Gadafi en España, o cómo manejar valores e intereses
(Para Radio Nederland)
Cabe recordar que hace bien poco Gadafi era un proscrito internacional- identificado, con razón, como un duro represor de cualquier disidencia interna, como un promotor de terrorismo internacional y como un proliferador de armas de destrucción masiva. ¿Qué ha ocurrido desde 2003 para asistir ahora a esta repetida ceremonia de bienvenida, más o menos forzada, en los foros internacionales? Por parte libia, se trata sencillamente de un nuevo alarde de inteligencia del histórico sátrapa. Tras el 11-S, supo entender que su propia supervivencia, y la de la Yamahiriya que pretende traspasar a sus descendientes, pasaban por modificar sustancialmente su tradicional imagen como elemento desestabilizador en el Mediterráneo y más allá. Fue así como, tras haber entregado a la justicia a los acusados del atentado de Lockerbie, no dudo en pagar escrupulosamente el precio que se le pidió (10 millones de dólares por cada una de las 270 víctimas de la masacre, a los que tuvo que añadir una cantidad similar por los muertos franceses en un atentado anterior). Del mismo modo, y una vez que resultó imposible ocultar su programa nuclear y su conexión con la red de mercado negro impulsado por el padre de la bomba nuclear paquistaní (Abdul Kadeer Khan), decidió renunciar a su sueño nuclear y colaborar con británicos y estadounidenses en la destrucción de todo vestigio relacionado con esas armas. Como resultado de todo ello, y en un ejercicio de magia mental que deben envidiar todos los magos del circo mundial, Gadafi quedó convertido de súbito en un socio halagado por una interesadamente amnésica comunidad internacional.
Así comenzó a verse su jaima por Europa, primero en los jardines de Bruselas (invitado por la Comisión Europea), y en su propio país como anfitrión “invadido” por altos dignatarios europeos que se apresuraban a visitar Trípoli para ganar las simpatías de quien nada en petróleo y gas, en un territorio necesitado de mano de obra y de tecnología y de inversiones para explorar su subsuelo, todo ello en un contexto de creciente preocupación por garantizar la seguridad energética de países que dependemos cada vez más de esos hidrocarburos. Ésta es, en última instancia, la gran baza de Gadafi. Con el petróleo y el gas en sus manos, con los enormes beneficios económicos que de ello se deriva y con la avidez que debe contemplar en los ojos de sus interlocutores europeos sabe que tiene un amplio margen de maniobra para evitar contratiempos en su empeño por mantener con mano de hierro el orden interno y para elegir a quien más le plazca como socio.
En esta carrera por ganarse sus favores, parece claro que el imparable presidente francés, Nicolas Sarkozy, lleva la delantera a todos los demás. Tras sus mediáticas operaciones de salvamento (enfermeras búlgaras y azafatas españolas incluidas), no ha dejado pasar un segundo para amarrar sustanciosos acuerdos comerciales, por un monto global que ronda los 10.000 millones de euros. Poco parece importar, cuando se trata de relanzar la economía nacional, que lo que se comercia sean armas o energía nuclear; lo relevante es que Francia vuelve a recuperar protagonismo en el Magreb (acuerdos y contratos similares están en marcha con Argelia, Marruecos y Túnez), en la UE y, además, incrementa su seguridad energética.
Metidos en ese juego en el que prevalecen los intereses por encima de cualquier otra consideración, cabe plantearse qué saca España de esta visita. No resulta difícil encontrar, también aquí, la mano de Sazkozy, influyendo en el gobierno español para vencer, si las hubiera, las reticencias a recibir a un huésped de este perfil. En un intento por escapar a las previsibles críticas que puede despertar la visita que se extenderá desde el día 15 al 18 de diciembre, se insiste en que se trata principalmente de una estancia privada (hasta el lunes), seguida de una escueta visita de trabajo (que no de Estado). Nada sustancial se presenta como resultado previsible, aunque se hace mención a una prevista reunión con empresarios españoles interesados en entrar o incrementar su presencia en Libia, sin que se atisbe en el horizonte la posibilidad de que España pueda lograr contratos tan sustanciales como los obtenidos por Francia, como vía preferente para cambiar el signo negativo de nuestra balanza comercial con la Yamahiriya. También hay algunas referencias a un documento político- para asegurar garantías jurídicas y un tratamiento fiscal adecuado a las inversiones, y que recogería líneas de cooperación incluso en temas de seguridad y defensa-, que aspira a poner en marcha el proceso que conduzca en algún momento a la firma de un Acuerdo de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación, como el que ya existe con otros países magrebíes. Todo muy difuso, en definitiva, como corresponde al personaje y a un gobierno temeroso de verse desairado en el último momento.
Se me olvidaba. Al centrarme en el análisis de los intereses en juego no he dejado espacio para recordar que la Unión Europea, y eso incluye tanto a Francia como a España, dice guiar su acción exterior por la defensa de unos valores y principios de claro perfil democrático y de defensa de los derechos humanos. Desde el más puro realismo puede entenderse, que no justificarse, que París haya hecho dejación de todas estas referencias para obtener unos réditos muy visibles. Pero, en el caso español, y sabiendo que la visita despierta sentimientos ya manifestados, por ejemplo, con la visita del dictador ecuatoguineano Teodoro Obiang Nguema, ¿cuáles van a ser los valores que salen reforzados de la visita?, ¿cuáles van a ser los intereses defendidos y los beneficios obtenidos?