El dilema electoral africano
Mientras el mundo observa como diversos estados árabes se rebelan contra regímenes autoritarios, muchos países africanos ven como las elecciones, intrínsecas al sistema democrático, se convierten en uno de los mayores peligros para la de por si inestable situación política de los mismos. El día 18 de febrero fue el turno de Uganda, ejemplo de desarrollo y estabilidad desde la llegada de Musenveni. Sin embargo, varios ejemplos anteriores ponen a la comunidad internacional en alerta ante posibles enfrentamientos. Es importante, por lo tanto, entender que motivos provocan que lo que a priori debe ser la expresión máxima de la resolución pacífica de controversias se convierta en un factor desencadenante de enfrentamientos armados. Es imprescindible entender las razones últimas de dicha dicotomía.
El caso que despertó la atención de la comunidad internacional fue Kenia, donde un posible fraude electoral provocó un enfrentamiento civil entre diferentes etnias de uno de los países más prósperos y estables del continente. El gobierno de Kibaki no quiso reconocer el resultado de las elecciones y la victoria de Odinga, por lo que se negó a aceptar la pérdida de poder que ello significaba. Violentos enfrentamientos entre las étnicas de Kibaki y Odinga explotaron en Nairobi y otras ciudades. Tras días de enfrentamientos la mediación de Kofi Annan obtuvo un acuerdo entre ambas partes para crear un gobierno de unidad, es decir, el anterior gobierno consiguió lo que buscaba, mantenerse en el poder. El ejemplo keniata se extendió rápidamente por todo el continente, quedó claro que las elecciones eran una técnica más de reparto de poder. Si a la vez se obtenía la movilización suficiente con un nivel de violencia aceptable, se podía obtener acceso al poder, con los beneficios que dicho acceso conlleva.
El sistema democrático es un sistema competitivo, donde diferentes opciones políticas, muchas veces antagónicas se enfrentan. Dicho enfrentamiento debe, por lo tanto, plantearse dentro de una lógica democrática de la sociedad, es decir, sobre unas bases intrínsecas al sistema donde la decisión de la mayoría debe ser acatada. Para ello, los estados no solo deben contemplar las elecciones como un sistema de control de la sociedad sobre el gobierno, sino que dichos gobiernos deben ser al mismo tiempo legítimos y eficientes independientemente de quién gobierne. En el caso africano habitualmente existen las bases institucionales para dicha competición –parlamentos, votaciones o partidos políticos- pero las bases sociales para aceptar los resultados no están establecidas. La legitimidad y la eficacia de muchos estados africanos se encuentran seriamente mermadas por diferentes razones. Es esta la razón por la cual las elecciones, sistema a priori pacífico, se convierten en un detonante de conflicto armado.
La formación de los estados africanos no responde a coyunturas culturales o geográficas, sino a la extensión de las potencias coloniales por el continente. Dichas potencias no respondieron con fronteras a realidades culturales por lo que se crearon “islas de poder” desde las que se controlaban los territorios cercanos, siendo ese control menor según se alejaba del centro de poder. Tras la independencia se mantuvo en gran medida dicho elemento, aunque la filosofía de un mundo compuesto por estados-naciones con fronteras contiguas provocó la creación de estados completamente artificiales en la mayoría de los casos. Durante los primeros años de independencia se gozó en muchos estados de la llamada “legitimidad post-colonial”, sin embargo, dicho factor ha desaparecido en la gran mayoría de los países. A día de hoy, esto provoca que muchos estados africanos carezcan de legitimidad frente a todos sus ciudadanos ya que el poder del centro o isla de poder se ve diluido según avanzan los kilómetros.
Por otro lado, la gran mayoría de los estados africanos son visto por sus ciudadanos como poco eficientes. El principio básico de la eficacia se centra en la capacidad de proveer a los ciudadanos con los bienes políticos básicos, principalmente, seguridad, identidad y desarrollo. La ausencia de legitimidad en la mayoría de los casos provoca que el estado no sea capaz de detentar el monopolio legítimo de la violencia necesario para la seguridad. A sí mismo, la creación de estados artificiales provoca que muchos grupos culturales no se sientan identificados con el estado y solo se identifiquen con su etnia, que es al final la única que se “preocupa” por su bienestar. En cuanto al desarrollo, la gran corrupción y la falta de implantación del estado y sus normas dentro de las fronteras del mismo provoca que el desarrollo económico se dificulte en regiones ya de por si desfavorecidas económicamente.
Sumado a las razones intrínsecas de los estados africanos, se suma una historia de golpes de estado y accesos violentos al poder –habitualmente apoyados por potencias occidentales o regionales- que han generado en la mayoría de los estados una ausencia de mentalidad democrática en su población. Dicha población no contempla la democracia como posible ya que no ve al estado como legitimo y generalmente carece de ejemplos propios de cambios de poder pacíficos. Al mismo tiempo, el sistema democrático se ve impregnado por los problemas intrínsecos del continente. Muchos partidos se asientan sobre líneas étnicas y el voto se ve sesgado por dichas líneas; votar al representante de cada etnia es una responsabilidad más que una opción –consecuencia clara de la ausencia de identidad común en los estados. Por lo tanto, el sistema siempre será injusto para todas las etnias minoritarias. Dichas etnias nunca podrán acceder al poder salvo por la fuerza.
Aunque no existe, evidentemente, una fórmula mágica para la solución de estos problemas, el entendimiento de dichos procesos y sus consecuencias debe ayudar a la comunidad internacional a plantear acciones pertinentes. Dentro de estas acciones más factibles hay dos que deben animar y asegurar mayores beneficios de dichas elecciones. Por un lado, se debe incentivar la creación de partidos transnacionales, que no se asienten en líneas étnicas sino ideológicas, para poder ser representantes de toda la nación e incrementar la identificación de los habitantes con el estado. Por otro lado, el ejemplo de la comisión electoral india –un grupo independiente y legítimo de funcionarios que velan por una votación y recuento legal y limpio y que es una de las bases de la mayor democracia del mundo- puede ser copiado por diversas naciones africanas. Esto asegurará que los resultados son aceptados y que no queda espacio ni para el fraude electoral ni para las reclamaciones carentes de justificación.
Este año están programadas las elecciones de Benin, Níger, Nigeria, Republica Centroafricana, Cabo Verde y Camerún entre otras. Mientras tantos países como Costa de Marfil se mantienen a la espera de la solución de sus problemas surgidos de las elecciones. La comunidad internacional debe, por lo tanto, mantenerse atenta a dichos procesos, más si cabe con el recuerdo fresco de las revoluciones que han cambiado completamente el panorama político en el norte de África y que amenaza a diferentes estados autocráticos árabes.
El caso que despertó la atención de la comunidad internacional fue Kenia, donde un posible fraude electoral provocó un enfrentamiento civil entre diferentes etnias de uno de los países más prósperos y estables del continente. El gobierno de Kibaki no quiso reconocer el resultado de las elecciones y la victoria de Odinga, por lo que se negó a aceptar la pérdida de poder que ello significaba. Violentos enfrentamientos entre las étnicas de Kibaki y Odinga explotaron en Nairobi y otras ciudades. Tras días de enfrentamientos la mediación de Kofi Annan obtuvo un acuerdo entre ambas partes para crear un gobierno de unidad, es decir, el anterior gobierno consiguió lo que buscaba, mantenerse en el poder. El ejemplo keniata se extendió rápidamente por todo el continente, quedó claro que las elecciones eran una técnica más de reparto de poder. Si a la vez se obtenía la movilización suficiente con un nivel de violencia aceptable, se podía obtener acceso al poder, con los beneficios que dicho acceso conlleva.
El sistema democrático es un sistema competitivo, donde diferentes opciones políticas, muchas veces antagónicas se enfrentan. Dicho enfrentamiento debe, por lo tanto, plantearse dentro de una lógica democrática de la sociedad, es decir, sobre unas bases intrínsecas al sistema donde la decisión de la mayoría debe ser acatada. Para ello, los estados no solo deben contemplar las elecciones como un sistema de control de la sociedad sobre el gobierno, sino que dichos gobiernos deben ser al mismo tiempo legítimos y eficientes independientemente de quién gobierne. En el caso africano habitualmente existen las bases institucionales para dicha competición –parlamentos, votaciones o partidos políticos- pero las bases sociales para aceptar los resultados no están establecidas. La legitimidad y la eficacia de muchos estados africanos se encuentran seriamente mermadas por diferentes razones. Es esta la razón por la cual las elecciones, sistema a priori pacífico, se convierten en un detonante de conflicto armado.
La formación de los estados africanos no responde a coyunturas culturales o geográficas, sino a la extensión de las potencias coloniales por el continente. Dichas potencias no respondieron con fronteras a realidades culturales por lo que se crearon “islas de poder” desde las que se controlaban los territorios cercanos, siendo ese control menor según se alejaba del centro de poder. Tras la independencia se mantuvo en gran medida dicho elemento, aunque la filosofía de un mundo compuesto por estados-naciones con fronteras contiguas provocó la creación de estados completamente artificiales en la mayoría de los casos. Durante los primeros años de independencia se gozó en muchos estados de la llamada “legitimidad post-colonial”, sin embargo, dicho factor ha desaparecido en la gran mayoría de los países. A día de hoy, esto provoca que muchos estados africanos carezcan de legitimidad frente a todos sus ciudadanos ya que el poder del centro o isla de poder se ve diluido según avanzan los kilómetros.
Por otro lado, la gran mayoría de los estados africanos son visto por sus ciudadanos como poco eficientes. El principio básico de la eficacia se centra en la capacidad de proveer a los ciudadanos con los bienes políticos básicos, principalmente, seguridad, identidad y desarrollo. La ausencia de legitimidad en la mayoría de los casos provoca que el estado no sea capaz de detentar el monopolio legítimo de la violencia necesario para la seguridad. A sí mismo, la creación de estados artificiales provoca que muchos grupos culturales no se sientan identificados con el estado y solo se identifiquen con su etnia, que es al final la única que se “preocupa” por su bienestar. En cuanto al desarrollo, la gran corrupción y la falta de implantación del estado y sus normas dentro de las fronteras del mismo provoca que el desarrollo económico se dificulte en regiones ya de por si desfavorecidas económicamente.
Sumado a las razones intrínsecas de los estados africanos, se suma una historia de golpes de estado y accesos violentos al poder –habitualmente apoyados por potencias occidentales o regionales- que han generado en la mayoría de los estados una ausencia de mentalidad democrática en su población. Dicha población no contempla la democracia como posible ya que no ve al estado como legitimo y generalmente carece de ejemplos propios de cambios de poder pacíficos. Al mismo tiempo, el sistema democrático se ve impregnado por los problemas intrínsecos del continente. Muchos partidos se asientan sobre líneas étnicas y el voto se ve sesgado por dichas líneas; votar al representante de cada etnia es una responsabilidad más que una opción –consecuencia clara de la ausencia de identidad común en los estados. Por lo tanto, el sistema siempre será injusto para todas las etnias minoritarias. Dichas etnias nunca podrán acceder al poder salvo por la fuerza.
Aunque no existe, evidentemente, una fórmula mágica para la solución de estos problemas, el entendimiento de dichos procesos y sus consecuencias debe ayudar a la comunidad internacional a plantear acciones pertinentes. Dentro de estas acciones más factibles hay dos que deben animar y asegurar mayores beneficios de dichas elecciones. Por un lado, se debe incentivar la creación de partidos transnacionales, que no se asienten en líneas étnicas sino ideológicas, para poder ser representantes de toda la nación e incrementar la identificación de los habitantes con el estado. Por otro lado, el ejemplo de la comisión electoral india –un grupo independiente y legítimo de funcionarios que velan por una votación y recuento legal y limpio y que es una de las bases de la mayor democracia del mundo- puede ser copiado por diversas naciones africanas. Esto asegurará que los resultados son aceptados y que no queda espacio ni para el fraude electoral ni para las reclamaciones carentes de justificación.
Este año están programadas las elecciones de Benin, Níger, Nigeria, Republica Centroafricana, Cabo Verde y Camerún entre otras. Mientras tantos países como Costa de Marfil se mantienen a la espera de la solución de sus problemas surgidos de las elecciones. La comunidad internacional debe, por lo tanto, mantenerse atenta a dichos procesos, más si cabe con el recuerdo fresco de las revoluciones que han cambiado completamente el panorama político en el norte de África y que amenaza a diferentes estados autocráticos árabes.