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Entrevista a Jesús A. Núñez sobre el fin del Gobierno de Musharraf

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(Radio Nederland – Artículo 1)
Nueve años después de su abrupta llegada al poder (como resultado de un golpe de Estado), Pervez Musharraf se ve obligado a abandonar la escena política paquistaní. Ya en julio del pasado año, con ocasión de la matanza en la Mezquita Roja, apuntábamos que se iniciaba el final de su periplo como máximo mandatario nacional. Desde entonces, se han sucedido los errores de cálculo de quien creyó verse eternizado en el poder y los movimientos de sus rivales para acortar la agonía de quien ya sólo era un cadáver político.

Es así como se ha llegado a la renuncia del impopular presidente, intentando evitar la humillación de verse reprobado por el Parlamento, tal como habían decidido los líderes de la actual coalición gubernamental (Asif Zardari, por el Partido Popular de Paquistán, y Nawaz Sharif, por la Liga Musulmana-N). Asistimos, por tanto, al final de una etapa, pero sin que eso equivalga al arranque de otra más positiva.

Musharraf ha sido un actor instrumental, capaz, durante un tiempo que ya ha periclitado, de dotar de cierta estabilidad interna al país y de colaborar fielmente con Washington en su equivocada “guerra contra el terror” (especialmente en lo que hace referencia a Afganistán). Como otros antes que él, ha llegado a creerse imprescindible para hacer frente a los desafíos que acumula Paquistán; todo ello con un notorio sesgo autoritario que le ha ido restando apoyos y que le ha obligado a aceptar alianzas y vínculos con actores escasamente dispuestos a sacrificarse por su futuro (entre los que cabe destacar a sus propios camaradas de armas y a grupos islamistas bien consolidados). En esas condiciones, y sin poder presentar un positivo balance socioeconómico que le pudiera garantizar un apoyo popular suficiente para hacer frente a sus adversarios, sólo quedaba por ver cuánto tardarían sus antiguos rivales (hoy al frente del gobierno) por armar un ataque directo para eliminarlo.

Tratando de mirar un poco más allá de la noticia de hoy, cabe valorar, en primer lugar, el gesto del antiguo golpista por no añadir más inestabilidad al país, intentando resistir el embate hasta las últimas consecuencias. Seguramente esto ha sido el resultado de su convencimiento de que ya no cuenta con apoyos donde realmente interesa (en las fuerzas armadas y en Washington); pero eso no niega el reconocimiento a su abandono pacífico. En segundo lugar, y con una alta carga de preocupación, es inevitable pensar que lo ocurrido no aclara el panorama nacional para poder superar los graves problemas nacionales. Terminada la revancha personal entre rivales irreconciliables, nada permite suponer que las nuevas autoridades logren convivir pacíficamente entre ellas, ni que consigan superar la grave crisis económica en la que el país está sumido desde hace tiempo, ni que sean suficientemente serios en confrontar la emergente actividad de los diversos grupos islamistas radicales que pretenden un salto en el vacío. La vida, al menos en Paquistán, sigue igual.

 Entrevista a Jesús A. Núñez

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