acoge en su territorio a refugiados sirios y a parte del ELS-, mientras ahora propone una conferencia internacional para aunar esfuerzos entre quienes entienden que el tiempo político de los Asad ha llegado a su fin.

Por otra, los países árabes (interesados en lavar su imagen) aparecen casi sorpresivamente unidos, con medidas que van desde la retirada de la misión de observación que había desplegado la Liga Árabe en diciembre pasado, a la retirada de sus embajadores de Damasco y a la expulsión de los diplomáticos sirios de sus respectivos territorios, sin olvidar que países como Catar apenas ocultan que están armando al ELS.

En medio- en una muestra más de la imposibilidad de mantener una voz única- la Unión Europea sigue sin tomar una posición común, mientras algunos de sus miembros están retirando a sus embajadores de Damasco y anunciando su intención de incrementar la presión y las sanciones contra el Asad.

En una posición radicalmente distinta se ubican Rusia y China, que no han dudado en utilizar el privilegio de su derecho de veto para bloquear la citada Resolución. El primero une a sus intereses comerciales y militares- la disponibilidad de la base naval de Tartus es vital para asegurar la presencia de la armada rusa entre el Mar Negro y el Mediterráneo- el deseo de devolver la afrenta que sufrió con el apoyo occidental a la independencia de Kosovo. El segundo sencillamente pretende no dar su consentimiento a una acción que podría volverse algún día en contra de sus propios intereses territoriales. Asimismo, tanto Moscú como Pekín han tomado esa opción obstruccionista en una muestra de su voluntad de mostrar que no están dispuestos a seguir a Washington sin contrapartidas y de presentarse como potencias capacitadas para retar crecientemente al líder mundial. Siria, en definitiva, es solo un campo de competición instrumental.

En esa diversidad de posturas, llama la atención también la adoptada por los países del ALBA con ocasión de la Cumbre celebrada en Caracas. Alineados en un discurso antiimperialista que tiene a Washington como principal destinatario, muestran su apoyo al régimen sirio y comparten la idea de una confabulación casi planetaria contra quien prefieren ver como un gobernante capacitado para reformar en profundidad un modelo tan injusto como corrupto. Sean cuales sean las causas de su animadversión contra Estados Unidos, convendría que evitaran caer en la confusión de ver terroristas donde hay población movilizada contra un dictador que viola sus derechos y alimenta una corrupción que impide a la mayoría satisfacer sus necesidades básicas. Los sirios se lo agradecerían.

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