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El fantasma de la «invasión» de refugiados afganos

Refugiados afganos. 

Para ABC.es.

Que, ante los tremendos desafíos que plantea el fracaso de una desventura militarista liderada por Washington y el colapso de un Gobierno afgano corrupto e incompetente, lo que ocupe la atención de algunos gobiernos occidentales sea la posible «invasión» de refugiados da una idea de la cortedad de miras reinante y de la ausencia de autocrítica en la potenciación del problema que representa Afganistán. Por supuesto, habrá algunos de los casi cuarenta millones de afganos que, afortunadamente, lograrán salir del infierno talibán. Y serán muchos menos aún los que tengan medios propios para encarrilar su vida a partir de la tragedia vivida y los que reciban apoyo real de la comunidad internacional. Los demás, como tantas otras veces, quedarán abandonados

 en manos de mafias que trafican con su desgracia, dando tumbos de un país a otro, sin lograr salir nunca de la miseria y la explotación.

Lo que cabe plantearse entonces, desde la privilegiada posición occidental de quienes hemos contribuido al desastre, es si nos tomamos en serio los compromisos que hemos asumido, como la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados (1951), o, simplemente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Con eso y una pizca de valores morales y éticos, sabiendo que la mayoría de ellos quedarán atrapados en la vecindad de Afganistán (con Pakistán e Irán como destinos preferentes), nos colocaríamos no solo a la altura de nuestros principios sino también a la de nuestras necesidades.

Hace bien España en postularse como el punto focal de recepción de las personas que ahora están siendo evacuadas, entre las que se encuentran colaboradores afganos de los distintos países de la Unión, asumiendo el reto de su posterior reparto entre los Veintisiete. Pero obviamente no basta con eso, dado que la previsible barbarie talibán obliga a plantear una respuesta multilateral y multidireccional, no solo asistencial, tanto para los que sigan dentro de Afganistán como para los que malvivan en los alrededores. Y eso es, por supuesto, compatible con controlar nuestras fronteras y hacer frente a la amenaza terrorista. Pero no a cualquier precio.

Lo malo es que hasta ahora los Veintisiete (no por falta de medios sino de voluntad política) se han empeñado en una política de inmigración y asilo que ha demostrado sobradamente su inoperancia. Aunque es bien obvio que no existe ninguna valla lo suficientemente disuasoria para frenar a los desesperados que no tienen nada que perder, el modelo actual sigue basándose en crear más y más obstáculos físicos, en ampliar los despliegues militares y policiales para rechazar a quienes huyen de la muerte y la miseria y en apoyar a gobiernos de emisión o de tránsito para que acepten su repatriación. Y eso, sencillamente, no funciona.

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