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El terremoto de Chile: se repiten las pautas

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Tras un año como el 2009 que fue bastante benigno en materia de grandes desastres de componente natural, los primeros meses del año 2010 están siendo especialmente duros, sobre todo en lo que se refiere a terremotos, y ello vuelve a poner de manifiesto algunas cuestiones que ya fueron señaladas en ocasiones anteriores. Es evidente que los casos de Haití y Chile son muy diferentes y las propias cifras de víctimas y los datos sobre daños así lo muestran. Pero hay también algunas similitudes entre ellos y con otros casos anteriores que conviene señalar, ya que se muestran como algo recurrente en este tipo de situaciones y se convierten, de facto, en patrones que habría que tratar de mejorar. Sucedió en L´Aquila (Italia), en Pakistán, en Gujarat (India), en Bam (Irán), y en otros muchos casos.

Retraso en el reconocimiento de los daños y en las peticiones de ayuda internacional. Para cualquier gobierno resulta siempre duro el reconocer que la situación le desborda y que necesita de ayuda internacional. Los primeros días tras los desastres lo habitual es que los gobernantes de turno traten de minimizar las cifras y de trasmitir mensajes de tranquilidad a sus poblaciones. Y lo habitual, también, es que, al cabo de unos días, deban reconocer lo evidente –que la situación les ha superado- y realicen un llamamiento de ayuda internacional. Ha sucedido ahora en Chile y es una pauta muy habitual, sobre todo en países con cierto nivel de desarrollo y de solidez en los servicios públicos. Junto a criterios técnicos o de falta de claridad en los primeros diagnósticos de la situación, se suelen mezclar aspectos de orgullo e incluso de nacionalismo. Y lo lamentable es que este tipo de situaciones, por comprensibles que sean, inciden en los retrasos en la respuesta y eso puede ser grave. Además, en éste como en otros sectores, se da un cierto equilibrio entre la «oferta y la demanda»; es decir, también los organismos internacionales y muchos estados y ONG presionan a los países afectados por desastres para que permitan el envío de ayuda externa. De alguna forma, es una de las caras amables de la globalización: nada nos es ajeno y tampoco somos ajenos al sufrimiento humano de personas de otras latitudes.

Dificultades para obtener cifras reales de víctimas y fallecidos. El baile de cifras que suele suceder en los días posteriores al desastre suele ser enorme, y ello contribuye a la desconfianza de ciertos sectores de la población y a aumentar la imagen de caos y descontrol que sigue a toda emergencia. En cualquier caso, en el terremoto de Chile y en un país con sistemas de respuesta a desastres y servicios de salud bastante sólidos, y con censos de población rigurosos, resulta sorprendente este cambio en las cifras que disminuyen las estimaciones de 800 víctimas mortales a 279 de un día para otro.

Responsabilidad de las empresas constructoras por incumplimiento de normas antisísmicas. Aquí también la pauta es recurrente. Tras el desastre se suele comprobar que algunas edificaciones fueron construidas sin respetar las normas existentes –en el caso de Chile muy precisas y exigentes al ser un país con elevada probabilidad de este tipo de eventos- , lo que conlleva responsabilidades incluso penales de los constructores. Éstos suelen negar estas evidencias y tratan de achacar la tragedia exclusivamente al evento natural. Pero la experiencia muestra que en un elevado porcentaje de casos, las pérdidas hubieran sido menores si se hubieran seguido de modo riguroso las normas previstas. El caso de Japón, tras los fuertes terremotos sufridos en los últimos años y en especial el de Kobe, es un buen ejemplo de cómo el control de las edificaciones reduce el riesgo de un modo muy importante.

El «negocio» de la reconstrucción. Por último, las tareas de rehabilitación y reconstrucción tras desastres naturales o conflictos bélicos son vistas por muchos como excelentes oportunidades de negocio y, por ello, tratan de tomar posiciones en este mercado. Nada que objetar a que las empresas busquen aportar sus conocimientos y experiencia en estas complejas situaciones. Pero a veces la presión de los sectores empresariales ligados a la reconstrucción falsea los diagnósticos, incide en la toma de decisiones, y hace que éstas se hagan sin tener en cuenta lo prioritario: planificar la reconstrucción de modo que no se vuelva a la situación de vulnerabilidad que agravó el desastre. Y más aún, que reduzca los riesgos ante futuros desastres.
Los organismos humanitarios y de cooperación para el desarrollo han extraído lecciones de los terremotos de años anteriores y muchas de ellas se recogen en un informe publicado recientemente en español por ALNAP (Red de evaluación de la acción humanitaria) que tiene gran interés. El informe «Respuesta a los terremotos 2008. Lecciones de las operaciones de auxilio y recuperación en casos de terremoto» puede consultarse las páginas web www.alnap.org o www.iecah.org .

Querámoslo o no, vivimos con el riesgo, como decía el sociólogo Ulrich Beck, y, por tanto, debemos prepararnos del modo más eficaz para ello. Pese a la sensación que se produce tras cada gran desastre de que es muy distinto de otros casos, la realidad nos dice que las cosas se parecen bastante. Las experiencias anteriores y el análisis de los errores del pasado debieran servir para no repetirlos.

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