Costa de Marfil: nuevo Gobierno, ¿nueva era?
A mediados de abril el ex presidente de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo, fue arrestado por las fuerzas leales a su enemigo, el presidente electo Alassane Ouattara. Junto a su mujer y uno de sus hijos, Gbagbo aparecía en las imágenes de televisión en una habitación del Hotel du Golf, hotel en el cual también se había alojado Ouattara durante el conflicto, cansado y derrotado tras dos semanas de arduos enfrentamientos, que han sumido a la capital económica Abiyán en el caos y desatado una severa crisis humanitaria.
Si bien se aseguró, en un primer momento, que su detención se había producido por las fuerzas especiales francesas, las autoridades francesas desmintieron la información e insistieron en que el asalto final había sido llevado a cabo por las fuerzas leales a Ouattara. Desde entonces, Gbagbo y sus colaboradores cumplen arresto domiciliario bajo la vigilancia de las NN.UU..
El conflicto post electoral
En Noviembre de 2010 la Comisión Electoral de Costa de Marfil declaró a Alassane Ouattara vencedor en las elecciones presidenciales. Estas elecciones habían sido postergadas durante años, ya que el mandato de Laurent Gbagbo, Jefe de Estado de Costa de Marfil desde 2000, terminaba en 2005. Gbagbo, no obstante, se negó a entregar el poder y a reconocer su derrota. Sus denuncias de fraude fueron aceptadas por la Corte Suprema de Justicia, que declaró nulos los resultados y a él vencedor en los comicios. La comunidad internacional, actuando con sorprendente unanimidad, respaldó la victoria electoral de Ouattara y conminó a Gbagbo a dejar el poder.
Tras meses de infructuosas negociaciones entre ambos presidentes, los rebeldes, leales a Ouattara, atravesaron el país de norte a sur hasta Abiyán, con la intención de derrocar a Gbagbo por la fuerza. Allí comenzó una sangrienta guerra entre las fuerzas leales a Gbagbo y las leales a Ouattara, que produjo una severa crisis humanitaria que ya ha cobrado la vida de al menos 2.000 civiles. Hay, además, más de un millón de desplazados internos, así como 170.000 refugiados en países vecinos, sobre todo en Liberia, que sobreviven de forma dramática, desesperados por la falta de alimentos, higiene y seguridad.
Las razones de fondo del conflicto
Hace poco más de una década, Costa de Marfil era vista como un oasis de paz y prosperidad dentro de la conflictiva región de África Occidental. La estabilidad política, característica del país desde su independencia, venía de la mano de una prosperidad económica derivada de la industria del cacao. Costa de Marfil es el mayor productor de cacao en el mundo. Desde la década de los 90, sin embargo, el bienestar del país ha venido en decadencia y, envuelto en violencia, ha tocado fondo.
La primera causa de la reciente orgía de violencia es la división, sobre todo étnica y religiosa, pero también económica, entre el Norte y el Sur del país, que marca la historia reciente de Costa de Marfil. El conflicto post electoral es un claro reflejo de esa división y una continuación de la sangrienta guerra civil que se vivió en el país entre 2002 y 2007.
En el Sur del país viven más que nada descendientes de marfileños cristianos. En el Norte, en cambio, viven muchos musulmanes, hijos de extranjeros que, atraídos por la bonanza del cacao, llegaron a Costa de Marfil desde países vecinos y allí se radicaron. Gbagbo representa al Sur y Ouattara al Norte. Cuando fallece el padre de la nación y primer presidente de Costa de Marfil, Félix Houphouët-Boigny, tras 33 años en el poder, su sucesor, Henri Konan Bedié, comienza una política xenófoba y nacionalista basada en la protección de la «ivoirité» o «marfilinidad». Los marfileños del Norte empezaron a verse discriminados y excluidos por los «más marfileños» del Sur.
Esta división fue perpetuada por otros políticos y quedó más que demostrada cuando Bedié, para ayudar a Gbagbo, impidió que Ouattara participase como candidato en las elecciones presidenciales del 2000 por no ser hijo de personas nacidas en Costa de Marfil. Ouattara ya había ejercido incluso una década antes el cargo de primer ministro. A los norteños se les denegó también frecuentemente el derecho al voto o la posibilidad de obtener carnets de identidad. La discriminación llevó a que en el año 2002 se sublevara gran parte del ejército en el Norte y marchara a Abiyán. El levantamiento dio inicio a una brutal guerra civil que duraría cinco años. Desde entonces, los rebeldes mantienen el poder del Norte, dividiendo el país en dos.
Una segunda causa histórica del conflicto actual, es la que determina que el cargo de presidente constituya en Costa de Marfil un objetivo por el cual se es capaz de derramar tanta sangre. Se trata de un cargo de presidencia imperial, estructurado para la acumulación de capital privado de quien lo ocupe. El presidente del país se convierte en el único representante de la población. El gobierno se convierte en la propiedad privada de ese individuo.
La constitución de 1960 de Costa de Marfil guarda una asombrosa similitud con la constitución de la Quinta República Francesa de 1958. El primer presidente Houphouët-Boigny creía, como muchos de sus contrapartes en otros países francófonos de África, que los retos a los que se enfrentaba su país, hacían necesaria una constitución que concediese al presidente una libertad y un poder irrestrictos. Ello se tradujo en una forma de presidencia imperial, carente de verdaderos sistemas de control al poder ejecutivo y opuesta al parlamentarismo. Existe una Corte Suprema de Justicia, pero ésta se encuentra subordinada a la voluntad del presidente. No extraña, en consecuencia, que el Estado haya degenerado en lo que es ahora: Un sistema «top down» que impide a los marfileños de participar en el desarrollo de sus propias políticas de forma democrática y que fomenta el enriquecimiento ilícito de las elites que los gobiernan.
Perspectivas del nuevo Gobierno
Tras el arresto de Gbagbo, comienza una nueva era para Costa de Marfil. El país, sin embargo, se encuentra en un estado de aún mayor fragilidad que antes de las elecciones y el riesgo de que la situación se deteriore hasta el punto de convertirse en un estado fallido, es latente.
Afortunadamente, el gobierno de Ouattara ya ha tomado dos decisiones de máxima importancia, con el fin de retomar la estabilidad perdida:
La primera, ordenar el alto a las hostilidades y el regreso a los cuarteles de todas las unidades de combate, tanto en el Norte como en el Sur. Es imperativo que terminen los enfrentamientos armados y para ello es necesario que sea la policía y no las fuerzas armadas quien se encargue de mantener la ley y el orden. La reciente muerte en combate de Ibrahim Coulibaly, líder del Comando Invisible, un brazo de las fuerzas rebeldes que se negaba a dejar las armas, puede ser de mucha ayuda para mantener unidas a las fuerzas armadas. El siguiente paso es más complicado: Outtara ha asegurado que aquellos combatientes que cometieron crímenes de guerra, serán llevados a la justicia. Aquí será crucial la actuación del gobierno, que debe lograr un equilibrio a la hora de encontrar culpables. Si se acusa a demasiados, o a demasiado influyentes, se puede terminar resquebrajando al país y arrojándolo a una nueva guerra civil.
La segunda decisión acertada de Ouattara, fue la de confirmar que se celebrarán, a finales de año, elecciones legislativas por primera vez en once años. Es este un primer paso fundamental para comenzar a superar las divisiones étnicas y religiosas que se han solidificado con el conflicto de los últimos meses. El Norte y el Sur deben reconciliarse y para ello el nuevo gobierno debe negociar con las partes un acuerdo que logre integrar a ambos bandos. Será necesario que se le conceda a los seguidores de Gbagbo roles protagónicos en el gobierno y que se guarde de atribuirles la culpa por el conflicto. Aquí el nuevo presidente también ha comenzado con buen pie al decir públicamente que la culpa de la violencia en los últimos meses la tienen tanto Gbagbo como él y, en definitiva, el país entero.
Para lograr un sistema sostenible será necesario también que el nuevo gobierno dirija sus esfuerzos a promover una nueva constitución que priorice la división de poderes y el consiguiente control del poder ejecutivo. Si el proceso para alcanzar una constitución con esas cualidades se lleva a cabo de forma democrática y participativa, puede servir para alcanzar la tan necesaria superación de la división de Costa de Marfil.
Cabe mencionar, finalmente, que si bien Francia y las Naciones Unidas jugaron un rol protagónico durante los conflictos, su rol como agentes de construcción de paz puede tener consecuencias nefastas. Muchos marfileños los acusan -en especial a Francia, antigua potencia colonial de Costa de Marfil- de violar la soberanía y la legislación nacionales para acabar con la presidencia de Gbagbo con el fin de imponer sus intereses económicos. Es tiempo de que la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS) y la Unión Africana, que han venido mostrando recientemente su voluntad de no admitir golpes de estado ni conflictos armados, den un paso adelante y apoyen a Costa de Marfil en su proceso de recuperación nacional.