Defender los derechos humanos en un mundo que no los respeta
Para Revista Profesiones
El 10 de diciembre de 2023 se cumple el 75 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DD.HH.) aprobada solemnemente por la Asamblea General de las Naciones Unidas en un mundo marcado por las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. Un año más tarde, en 1949, se aprobaban los nuevos Convenios de Ginebra de derecho internacional humanitario (DIH) que incluían uno nuevo, el Cuarto, dedicado específicamente a la protección de la población civil en los conflictos armados. En 1951 se aprobaba la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados y se aceleraba el proceso de aprobación de nuevos instrumentos de protección de derechos en muchas materias y hacia colectivos específicos. Parecía ponerse en marcha un sistema internacional, tanto jurídico como institucional, que tomaba los derechos de personas y colectivos como una de sus señas de identidad. La utopía de una humanidad formada por seres humanos iguales en derechos parecía, poco a poco, abrirse paso.
Sin embargo, en estas más de siete décadas el mundo ha cambiado mucho y se han producido junto a algunos avances, importantes retrocesos y flagrantes incumplimientos en materia de derechos humanos y DIH que nos hacen dudar sobre que aquellas ideas de la Declaración de 1948 tengan validez en el mundo de hoy. De hecho, dada la situación actual que vivimos con numerosas violaciones de los derechos más básicos y con una comunidad internacional, con la ONU a la cabeza, que no tiene capacidad para impedirlas, sería necesario preguntarse ¿qué pasaría si hoy se debatiera en la ONU una nueva Declaración de DD.HH.? ¿Sería más avanzada e incluiría cuestiones en las que se han dado pasos en estas décadas como las cuestiones de género, los derechos ambientales, los aspectos culturales, las minorías …? O, por el contrario, ¿sería más restrictiva y recortaría algunos derechos? ¿Se podría llegar a un consenso básico como el que se alcanzó en 1948?
Si me permiten la broma, no me respondan todos y todas a la vez. Cuando planteo estas cuestiones a los alumnos y alumnas de diversos Másteres en los que doy clase, las respuestas suelen ser muy variadas, pero, cada vez más, tienden hacia el pesimismo. Existe un cierto acuerdo en que el actual escenario internacional no permitiría muchos avances y que, sobre todo, más allá de los planteamientos retóricos y las declaraciones formales, los mecanismos de seguimiento, control y, en su caso, sanción de las posibles violaciones de derechos no están funcionando y es poco previsible que vayan a funcionar. Y es este pesimismo y este derrotismo el que quiero combatir en estas breves líneas.
La primera idea fuerza es que la Declaración de 1948 y todo el proceso de formulación y aprobación de instrumentos jurídicos de protección de derechos suponen un hito muy importante en la historia de la humanidad. A mi juicio, más allá de posibles discusiones posteriores sobre su enfoque dominante cristiano-occidental, o los debates sobre aspectos multiculturales, la mera idea de “humanidad” que recoge la Declaración y su aspiración a la dignidad intrínseca de todos los seres humanos son avances que tenemos que consolidar y en los que no caben pasos atrás. Sucede a veces que los defensores y defensoras de DD.HH. parecemos “conservadores” pues, de hecho, queremos mantener estos logros y no admitimos posibles retrocesos.
Por otra parte, es preciso mantener la filosofía y el enfoque de la Declaración que plantea que los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes y que deben ser interpretados de modo integral. Algunos autores han hablado de generaciones en los derechos humanos: derechos civiles y políticos (DCP); económicos, sociales y culturales (DESC); derechos de la solidaridad; y eso, recogido en diversos instrumentos legales, ha generado durante décadas, debates interminables sobre cuales son más importantes, cuáles son primero, etc. Debates que han hecho perder esta idea de la integralidad, que habría que enfatizar. Una concepción integral de los derechos defiende que no hay ninguna forma de jerarquía ni sus violaciones o consecuencias pueden tratarse aisladamente de otras en las que no se haya actuado en forma directa. Si la integridad se rompe, se afecta la persona como un todo y no sólo una parte de ella. La indivisibilidad significa que todos los derechos humanos están unidos por un mismo cuerpo de principios y que todos están situados a un mismo nivel. No hay derechos humanos más importantes que otros. A su vez, la interdependencia significa que todos los derechos humanos están interrelacionados. No puede afectarse un derecho sin afectar otro. El énfasis en derechos de colectivos específicos, comprensible como mecanismo de reivindicación, tiene el riesgo de perder la idea de integralidad.
La tercera idea sería que el llamado Sistema universal de protección de derechos humanos se ha ido consolidando y que, tanto en el interior de los Estados, como a escala internacional con las diversas instancias de la ONU a la cabeza, los avances han sido muy importantes. Y, aunque a veces cunda el desánimo al comprobar que numerosas violaciones de derechos permanezcan impunes, la puesta en marcha de la Corte Penal Internacional (CPI) tras la aprobación del Estatuto de Roma en 1998 es otro hito que hay que reconocer. Lamentablemente la CPI no ha logrado juzgar muchos casos y el sesgo en algunas de sus decisiones es criticable, pero es el camino para avanzar en la lucha contra la impunidad de las violaciones más graves.
Por último, quisiera resaltar que, ya desde la Declaración, se deja claro que, más allá de los planteamientos jurídicos o institucionales y de las obligaciones de los Estados, la lucha y la defensa de los derechos humanos debe ser un compromiso de todos y de todas. Las personas defensoras de derechos y las asociaciones de la sociedad civil juegan un papel cada vez más importante en esta materia. En primer lugar, para recordar y presionar a los Estados sobre sus obligaciones y compromisos asumidos internacionalmente y, en caso necesario, denunciar las posibles violaciones o incumplimientos. Los defensores y defensoras, según Amnistía Internacional, denuncian y ponen en evidencia a quienes abusan de su posición de poder y autoridad. También destapan violaciones de derechos humanos, las someten al escrutinio público y presionan para que los responsables rindan cuentas. En algunos casos, también para colaborar con los Estados para que se produzcan mayores avances.
Lamentablemente, defender los derechos humanos en nuestro mundo no es tarea fácil y las cifras de amenazas y asesinatos a los defensores y defensoras no dejan de crecer. Al menos 401 defensores/as fueron asesinados/as en 26 países por su labor pacífica en 2022, según datos de la organización Front Line Defenders. En los últimos años esta realidad ha afectado sobre todo a defensores y defensoras ambientales, pero en contextos de conflicto como Palestina, Ucrania o Colombia, o de otras situaciones de violencia como México, Brasil y Honduras, han seguido creciendo.
El reto de conseguir avanzar en el cumplimiento de los derechos de todas las personas sigue siendo, 75 años después de la aprobación de la Declaración Universal de DD.HH., uno de los principales de la humanidad. Y es demasiado importante como para dejarlo en manos de los Estados. Es tarea de todos y todas.