G8 en el lugar del desastre, ¿metáfora o realidad?
(Para Radio Nederland)
Al elegir la ciudad de L´Aquila, afectada por un fuerte terremoto hace unos meses, para celebrar la reunión anual del G8, tal vez, el Primer Ministro italiano Silvio Berlusconi no sospechaba que dicha elección iba a marcar algo más que simbólica y metafóricamente la cumbre.
Tres meses después de la tragedia miles de personas siguen viviendo en tiendas de campaña, las labores de desescombro y reconstrucción caminan muy lentamente y el gobierno de Italia –una de las economías supuestamente más fuertes de mundo- pide sin rubor ayuda internacional. La inscripción de «yes we camp», con la que humorísticamente recibieron los ciudadanos de los Abruzos la cumbre del G8, es una buena muestra de que la idea de ubicar una costosísima reunión en un lugar que aún vive en una situación de penuria no fue adecuada.
Y si L’Aquila ha sido un mal ejemplo en materia de preparación ante desastres, elaboración de planes de contingencia, prevención y respuesta de emergencia, los líderes mundiales en sus primeras decisiones han transitado el mismo camino. Las medidas propuestas para reducir el cambio climático y reducir las emisiones antes de 2015 son tan timoratas que hasta el Secretario General de la ONU Ban Ki-moon las ha criticado con dureza. Sigue sin haber una comprensión cabal del riesgo al que se enfrenta el planeta y las medidas adoptadas, según todos los expertos, no tienen el suficiente calado como para tener efectos visibles en materia de freno al calentamiento global. Es decir, con una lógica similar a la que agravó el terremoto del mes de abril, siguen sin tomarse medidas preventivas que reduzcan el riesgo. Lo único novedoso en este tema ha sido que Estados Unidos se suma al acuerdo y se compromete a reducir sus emisiones. Algo es algo.
Las ONG han sido muy críticas en este aspecto y como muestra, el Secretario general de CIDSE (una coalición de 16 agencias católicas de Europa y Norteamérica), Bernd Nilles, aseguró que los países del G8 han fracasado, también, en su compromiso de recortar las emisiones de gases contaminantes para evitar los peligros del cambio climático, que repercuten, en primer lugar, en los países más empobrecidos. Al mismo tiempo, acusó a estas naciones de no proporcionar «a los países en desarrollo la ayuda necesaria para adaptarse a los impactos que el cambio climático puede tener sobre ellos». «Parecen estar jugando, mientras Roma se quema». Nunca mejor dicho. El paralelismo entre Nerón y Berlusconi es, sin duda, una imagen sugerente.
Tampoco las economías emergentes han sido muy conscientes de estos riesgos y no se han sumado al acuerdo pero como dijo Ban Ki-moon «antes de nada, por su responsabilidad histórica, los países desarrollados tienen que liderar este proceso. Deben acordar unos objetivos ambiciosos y valientes para el año 2020, y reducir al menos a la mitad sus emisiones de gases de efecto invernadero en 2050». Habrá que esperar a la cumbre de Copenhague para ver si se avanza algo en esta materia.
Como es habitual en las cumbres del G8 desde hace algunos años, el último día se dedicó a debatir iniciativas en la lucha contra la pobreza en general y, en este caso, contra el hambre en África, en particular. Es indudable que el tesón de algunos líderes como el brasileño Lula o el español Rodriguez Zapatero, a los que se suma ahora Barack Obama, ha impulsado este tema en la agenda internacional y eso ha permitido que se consigan ciertos avances: en esta ocasión el compromiso de 20.000 millones de dólares para luchar contra el hambre. Pero no es menos cierto que muchos de estos compromisos en anteriores cumbres han quedado sin cumplir y nadie ha rendido cuentas del por qué de ese incumplimiento. La cumbre de Gleneagles en 2005, en unos momentos de fuerte protagonismo internacional de Tony Blair y de un supuesto compromiso del Reino Unido en la lucha contra la pobreza con grandes movilizaciones sociales en esta materia, aprobó un fondo de 50.000 millones de dólares de los que, tres años después, apenas se ha conseguido el 50%. En este caso la llamada Iniciativa de L´Aquila para la Seguridad Alimentaria parece que pretende concretar algún sistema de seguimiento de los desembolsos y orientar el tipo de acciones a apoyar. Pero por el momento solo algunos países han concretado cuantitativamente sus compromisos. El hecho de que en estas discusiones participaran representantes de países africanos y otros no miembros del G8 ha sido algo positivo y de facto supone un reconocimiento de los límites de este organismo y de la necesidad de incorporar, al menos, otros países que por diversos motivos cuentan con influencia internacional evidente..
Y ese ha sido otro de los grandes temas de discusión que no se ha resuelto. Es evidente que desde que se empezaran a reunir este tipo de agrupamientos de países en «geometrías variables» como el G8, el G20,… ninguneando de hecho a la ONU y otros organismos como la propia Unión Europea, las cosas han cambiado mucho y en el tratamiento de los temas globales pareciera recomendar instituciones globales. Y sin embargo, pese a que el Secretario General de la ONU suele participar en estas reuniones, lo hace como simple invitado con poco peso. ¿No sería ya tiempo de tomar el toro por los cuernos y abordar seriamente la reforma del organismo multilateral por excelencia y dejarse de agrupamientos Ad hoc?