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Escenarios para después de una crisis

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(Para Radio Nederland)
Pese a la exagerada y teatral puesta en escena del supuesto fin de la crisis entre Colombia y sus vecinos Ecuador y Venezuela y, en menor medida, Nicaragua, que vimos en Santo Domingo hace una semana, nadie piensa que las causas de fondo que la motivaron hayan cambiado un ápice y, por tanto, parece claro que próximamente viviremos otros episodios de esta larga telenovela. Del mismo modo que nadie pensaba hace quince días que hubiera podido estallar una guerra entre Colombia y alguno de sus vecinos, pocos creen hoy que la crisis esté resuelta.

Sin embargo, el propio desarrollo de los acontecimientos y los evidentes cambios de comportamiento en ellos de los diversos actores, ponen de manifiesto algunos cambios de gran relevancia en el escenario futuro. Aunque tal vez no fuera eso lo que pretendía el presidente colombiano Uribe al autorizar a sus tropas a entrar en territorio ecuatoriano -o tal vez si-, el hecho es que el alto grado de tolerancia del que han dispuesto las FARC más allá de las fronteras colombianas aparece ya como evidente, y tanto el presidente ecuatoriano Correa, como su homólogo venezolano Chávez, están empezando a ser presionados por ello. La reciente misión de la OEA (Organización de Estados Americanos) a ambos lados del río Putumayo deja pocas dudas sobre la libertad de movimientos de las FARC en Ecuador, y los datos que se van conociendo con cuentagotas del ordenador de Raúl Reyes han hecho que tanto Correa como Chávez hayan optado por la prudencia. Lo mismo que Uribe que tampoco podía defender en foros internacionales su intromisión en un país vecino invocando pintorescamente la defensa preventiva, y mucho menos plantear estrambóticos pleitos ante la Corte Penal Internacional. Por ello, una primera cosa positiva del final de este capítulo es la vuelta a una cierta tranquilidad en la que cada actor deberá rediseñar sus posiciones para el futuro. Conscientes de que se juegan su ya maltrecha credibilidad internacional, aunque internamente la crisis les haya sido rentable a los tres mandatarios. Y en ello, todos los analistas coinciden en resaltar la extrema incompetencia de la diplomacia colombiana que no ha sabido estar a la altura de las relaciones internacionales que un país como el suyo necesita.

Otra cuestión positiva de esta crisis está siendo la revitalización de una cierta mediación internacional. El renovado papel de la OEA, la habilidad del presidente dominicano Leonel Fernández  para plantear el asunto en la reunión del Grupo de Río, y el papel de otros mandatarios en ella, abren expectativas optimistas. Ni Chávez, ni Correa, pero tampoco Uribe pueden ser ajenos ahora a esa atención internacional preocupada por el mantenimiento de la seguridad en una región de la que todos forman parte. Tampoco pueden ignorar los esfuerzos de otros países como Francia o España, aunque éstos estén más volcados en el intercambio humanitario. El hecho de que se comience a hablar de un posible papel de la ONU en materia de control de fronteras es una advertencia para los tres países.

En cualquier caso, la principal constatación de estos días es la creciente debilidad de las FARC, no sólo en el plano militar, sino en el de sus apoyos sociales colombianos e internacionales. Las nuevas tecnologías militares, de las que el ejército colombiano dispone gracias al apoyo de los Estados Unidos dentro del Plan Colombia, llevan ya tiempo menoscabando la capacidad bélica de la guerrilla y acorralando a sus frentes, aislándolos unos de otros y limitando su estrategia. Si a esto se suma el también creciente descrédito interno e internacional, pese a los gestos pretendidamente humanitarios de liberación de rehenes, y las previsibles mayores dificultades que tendrán a partir de ahora para moverse fuera de Colombia, el panorama para las FARC debe ser preocupante. Pero que nadie, y menos Uribe, se llame a engaño. Las FARC, incluso mermadas, aún cuentan con capacidad operativa suficiente para mantener las hostilidades durante mucho tiempo. Eso y el gran número de personas secuestradas en su poder, que son usadas en ocasiones como escudos humanos, debiera hacer ser prudente en las expectativas de una solución militar al conflicto armado. Por no hablar de su capacidad económica que, aunque también dañada, sigue siendo considerable.

Por otra parte, los acontecimientos de las últimas semanas han hecho que pasen a segundo plano dos de los aspectos más relevantes del conflicto colombiano: el desplazamiento interno, que continúa, y el escándalo de la parapolítica. Las manifestaciones del día 6 de marzo fueron seguidas masivamente y recordaron que no sólo las FARC producen víctimas y quiebran la paz en Colombia, sino que el paramilitarismo, por más que desde el gobierno se quiera negar, sigue existiendo y sus nexos con sectores de la política y la economía también. La popularidad de Uribe ha crecido en las últimas semanas, y un elemental patriotismo le ha hecho contar con el apoyo de numerosos sectores de la población, pero debiera aprovechar este apoyo para afrontar decididamente la lucha contra la parapolítica.

Con todos estos datos, en un clima de mayor tranquilidad con sus vecinos, Uribe puede optar por un escenario exclusivo de línea dura en el combate contra la guerrilla o hacer algún gesto que abra la negociación, al menos, para conseguir la liberación de más rehenes y muy especialmente de Ingrid Betancourt. Y si opta por  dar algún paso en este segundo escenario, tanto él como Francia, saben que necesitan del apoyo de Chávez o Correa. Ambos están dispuestos a darlo pues también necesitan recomponer su imagen internacional. Todo parece indicar que las FARC también están dispuestas. ¿Por qué no aprovechar la oportunidad?

Una nota optimista para finalizar. Mucha suerte al concierto “Paz sin fronteras” que bajo los auspicios de Juanes se prepara en el puente Simón Bolívar que une Colombia y Venezuela el próximo día 16. Seguro que colombianos y venezolanos disfrutan con él. Y con ellos todos los que, como dicen allá, “le apostamos a la paz”.

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