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Gaza, entidad enemiga

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(Para Radio Nederland)
No es necesario ser un especialista en derecho internacional para saber y entender que la decisión adoptada por el gobierno israelí de declarar a la Franja de Gaza como “entidad enemiga” no libra a la potencia ocupante de sus responsabilidades para con la población de ese territorio. Tampoco es necesario ser un historiador para reconocer que Israel viene desarrollando una labor de castigo y destrucción sistemática de Gaza y Cisjordania desde que ocupó estas zonas hace ya cuarenta años, con el objetivo, entre otros, de impedir toda viabilidad real a la demanda palestina de llegar a contar algún día con un Estado propio.

En consecuencia, más allá del puro formalismo administrativo y del efecto mediático que haya tenido un anuncio como el dado a conocer el pasado miércoles por Tel Aviv, con el inmediato respaldo de Washington, no hay nada nuevo bajo el sol de Palestina. Quienes argumentan que el asedio y la destrucción israelí se remonta a junio de este mismo año- cuando Hamas tomó el control absoluto de Gaza- olvidan no sólo lo que viene ocurriendo desde enero de 2006- tras la victoria electoral de Hamas en los comicios del día 25- sino, sobre todo, lo que ha ocurrido desde que en 1967 las tropas israelíes ocuparon la Franja (junto con Cisjordania y Jerusalén Este, además de los Altos del Golán sirios).

Desde entonces, y solo con modulaciones temporales que se ajustan a las necesidades israelíes de cada momento, se ha ido desarrollando una estrategia ideada para doblegar la resistencia palestina y para impedir que si, por alguna circunstancia, hubiera que dar paso a la creación de una entidad política palestina, ésta fuera, por definición, débil y dependiente (o, lo que es lo mismo, incapacitada para sostenerse de manera autónoma y fuera del control israelí). Con la demostrada capacidad de los sucesivos gobiernos israelíes (tanto laboristas como del Likud) se ha ido creando una situación que, a día de hoy, responde en gran medida a aquellos planes. Sólo se le resiste el convencimiento palestino por seguir rechazando la ocupación (lo que ha dado lugar ya a dos Intifadas ) y por aspirar a un Estado. En lo demás, y centrando la atención en Gaza, el resultado a grandes rasgos es el buscado desde un principio. Así queda de manifiesto en un somero apunte de la situación actual:

– Gaza no tiene aguas territoriales ni espacio aéreo propio, controlados por Israel con el abusivo argumento de la seguridad propia.

– Su contacto con el resto del mundo está, asimismo, en manos israelíes. Los tres pasos terrestres que conectan a la Franja con Egipto o con Cisjordania (a través de territorio israelí) son abiertos y cerrados a gusto de la potencia ocupante, sin que las críticas exteriores hagan mella en su ánimo.

– Dos terceras partes de su población sigue siendo refugiada, como resultado de las sucesivas oleadas de expansión israelí desde su mismo nacimiento como Estado en 1948. Malviven bajo el amparo de la Agencia de las Naciones Unidas, UNRWA, creada ya en 1949 para proporcionarles servicios básicos de educación, sanidad y, en no pocas ocasiones, protección y asistencia de emergencia.

– Su vida social, política y económica está en manos de Israel, de ahí que no sea ninguna exageración afirmar que Gaza es la mayor prisión del planeta. Una prisión en la que el paro supera el 70% de la población activa, en la más del 40% vive por debajo de la línea de pobreza y en la que, por no hacer infinita la lista de limitaciones y problemas, es difícilmente imaginable entender como se puede desarrollar una actividad escolar o empresarial normal.

Con estos antecedentes apenas puede extrañar una decisión como la adoptada por el gobierno de Ehud Olmert. Es una más, que irá seguida por otras de carácter similar, que anteceden o van acompañadas de acciones militares en fuerza y ataques selectivos condenados todos ellos al fracaso. Lo más que puede esperar el debilitado Olmert es una cierta recuperación de su maltrecha imagen (tratando de aparecer como un líder fuerte) y un cierto margen de maniobra frente a sus adversarios políticos internos (Barak y Netanyahu, principalmente). Por lo demás, la táctica reforzada ahora contra esa “entidad enemiga” no sólo es contraproducente para la imagen de Israel, sino que, además, es ineficaz e ilegal en todos sus extremos.

Al margen de que Hamas represente o no adecuadamente a esa población, de que sus métodos sean condenables cuando opta por la violencia o de que los rudimentarios cohetes Kassam estén o no justificados, lo que cabe concluir es que Israel pierde todas sus razones cuando castiga indiscriminada y permanentemente a una población ocupada.

Es, igualmente, ineficaz porque no va a doblegar la resistencia contra la ocupación. Ni será capaz de eliminar físicamente a todos sus enemigos, ni va a levantar a la población de Gaza contra sus líderes. Más bien al contrario, otorgará más argumentos a quienes presentan a Israel como el enemigo a batir, utilizando para ello el lenguaje de la fuerza. Es , además, ilegal y no cabe en este punto ninguna duda, por mucho que los portavoces israelíes se escuden en que su declaración de enemistad los exonera de cumplir sus obligaciones como potencia ocupante.

Estamos, por tanto, ante una repetida equivocación israelí que destruye sus propios fundamentos como pueblo, que incrementa hasta límites brutales la crisis humanitaria en la Franja y que, de ningún modo, puede servir como base de partida para la consecución de la paz. Ciegos a esa evidencia, Olmert, Rice y hasta un ambiguo Abbas siguen adelante con la representación teatral de una conferencia ¿de paz? que tendrá a Washington como escenario el próximo noviembre.

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