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Cooperación militar en casos de desastre natural en las Américas

(Para Radio Nerderland)

La visita del Secretario de Defensa de los Estados Unidos Leon Panetta a diversos países de América Latina durante esta semana, ha vuelto a poner sobre la mesa un tema del que se lleva hablando desde hace años y que puede ir concretándose en los próximos meses: la cooperación de los ejércitos del hemisferio americano en casos de desastre natural.

La Conferencia Ministerial de Defensa de las Américas a celebrar en Montevideo el próximo mes de octubre puede alumbrar la creación de un mecanismo regional de cooperación militar en caso de desastres naturales en el que algunos países están interesados y que supondría un fortalecimiento de las nuevas funciones que en la región están tomando las fuerzas armadas.

Antecedentes de un largo proceso

En el marco de los mecanismos interamericanos de cooperación, las cuestiones vinculadas con la defensa han topado siempre con especiales problemas debido, fundamentalmente, a las enormes susceptibilidades que estos temas generaban en un mundo bipolar en la época de la Guerra Fría. Por ello, no es de extrañar que fuera a partir de los años noventa del pasado siglo cuando se empezaran a formalizar diversos foros interamericanos en materia de defensa y seguridad, y se fueran consolidando en el seno de la OEA (Organización de Estados Americanos) y fuera de ella diversos organismos vinculados con nuevas concepciones de la seguridad. Así, dentro del rimbombante concepto de «seguridad hemisférica» que surge de la Cumbre de las Américas de 1994, al año siguiente se celebra la primera Conferencia Ministerial de Defensa en Williamsburg (Estados Unidos) que avanza en ciertas concepciones más avanzadas en materia de seguridad que van, al menos en teoría, algo más allá de las ideas militaristas de décadas anteriores. Surge así en el continente un fuerte debate sobre el rol que los ejércitos deben tener en los regímenes democráticos en unos tiempos, además, en los que en la región apenas perviven conflictos violentos. Solo el largo conflicto armado colombiano supone una amenaza «clásica» a la seguridad, y las nuevas situaciones de violencia en México, Centroamérica, Brasil, Haití… apenas comienzan a abordarse desde la perspectiva militar. Por ello, la región comienza a pensar en las nuevas amenazas y en el papel que frente a ellas pueden desempeñar las fuerzas armadas.

En la Conferencia Ministerial de Defensa celebrada en Bariloche (Argentina) en el año 1996 se da un paso más en esta propuesta de nuevos roles para las fuerzas armadas de la región y se incluye en la declaración final una referencia expresa al papel de los ejércitos en caso de desastre natural, búsqueda y rescate. Y en las posteriores reuniones se va perfilando aún más este asunto, hasta llegar a la Conferencia del año 2000 en Manaos (Brasil) en la que se dice expresamente en su Declaración final que «Debe estimularse la cooperación en el área de desastres naturales, aprovechando los recursos de la ciencia y de la tecnología en la prevención de su ocurrencia y en el control de sus efectos, con el fin de evitar o disminuir los daños a las personas, al medio ambiente y al patrimonio».

Por tanto, el tema ha ido evolucionando en la agenda de estas reuniones y de lo que se tratará en Montevideo el próximo mes de octubre es de concretar un mecanismo específico que permita llevar adelante esta cooperación. Evidentemente, no todos los países de la región están interesados y hasta la fecha, al menos catorce de ellos han manifestado su apoyo.

Reticencias y retos de futuro

Las críticas o reticencias con que se mira este proceso vienen de varios frentes. En primer lugar, de ciertos países que, aún participando en los mecanismos interamericanos, no ven la conveniencia de un mecanismo hemisférico que involucre a los Estados Unidos y serían más partidarios de mecanismos en el seno de UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) u otros foros. En segundo lugar, de los sectores civiles vinculados con las tareas humanitarias y de socorro en casos de desastre que no comparten la visión exclusivamente militar en las tareas de asistencia y que, aunque reconocen las capacidades y medios de las fuerzas armadas en la región para colaborar en casos de emergencia, creen que esta colaboración debe basarse en criterios claros y tener algunos límites. Es evidente que los ejércitos disponen de medios de los que no disponen otras instituciones. Y son medios públicos que deben usarse en beneficio de los ciudadanos de los países afectados por desastres ya que, afortunadamente, hoy en la mayor parte de países de la región no se usan para lo que fueron diseñados: la guerra.

Pero reconociendo este hecho y su potencialidad en casos de desastres de gran magnitud y de carácter plurinacional (pensemos por ejemplo en el Huracán Mitch en 1998 o en el terremoto de Haití en el año 2010), el papel de los ejércitos debe complementar los esfuerzos civiles, estar al servicio de ello, y prepararse adecuadamente para tareas que no le son propias y en las que a veces no cuenta con experiencia. Y, por último, esta colaboración militar en tareas de socorro no debe ocultar que el reto de la región es mejorar sus sistemas de reducción de riesgos de desastres, fortalecer las tareas de prevención y preparación, desarrollar la lucha contra la vulnerabilidad profunda que agrava los desastres, y no centrarse solo en la visión asistencial. Por mucho que esta visión de «ángeles de la guarda uniformados» sea muy del gusto de algunos militares y de algunos medios de comunicación para salvar la no tan buena imagen de los ejércitos de la región en el pasado.

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