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El Ártico es el nuevo Far West

Para el Equal Times

En esta imagen de agosto de 2019, el rompehielos ruso de propulsión nuclear ‘50 Let Pobedy’ de clase Arktika, atraca cerca del Polo Norte, en la región Ártica (Pavel Lvov/Sputnik via AFP).

Junto con la renovada carrera espacial los territorios comprendidos al norte del Círculo Polar Ártico asemejan un nuevo Far West, entendido tanto en su versión de apetitoso terreno a conquistar y a explotar por quienes se atrevan a traspasar los límites de lo conocido, como en la de competencia sin freno entre aventureros y emprendedores de todo tipo. Y, al menos de momento, no contamos con un marco legal lo suficientemente sólido como para asegurar que lo que se avecina vaya a ser precisamente un proceso exento de problemas o, incluso, de choques directos violentos.

El factor desencadenante de este ya imparable proceso no es otro que la crisis climática. La gravedad del problema se hace bien visible en cuanto se toma en consideración que el calentamiento en el Ártico es el triple que el registrado de media en el resto del planeta. Eso se traduce, por un lado, en considerables problemas de sostenibilidad, en primera instancia, para los 4,2 millones de personas que habitan esas zonas y para la fauna y la flora de un entorno tan exigente y delicado y, por extensión, para el resto del planeta.

Pero, por otro, también supone la desaparición de placas de hielo permanente o, lo que es lo mismo, la apertura de rutas marítimas hasta ahora prácticamente vedadas la mayor parte del año (el Pasaje Noroeste y la ruta del Mar del Norte de Rusia) y una mayor accesibilidad a potenciales recursos minerales, pesqueros y energéticos.

Alternativa a Suez

En términos comerciales la ruta del norte entre Hamburgo y Shanghái es 4.900km más corta que la que pasa por el canal de Suez. Eso significa no solo unos diez días menos de navegación, frente a los 34-40 de media actuales por Suez (la necesidad de rompehielos, el mal tiempo y los obstáculos previsibles no permiten avanzar a la misma velocidad que por aguas cálidas), sino también un ahorro en combustible y gastos de personal, menor contaminación y un abaratamiento de los seguros, al tratarse de zonas sin piratería (de momento).

Si en 2013 ya hubo 71 pasajes a través de la ruta ártica (transportando un millón de toneladas, frente a los más de 17.000 tránsitos y más de 915 millones que pasaron por Suez), en 2020 ya se transportaron 33 millones de toneladas.

Aunque todavía Suez sigue siendo la vía prioritaria, accidentes como el bloqueo provocado este año por el buque Ever Given y el progresivo deshielo ártico han llevado a Rusia a declarar que para 2035 esa ruta del norte puede ser plenamente operativa. De momento, en febrero pasado, el buque GNL Christophe de Margerie completó por primera vez la ruta del Mar del Norte de Rusia en pleno invierno desde Sabetta (Rusia) hasta Jiangsu (China).

Rusia es, con diferencia, el país mejor situado para beneficiarse de ese potencial negocio. Más del 60% de la región ártica está ubicada en territorio ruso y también alberga más del 80% de toda la población. Aunque sería irreal concluir que pronto esa ruta pueda reemplazar a la de Suez, resulta obligado tomarla ya en consideración, aunque nada sustancial será posible hasta que se construyan infraestructuras a lo largo de esas costas −puertos, ferrocarriles, redes eléctricas, aeropuertos…−, tanto para atender las necesidades de buques y tripulaciones en tránsito, como para poder mover las mercancías entre los productores y los consumidores. De momento, aunque Rusia estima que son necesarios unos 200.000 millones de dólares (165.000 millones de euros) hasta 2050 para crear esas condiciones competitivas, de los que 87.000 ya tendrían que estar invertidos para 2024, el hecho es que hasta el pasado año tan solo se habían contabilizado 14.000 en inversiones reales (72.000 y 11.500 millones de euros, respectivamente).

Por lo que respecta a las potenciales riquezas almacenadas en su subsuelo, se estima que la región podría albergar más del 30% de todo el gas y al menos el 13% todo el petróleo por descubrir y rentabilizar en el mundo. Y también en este caso Rusia, que plantó su bandera a 4.261 metros bajo el Polo Norte en agosto de 2007, sobresale como el potencialmente más beneficiado, dado que se entiende que el 80% del total está en territorio que Moscú reclama como propio. También aquí se repite el mismo problema de falta de infraestructuras para rentabilizar esa enorme potencialidad y aunque ya hay proyectos en marcha −como el de gas natural licuado de Yamal− no parece que ni Rosneft ni Gazprom se animen todavía, a la espera de incentivos y ventajas fiscales que pueda ofrecer el Kremlin.

¿Quién gestiona los intereses en juego?

A partir de esos indicios, y cuando quedan todavía muchas dudas por despejar, resulta inmediato constatar que aumenta la presión y la codicia de diferentes actores interesados en colocarse en posiciones de ventaja a corto plazo (cabe recordar que Donald Trump incluso anunció su intención de comprar Groenlandia en 2019). Y el problema, entre otros, es que hasta hoy tan solo existe un organismo, el Consejo Ártico, escasamente dotado para gestionar adecuadamente los intereses en juego. El Consejo fue creado hace ahora 25 años (Declaración de Ottawa, 1996), con un perfil estrictamente de cooperación en asuntos medioambientales y desarrollo sostenible, excluyendo explícitamente los temas de seguridad militar. A él pertenecían inicialmente las seis comunidades indígenas de la zona, junto a Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia y Suecia. Posteriormente, desde mayo de 2013, se han añadido China, Corea del Sur, India, Italia, Japón y Singapur, como Estados miembros observadores.

En su última reunión, celebrada en Reikiavik los pasados días 19 y 20 de mayo, Rusia asumió la presidencia rotatoria para los dos próximos años, dando a conocer, por primera vez en la historia del Consejo, un plan estratégico para los próximos diez años, centrado en luchar contra el calentamiento global, preservar la paz y la cooperación en la lucha contra el cambio climático, la ciencia y la seguridad. Una forma todavía disimulada de entrar en el tema de la seguridad y la defensa, con una propuesta concreta de reiniciar las reuniones regulares entre los jefes militares de los Estados miembros (suspendidas desde la anexión rusa de Crimea, en 2014) y otra para celebrar una Cumbre de jefes de Estado y de gobierno durante su presidencia.

Y es que la militarización de la región se hace cada vez más evidente. Por un lado, Rusia parece haber tomado la cabeza, con planes de reactivación de bases exsoviéticas, como la del archipiélago de Nueva Zembla, y la modernización de la Flota del Norte, que supone dos tercios de toda su flota de guerra.

Adicionalmente está desplegando estaciones de radar en esas islas, en la isla de Wrangel y en Cabo Schmidt (en el extremo oriental) y creando dos brigadas motorizadas con base en Múrmansk (cerca de Noruega) y en la región autónoma de Yamalia-Nenetsia. Asimismo, está ampliando su base aérea de Nagurskoye y construyendo dos bases permanentes en las islas Alexandra y Kotelny, pensadas no tanto para el combate como para monitorear lo que ocurra en la zona y para mostrar su bandera, entendiendo que el futuro acabará deparando crecientes controversias sobre soberanía nacional y derechos de propiedad.

En paralelo, Estados Unidos, consciente de su desventaja (no tiene ningún puerto al norte del estrecho de Bering, todavía no ha firmado la convención de la ONU sobre Derecho del Mar y solo cuenta con tres rompehielos, frente a los más de cuarenta rusos), trata, por un lado, de vencer las reticencias de Canadá para que le permita ejercer un mayor dominio del Pasaje del Noroeste, lo que le garantizaría una mayor libertad de movimientos hacia el Ártico.

Por otro, procura aumentar su nivel de cooperación con los países europeos nórdicos, con despliegues como los que, por primera vez, llevó a cabo en febrero pasado, situando bombarderos estratégicos B-1B en territorio noruego, o participando nuevamente en los ejercicios aéreos Arctic Challenge Excercise (ACE21). Un ejercicio que se acaba de desarrollar a principios de este mes de junio (entre los días 7 y 18), con Noruega actuando de anfitrión de los más de setenta aviones y más de 3.000 efectivos de Alemania, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia, Países Bajos, Reino Unido y Suecia, con el añadido de aviones AWACS de la OTAN. Es la quinta vez desde 2013 que se lleva a cabo y, a pesar de las restricciones impuestas por la pandemia de la covid-19, ha dejado claro el interés compartido por mejorar sus sistemas de cooperación… con Rusia en mente.

En definitiva, una situación crecientemente desafiante en medio de una carrera por obtener ventaja y sin que parezca que haya voluntad por poner suficiente freno ni al cambio climático ni por prevenir los roces que, a buen seguro, van a producirse.

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