Día Mundial Humanitario: poco que festejar, mucho que reflexionar
El 19 de agosto del año 2003, hace ahora justo diez años, 22 trabajadores de las Naciones Unidas fueron asesinados en Bagdad en un terrible atentado. Entre ellos, muchos miembros de agencias humanitarias con el brasileño Sergio Vieira de Mello, como Representante Especial del Secretario General, a la cabeza. Tras ese lamentable crimen la ONU instituyó el día 19 de agosto de cada año como Día Mundial Humanitario para rendir un homenaje a las víctimas, pero también para recordar que el entorno de seguridad en el que trabajan las organizaciones humanitarias y su personal es cada vez más complejo. La retirada la semana pasada de Médicos sin Fronteras de Somalia, una de las crisis humanitarias más graves que vive nuestro mundo, o la imposibilidad para acceder a las víctimas en ciertas zonas de Siria o la República Democrática del Congo (RDC), son una muestra evidente de que el trabajo humanitario, que siempre se ha realizado en situaciones difíciles en los conflictos armados, se ha tornado todavía más arriesgado y plantea numerosos retos.
Crece la ayuda, crece la inseguridad
El crecimiento de la ayuda humanitaria iniciado en la década de los noventa, alcanzando cifras de más de 10.000 millones de dólares al año de media, ha ido parejo a un aumento de la inseguridad en que las operaciones humanitarias se desenvuelven. El crecimiento de los desastres debidos a amenazas naturales, la nueva tipología de los conflictos armados, el peso cada vez mayor en ellos de grupos armados irregulares, la vinculación de los conflictos «clásicos» con nuevas situaciones de violencia ligadas a otros fenómenos, pero también la enorme visibilidad que tiene la ayuda humanitaria, han hecho que las cuestiones humanitarias se hayan ido convirtiendo en un aspecto clave en las relaciones internacionales. Y lamentablemente, eso ha tenido consecuencias sobre el terreno en el que actúan las organizaciones humanitarias.
Según datos del Aid Worker Security Report (2012) los incidentes de seguridad se han triplicado en la última década y la media de muertes anuales de trabajadores humanitarios en estas situaciones es de más de 100, alcanzando más de 300 en el año 2011. Un gran número de incidentes graves y de bajas, el 72%, se concentra en cuatro escenarios: Afganistán, Somalia, Pakistán y Sudán, aunque en otros conflictos como Siria, RDC o incluso Costa de Marfil, República Centroafricana o Colombia, el acceso de las organizaciones humanitarias a las poblaciones afectadas sufre enormes restricciones. Equipos de muchas organizaciones humanitarias han debido ser evacuados de todos estos contextos en los últimos años. El tipo de ataques que sufren las organizaciones humanitarias es cada vez más sofisticado y selectivo, y el número de secuestros ha crecido espectacularmente en los últimos cuatro años, convirtiéndose en una de las amenazas más graves para el quehacer humanitario. Incluso en contextos que se creían seguros como, por ejemplo, los campos de refugiados saharauis en Tinduf (Argelia), se han producido secuestros de trabajadores humanitarios.
Los efectos que estas dificultades de acceso y seguridad tienen sobre las poblaciones víctimas de la violencia son enormes y en algunos de los contextos antes citados, las tareas de protección de las víctimas y de sus derechos, especialmente el derecho internacional humanitario (DIH), se han vuelto imposibles. Incluso el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha sido víctima de ataques y ve dificultada su tarea de velar por el cumplimiento del DIH. Tampoco muchos estados firmantes de los Convenios de Ginebra y los Protocolos Adicionales facilitan su labor.
Adaptación de estrategias por parte de las organizaciones humanitarias
Para poder seguir prestando asistencia y protección en estas situaciones complejas las organizaciones humanitarias han debido adaptar sus esquemas de actuación, de modo que se pueda seguir trabajando con los afectados por las crisis, pero se minimicen los riesgos para el personal. La mayor parte de estas estrategias de adaptación confieren mayor peso a las organizaciones y trabajadores locales, incorporan personal proveniente de las diásporas de aquellos conflictos, adoptan un perfil de visibilidad muy bajo, y establecen sistemas de gestión por «control remoto», de modo que la presencia de personal expatriado sobre el terreno sea la mínima imprescindible. Estos nuevos modos de actuar han resultado muy exitosos en ciertos escenarios pero han transferido el riesgo a los trabajadores y organizaciones locales que han sido en los últimos años víctimas destacadas de la violencia. Y eso plantea, desde luego, dilemas éticos para las organizaciones.
En cualquier caso, las organizaciones humanitarias tratan de conseguir la aceptación por parte de los contendientes –el que se les deje actuar en torno a los principios humanitarios de humanidad, independencia e imparcialidad- y son cada vez más conscientes de que la percepción que de ellas se tenga por parte de los grupos beligerantes y de las propias víctimas es esencial para su aceptación. Por ello, en muchas ocasiones, las organizaciones no gubernamentales (ONG) tienen más posibilidades de actuar. Y guste o no, los aspectos culturales y religiosos están jugando un papel en esas posibilidades de aceptación y presencia, y es así como hay que entender el auge de las organizaciones humanitarias de carácter islámico como el Islamic Relief, entre otras. Evidentemente, también eso plantea retos sobre la universalidad de los valores y principios humanitarios, pero ese es otro tema.
Más allá de la seguridad: algunos retos de la acción humanitaria en un mundo en cambio
Los cambios en el escenario internacional han influido sobre la acción humanitaria y, al margen de las consideraciones sobre seguridad pertinentes en un día como hoy, plantean retos que las organizaciones humanitarias deben abordar con decisión. Enumeramos aquí brevemente algunos de ellos.
En primer lugar el mantenimiento de los principios humanitarios y de la independencia de lo humanitario respecto otros componentes de la política exterior o de seguridad de los estados. El uso instrumental de la ayuda al servicio de otros intereses políticos, estratégicos, militares, incluso económicos, ha mermado su credibilidad y la han hecho aparecer como un mero apéndice de otras políticas. Los «enfoques integrados», o el uso de la retórica humanitaria como legitimadora de intervenciones de dudoso carácter humanitario han sido muy perjudiciales en el pasado y deben, por tanto, abordarse como reto inexcusable de futuro.
La incorporación de la acción humanitaria dentro de las políticas públicas de muchos estados y de la propia ONU a partir de la Resolución 46/182 de año 1991, puede considerarse algo positivo. Pero debe hacerse, como la propia Resolución proclama, en torno a los principios humanitarios.
Vinculado con lo anterior, la ayuda humanitaria debe recuperar una verdadera universalidad rompiendo la patrimonialización por parte de lo occidental y abriéndose a otras culturas y otros referentes. Y en ese proceso los llamados «nuevos donantes», entre los que se encuentran países árabes, pero también de América Latina o Asia pueden jugar un papel relevante. El llamado sistema humanitario internacional está necesitado de nuevos aires para evitar la percepción neocolonial que para mucha gente tiene. El mero reconocimiento del enorme papel que las organizaciones locales y los estados afectados por las crisis juegan en la respuesta humanitaria, debería hacer reflexionar sobre este aspecto. La cooperación Sur – Sur podría jugar un papel importante y debiera extraer lecciones de casos como el de la respuesta al terremoto de Haití del año 2010.
También debe abordarse la que podríamos llamar despatrimonialización institucional abriéndose a otras organizaciones. Ninguna institución, ni las ONG ni las Naciones Unidas, ni los estados, tiene el patrimonio de la solidaridad y, máxime en épocas de crisis económica, debe incorporarse a otros actores. Servicios de protección civil, sectores empresariales a través del partenariado público privado, tendrían mucho que aportar. Máxime si entendemos que la ayuda humanitaria no es solo la respuesta tras la emergencia provocada por el desastre o el conflicto sino que incluye elementos de preparación, de prevención, de reducción del riesgo, de resiliencia, en los que muchas instituciones pueden aportar su valor añadido y su saber hacer.
Sea como fuere, la acción humanitaria sigue y seguirá siendo muy importante en nuestro mundo y, por tanto, repensarla en días como hoy es fundamental.