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Gobierno de ¿unidad? palestino a la vista

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(Para Radio Nederland)
Casi cien muertos después, tan sólo desde diciembre, los principales actores palestinos escenifican el final de una etapa de enfrentamiento directo que apunta a la formación de un nuevo gobierno encabezado, una vez más, por Ismail Haniya. Con la rueda de prensa conjunta, entre el propio Haniya y el presidente de la Autoridad Palestina , Mahmud Abbas, se pone en marcha el proceso de conformación de un gobierno de unidad nacional en el que, si se cumple lo acordado, Hamas mantendrá el control de la mayoría de las carteras (con Haniya y nueve ministros en el gabinete), Fatah obtendrá seis, otras cuatro irán a manos de cuatro pequeños partidos y tres (Interior, Finanzas y Exteriores) se reservan a independientes.

Éste es el resultado más visible del acuerdo logrado en La Meca , con una implicación directa del propio rey saudí, el pasado día 8. Varios son los mensajes que se extraen del acuerdo logrado:

– Indica que ninguna de las partes enfrentadas por el liderazgo palestino está en condiciones de imponerse de manera definitiva. Para Fatah el acuerdo es un reconocimiento de que ya no logran marcar la pauta en los Territorios Ocupados, lo que les obliga a entenderse con la fuerza emergente de Hamas. Para estos últimos, implica que no han logrado ejercer el poder recibido en las urnas en enero de 2006 y que el profundo deterioro originado por la estrategia de colapso liderada por Israel debilita su imagen ante la sufriente población palestina. Hamas midió mal sus fuerzas tras su victoria electoral, creyendo que sería capaz de superar el castigo occidental (EE. UU. y Unión Europea, principalmente) con apoyos islámicos (sin entender que para los regímenes árabes sunníes, como Egipto o Arabia Saudí, su victoria no era precisamente una buena noticia).

– Desde el exterior, muestra que Riyadh ha sustituido a El Cairo como mediador efectivo. Egipto ha ido perdiendo terreno como intermediario en la misma medida en que Arabia Saudí intenta recuperar posiciones como líder sunní, al tiempo que envía a Washington una señal de capacidad y voluntad para colaborar en la reducción de tensiones en la región. Cabe imaginar que el acuerdo logrado en La Meca viene acompañado de un sustancioso apartado de ayuda financiera para el nuevo gobierno palestino, en un intento por mejorar en parte la desastrosa situación derivada del boicot internacional al gobierno de Hamas.

– Señala, en todo caso, que el Movimiento de Resistencia Islámica tiene una capacidad de aguante mucho mayor que la que estimaban sus adversarios. Mal que bien ha logrado mantener el apoyo popular y resistir el embate de Abu Mazen y de Israel, sin ceder en sus posiciones fundamentales. Hamas sigue siendo la fuerza de referencia, sin doblegarse ante las exigencias ya conocidas (reconocimiento de Israel, aceptación de los acuerdos firmados hasta ahora por la Autoridad Palestina con la potencia ocupante y renuncia al uso de la fuerza).

En las cinco semanas que Haniya tiene de plazo para alumbrar un nuevo gabinete, aún quedan muchos puntos por resolver. En el trasfondo de la escena palestina se desarrolla una sorda lucha por el control de una economía y una sociedad que Fatah ha dominado en exclusiva al menos desde 1994, cuando arrancó la Autoridad Palestina. Una parte nada desdeñable de la confrontación que se vive en los Territorios tiene que ver con la percepción de derrota que siente Fatah, fragmentada internamente tras su debacle electoral y temerosa de perder sus asideros tradicionales. El reparto del poder, más allá de la formalidad de los cargos públicos, no está siendo, ni lo va a ser en el inmediato futuro, un asunto de fácil resolución. Por otra parte, es especialmente delicado el tratamiento que se dé a las milicias que Hamas ha ido creando en estos últimos tiempos, como fuerzas armadas en su búsqueda de seguridad propia frente a Israel y a las fuerzas de la Autoridad Palestina. La integración de sus más de cinco mil milicianos encuadrados en distintos grupos armados controlados por Hamas supone un reto de difícil solución en un marco definido precisamente por la fragmentación de movimientos armados que responden a sus líderes naturales mucho antes que a las autoridades formales.

No menor será el reto de encontrar a nuevos responsables en los ministerios de finanzas (para el que Salam Fayyad suena nuevamente como la opción principal) y de interior (con Mohamed Dahlan claramente descartado por su cercanía a Mazen y su mala imagen popular). Si el primero debe imponer más transparencia y eficiencia en un entramado clientelista heredado ya de la época de Yaser Arafat, el segundo tendrá que navegar, con escasos medios, en un turbulento mar definido por una potencia ocupante poco sensible a la seguridad de los palestinos y por una multiplicidad de grupos armados (con las Brigadas Ezzedine Al Qasam, las Brigadas Al Qods y las Brigadas Al Aqsa como las más sobresalientes) que no se someterán automáticamente a sus dictados.

En estas condiciones- y a la espera de la reunión que el próximo día 19 mantendrán el primer ministro israelí, Ehud Olmert, el rais palestino, Mahmud Abbas, y la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice- resulta excesivamente ilusorio compartir la aseveración de Mazen de que el acuerdo permitirá a los palestinos vivir en paz y seguridad. Como se demuestra a diario, desgraciadamente eso no depende únicamente de los palestinos y nada indica que Israel esté dispuesto a modificar su comportamiento. De momento, y con el apoyo obvio de Washington, ya han dejado saber que no modificarán su estrategia de rechazo a cualquier contacto con el gobierno (incluso con los futuros ministros de Fatah).

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