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Colombia: la llave y la cerradura

Los sucesivos éxitos militares y policiales del gobierno colombiano en su lucha contra la guerrilla de la FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) han hecho levantar expectativas exageradas sobre la pronta resolución del largo conflicto armado que vive el país, y sobre las posibilidades de caminar hacia la paz. Sin embargo, el asesinato de los cuatro secuestrados de la fuerza pública, primera acción de este tipo cometida bajo el mando del nuevo líder de las FARC, alias Timochenko, supone un jarro de agua fría para muchos, pero es al mismo tiempo una vuelta a una realidad dramática que algunos creyeron olvidar, confundiéndola con sus deseos.

Avances retóricos, retrocesos reales

Ya hemos comentado en esta páginas que desde que en el mes de mayo del presente año las FARC publicaran un novedoso comunicado, coincidiendo con su cuatrigésimo séptimo aniversario, en el que hablaban de solución política al conflicto armado, algunos analistas comenzaron a ver cambios en la dirigencia del grupo guerrillero y un inicio de querer hacer pasar mensajes distintos al gobierno. La retórica de aquel comunicado con frases como «la paz es un derecho que hay que hacer realidad, y la barbarie no puede seguir siendo parte del destino, y menos ahora que con la movilización se puede imponer un futuro cierto y civilizado», fueron exhaustivamente analizadas y provocaron también respuestas, todo hay que decirlo igual de retóricas, por parte del presidente Santos y de otros políticos de diversos signo, en el sentido de la necesidad de algún tipo de acercamientos.

En los meses siguientes a aquellas declaraciones, el ejército colombiano ha golpeado duramente a las FARC matando, incluso, a su máximo dirigente Alfonso Cano, pero pese a estos golpes las FARC conservan un pie de fuerza que les ha permitido continuar con acciones sostenidas en ciertas zonas del país. Pese a los buenos deseos y los comentarios autocomplacientes de algunos analistas que se permiten hablar de «posconflicto», la situación en muchas zonas del país sigue siendo de gran violencia y el impacto sobre la población civil sigue siendo muy alto. Es más, en algunos frentes, las FARC, muy presionadas por la fuerza pública, están realizando acciones muy arriesgadas y recurriendo a tácticas ilegales como la siembra de minas antipersona, como modo desesperado de mantener sus posiciones. Y es en este actuar donde se inscribe una violación flagrante del derecho internacional humanitario (DIH) y, por tanto, un crimen de guerra, como el asesinato impune de los secuestrados. Incluso en el caso de que se considerara a estas personas prisioneros de guerra, no están justificadas ni mucho menos permitidas por el DIH este tipo de conductas. De hecho, el primer gesto real y no retórico de las FARC para mostrar cierta intención de diálogo en la salida pacífica del conflicto debería ser la liberación de las personas privadas de libertad que aún están en su poder. En las pasadas semanas el experto español en mediación en conflictos, y buen conocedor de la realidad colombiana, Vicenç Fisas, proponía que tras la muerte de Cano, si los nuevos dirigentes querían dar alguna muestra de voluntad por la paz, deberían comenzar por la puesta en libertad de los detenidos. Y en ese sentido, jugando con la vieja idea de ¿quién tiene la llave de la paz? tras las declaraciones de Santos al inicio de su mandato sobre que «la puerta del diálogo no está cerrada con llave», sugería que son las FARC quienes deben dar los primeros pasos. La llave estaría en su mano.

Paradojas y mensajes contradictorios

Es una hecho, lamentablemente corroborado en numerosas ocasiones, que, en las fases previas a posibles procesos de diálogo o negociación en conflictos armados se producen acciones de gran violencia. La tristemente célebre frase de «poner muertos sobre la mesa de negociación» se ha cumplido tristemente en multitud de situaciones. En ese sentido, algunos analistas como Carlos Lozano, director del semanario La Voz consideran «contradictorio» el discurso del presidente Juan Manuel Santos frente al conflicto armado. Lozano señala que en su visita al Reino Unido, «el presidente insiste en que no ha cerrado las puertas al diálogo, pero a los pocos días anuncia una nueva estrategia para la guerra que contempla la inversión de más millones de dólares». Tampoco la sensación de que estamos «al fin del fin» y en la última recta del largo conflicto está ayudando a abrir espacios de diálogo pues, como decíamos anteriormente, estos mensajes transmiten la idea de que hay que actuar rápido y ganar posiciones ante una eventual negociación. Y a esa ganancia a cualquier precio se apuntan tanto los grupos armados ilegales como las fuerzas armadas.

Y en este escenario, el impacto que la muerte de Alfonso Cano pueda tener sobre el conflicto tampoco es unánime. Muchos piensan que Cano era un hombre más abierto a la búsqueda de salidas mediante el diálogo que cualquiera de sus posibles sucesores y que el acceso al mando supremo de las FARC de Timochenko no es lo más positivo desde la perspectiva de la salida pacífica.

La sociedad civil colombiana y muy especialmente las víctimas, sus familiares y sus organizaciones están mostrando su preocupación por esta posible escalada del conflicto en los próximos meses y por sus consecuencias. Marleny Orjuela, líder de ASFAMIPAZ, organización que desde hace años ha liderado la batalla para recuperar la libertad de policías y militares secuestrados, pide que el Gobierno los escuche, «nos tenga en su agenda», y la reflexión que le dirige al presidente de la República es clara: «Doctor Santos, queremos saber ¿cuál es esa llave que usted tiene para la paz?».

Pero ya se sabe, para que una llave sea eficaz no se debe bloquear la cerradura. Con la llave no basta.

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