Corea del Norte, a la tercera no va la vencida
Ya era conocido, en primer lugar, que Pyongyang está decidido contra viento y marea a seguir adelante con su programa nuclear de naturaleza militar. No hablamos únicamente- como suele ser tradicional en los análisis al respecto- de contar con una baza de negociación con la comunidad internacional para obtener (a cambio de puntuales gestos de moderación) materias primas energéticas y alimentos para una depauperada población, sino también de disponer de un mecanismo propio de disuasión frente a Seúl y, sobre todo, a Washington. Desde la desaparición de la URSS, los gobernantes norcoreanos han entendido el recurso a las capacidades nucleares militares como un elemento fundamental para resistir una posible invasión o reunificación forzosa con su vecino del sur. Dicho de otro modo, cuentan con que el apoyo que les presta China puede desaparecer en algún momento y por eso procuran dotarse de medios propios para poder asegurarse la pervivencia del régimen.
También era sabido que Corea del Norte no tiene todavía un arma nuclear operativa, ni un sistema misilístico fiable. Lo ocurrido ahora no supone en realidad ningún avance trascendente en ese proceso, aunque Pyongyang siga dando pasos (como el lanzamiento del cohete Unha-3 el pasado 12 de diciembre) que paulatinamente lo van acercando a ese punto. Por mucho que lo intente, aún a costa del bienestar y seguridad de los más de 24 millones norcoreanos, no debe ser fácil para un país con un PIB estimado en apenas 20.000 millones de euros y reiteradamente sancionado internacionalmente, hacerse con los medios necesarios para ello. Solo cabe contar con que seguirá persiguiendo ese objetivo, sin que sea posible determinar cuánto tiempo le queda por delante (años en todo caso).
Igualmente era previsible la retahíla de condenas que se han sucedido tras el ensayo nuclear, con la ONU y EE UU en cabeza, pero sin olvidar a China y a los demás países de la zona. Poco se puede esperar, más allá de añadir algún tipo de sanción adicional, sumada a las ya aprobadas por unanimidad del Consejo de Seguridad de la ONU el pasado mes de enero (precisamente como respuesta al lanzamiento del Unha-3).
Si alguien puede/debe salirse del guión previsible es, sin duda, China. De hecho, es quien se encuentra ahora en una posición más delicada, sin que le sirva de mucho repetir (casi literalmente) el mismo comunicado que ya efectuó en las dos ocasiones precedentes, porque todo indica que no quiere o, peor aún, no puede controlar a su socio/aliado. Tradicionalmente Pekín ha visto a Pyongyang como un colchón amortiguador que le permite mantener a Washington, Seúl y Tokio a cierta distancia. También lo ve como un mecanismo para aumentar su estatura internacional, en la medida en que (por su condición de primer socio comercial y de aliado) puede actuar como mediador para reducir las tensiones que frecuentemente provocan los actos del régimen norcoreano.