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Flujos migratorios y culturas mixtas, una realidad afortunada

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(Para Radio Nederland – Artículo 1)
Es ya un tópico decir que vivimos en un mundo globalizado. En todo caso, el debate se centra, para algunos, en determinar si el arranque de ese fenómeno/realidad se produjo tras el fin de la Guerra Fría, con la revolución industrial impulsada por Gran Bretaña o cuando Cristobal Colón y otros exploradores de su talla abrieron rutas que conectaban mundos hasta entonces ajenos entre sí. Lejos de lo que nos anuncian sus defensores más interesados, el actual modelo global es claramente desigual y discriminador. Esto ha llevado a algunos, por oposición, a mantener insostenibles posturas antiglobalización, sin entender que el verdadero reto es promover otro tipo de globalización (“otro mundo es posible”) que fomente desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos. El caso es que hoy habitamos una aldea global en la que las fronteras y las señas de identidad tradicionales se difuminan a un ritmo creciente.

La reacción ante este proceso es ambivalente. Para unos se trata de encerrarse en burbujas o fortalezas impermeables a toda influencia exterior, procurando recrear un pasado idílico (inexistente) en el que todo era armonía, en la medida en que no estaba contaminado por factores foráneos. Proliferan así los fundamentalismos de toda clase, atizando el fuego nacionalista y/o religioso que lleva a la demonización del “otro”, cuando no a su eliminación directa. Para otros, la opción pasa por admitir que el siglo XXI será multicultural o no será nada. Son éstos los que sostienen que nada puede frenar la tendencia general a la mezcla de gentes y pueblos, sino que es necesario asumir que la positiva contaminación mutua entre los distintos es la vía preferente para encontrar vías de salida a un mundo que se enfrenta a retos para los que ninguna comunidad, país o civilización en solitario tiene respuestas y capacidades suficientes.

En este contexto los 192 millones de personas que, según el más reciente Informe de Población de la ONU, residen fuera de su lugar de nacimiento deben ser vistos como un motor principal de futuro. Igual que la biodiversidad es clave para asegurar la alimentación de la humanidad ante cualquier tragedia global, la multiplicidad de etnias, culturas y visiones individuales y colectivas nos capacitan para resolver con mayores probabilidades de éxito los dilemas (comunes, por definición) a los que enfrentamos hoy. Es por esa razón por la que percibir los flujos migratorios como un problema de seguridad, en lugar de verlos como un fenómeno que hay que gestionar adecuadamente (para evitar que su evolución descontrolada pueda desestabilizar sociedades de origen o de destino), es un error que alimentan quienes perciben al otro como el enemigo a batir. Por el contrario, es necesario asumir que la realidad migratoria es ya un rasgo estructural de nuestro tiempo (en realidad, lo ha sido de todos los tiempos). En esa línea, y visto desde los países de acogida (la Unión Europea, por ejemplo), es criticable el enfoque preferentemente represivo y policial que aspira a blindar el territorio comunitario de lo que algunos perciben como una nueva “invasión” que nos hará perder nuestras esencias (¿?). Además, para los que ya están entre nosotros, se apuesta por su asimilación, tratando de imponerles una amnesia que les haga olvidar quiénes son y que les fuerce a aceptar acríticamente las costumbres del lugar de acogida.

Por ese camino, sobre todo si además se sigue descuidando como hasta ahora el fomento del desarrollo de los países de emisión, ni se logrará consolidar el desarrollo y la seguridad propios, ni se podrán poner puertas a un proceso alimentado por la búsqueda de una vida digna.

La integración es, con diferencia, la vía a seguir. Una vía que necesita tres carriles para llegar a buen puerto. El primero, de carácter social, supone moverse de sus posiciones de partida tanto a los que acogen como a los que llegan para construir una nueva plataforma de convivencia basada en la ley y no en las costumbres. También reclama desarrollar una abierta labor pedagógica que permita destruir los mutuos estereotipos negativos sobre los que se asienta la exclusión, el racismo y la xenofobia. El segundo, de orden económico, implica eliminar cualquier forma de exclusión en el mercado laboral y perseguir a las mafias que trafican con personas. El tercero, de naturaleza política, demanda la igualdad de derechos y deberes para todos en el marco de un Estado que obliga y trata por igual a todos los que en él residen.

La Directiva de Retorno, que la Unión Europea está a punto de aprobar, es, si no se modifica sustancialmente el borrador conocido hasta ahora, un gravísimo error. Por una parte, abre la puerta a la expulsión de los ocho millones de indocumentados que residen en su territorio. Por otra, es una carga de profundidad contra el Estado de derecho, al ampliar hasta 18 meses la retención de una persona en proceso de expulsión. La ceguera que sufrimos nos impide ver que el verdadero problema no es que vengan; lo realmente grave es que no vengan.

Artículo en gallego

Entrevista en Radio Nederland

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