Convulsión polarizada en Egipto
(Para El País)
El proceso de cambio político iniciado con la caída del dictador Hosni Mubarak está todavía lejos de alumbrar un sistema democrático. Con el partido Justicia y Libertad, promovido por los Hermanos Musulmanes (HH MM), convertido en la principal fuerza política- con el añadido incómodo de los salafistas de Al Nur-, todavía quedan por superar pruebas muy delicadas, que determinarán si finalmente Egipto se convierte en la primera democracia de la historia en el mundo árabe o si opta por el lampedusiano modelo de retocar apenas la fachada del actual sistema para seguir siendo un régimen autoritario.
El país vive un acelerado proceso de polarización política a tres bandas, en el que el islamismo político, con el presidente Mohamed Morsi a la cabeza, ha cobrado cierta ventaja, tratando de aprovechar su tirón popular para dibujar un nuevo régimen acorde con sus planteamientos ideológicos. Por su parte, los elementos más afines al régimen anterior no han desaparecido de la escena, reteniendo una moderada cuota de poder en las dos cámaras parlamentarias y ostentando un notable poder en la judicatura (alrededor del poderoso Club de Jueces). En este mismo campo hay que añadir a buena parte de los mandos militares, que siguen siendo actores importantes no solo en la escena política sino también en la económica, preocupados fundamentalmente por mantener tanto sus privilegios históricos como el statu quo que ha hecho de Egipto un vecino contemplativo de Israel y un gestor inofensivo del estratégico Canal de Suez. Por último, la diversidad de grupos y líderes revolucionarios que se distinguieron por su activismo contra Mubarak y a favor de la democracia son, con diferencia, los que menor fuerza tienen actualmente como resultado directo de su menor experiencia en el juego político y de su escasa capacidad para traducir en votos el favor popular que propició la caída del anterior rais.
En el alumbramiento de un posible nuevo Egipto cada uno de estos tres actores mueve sus fichas pensando en el mejor modo de lograr sus objetivos. Los llamados revolucionarios apenas tienen el recurso a la movilización popular, con Tahrir como símbolo central de su capacidad para influir en el rumbo político del país. Aunque han logrado que decenas de miles de egipcios vuelvan a la emblemática plaza, no parece que los actuales detentadores del poder vayan a cambiar su rumbo bajo esta soportable presión.
Otra cosa bien distinta es el reto que los jueces pueden plantear tras los cuatro decretos emitidos por Morsi el pasado día 22. En primer lugar, todavía recuerdan que ya fueron capaces de doblegar al presidente cuando éste intentó activar el parlamento, desatendiendo la decisión del Tribunal Constitucional de declarar parcialmente disuelta la cámara. También recuerdan como fueron capaces de impedir el cese del fiscal general del Estado, Abdel Maguib Mahmud, nombrado en su día por Mubarak, cuando Morsi quiso dar un golpe de mano para subordinar a la judicatura a su poder. Ahora, con su pretensión de ponerse por encima de todo control judicial y su nuevo intento de cesar a Mahmud, Morsi pretende aprovechar el momentáneo prestigio logrado por su mediación en la crisis de Gaza para despejar el horizonte político para los HH MM y para sus planes de reconversión de Egipto en un país regido por la ley islámica.
En el calendario político inmediato queda por ver si finalmente se celebra el referéndum inicialmente convocado para el próximo día 15, que debe ratificar la nueva Constitución sancionada por Morsi el pasado día 1- que definirá los poderes reales del presidente y el lugar que la sharia ocupará en el entramado legal del nuevo régimen. Posteriormente será necesario celebrar nuevas elecciones legislativas y presidenciales, todo ello durante el próximo año. Para que este proceso pueda desarrollarse sin añadir más obstáculos de los que ya existen hoy, Morsi ha tratado de evitar que el Tribunal Constitucional se atreva, como ya se daba prácticamente por seguro, a invalidar la totalidad de los resultados de las dos cámaras parlamentarias, lo que obligaría a volver a la casilla de salida de un juego en el que los HH MM carecen de suficientes apoyos para imponer su agenda.
Así acaba de verse, una vez más, cuando Morsi ha solicitado directamente a las fuerzas armadas que protejan las sedes del partido Justicia y Libertad e incluso del propio palacio presidencial (del que Morsi ha tenido que escapar ayer mismo). La respuesta militar- similar a la que utilizaron durante las semanas de movilización popular que provocaron la caída de Mubarak, aduciendo que ellos solo están para proteger al pueblo y a la tierra de Egipto- muestra que Morsi está muy lejos de ser el comandante en jefe.