Chávez y su referéndum triunfal
El triunfo sin atenuantes del presidente venezolano Hugo Chávez en el referéndum revocatorio del pasado 15 de agosto cierra, al menos parcialmente, una ardua etapa de confrontación entre el gobierno y la oposición, al tiempo que inaugura un nuevo escenario en el complejo panorama socio-político nacional. No por casualidad, Chávez declaró días después de su victoria que el viejo sistema político venezolano murió con el referéndum y que una nueva fase de la «revolución bolivariana» estaba naciendo.
El escenario más notorio que actualmente se vislumbra en el país suramericano, al menos a corto plazo, anuncia un reforzamiento del poder para el presidente y su revolución y una ausencia significativa de alternativa opositora, desgarrada ella misma por sus propias incongruencias y cada vez más aislada en el concierto internacional.
A pesar de las acusaciones de un presunto fraude, por parte de la opositora Coordinadora Democrática, los pasos dados por la comunidad internacional desmontan las quejas de la dirigencia opositora. Horas después de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunciara que la opción NO (que implicaba el mantenimiento de Chávez en el poder) alcanzaba el 58% de los votos, mientras el SÍ obtenía el 42%, los dos principales organismos garantes del proceso refrendario, la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Centro Carter, avalaban estos resultados mientras declaraban que no existían indicios de fraude. Días más tarde se realizaron auditorías aleatorias en diversos centros de votación en la que participaron ambos organismos, en detrimento de una dirigencia opositora que se negó a participar en ellas, aduciendo falta de confianza en el organismo electoral. El veredicto final ratificó la decisión anterior.
El reconocimiento de la OEA y el Centro Carter fue casi inmediatamente seguido por la mayoría de los gobiernos regionales y europeos. Desde Washington se mantuvo una inicial cautela hasta el definitivo reconocimiento del triunfo del presidente Chávez, paso seguido casi al mismo tiempo por la patronal empresarial venezolana, Fedecámaras, miembro de la Coordinadora Democrática y uno de los puntales de la oposición al presidente bolivariano.
La posición de la Coordinadora de no reconocer el triunfo de Chávez busca crear en Venezuela una situación similar a la Perú con Alberto Fujimori en el 2000, que lleve al reconocimiento internacional del fraude electoral. Esta, hasta el momento, infructuosa estrategia demuestra el aislamiento interno y externo de la dirigencia opositora.
Revolución reforzada
Legitimado interna y externamente, Chávez ha dado muestras una vez más de su peculiar arte para la supervivencia política, sumado a un considerable apoyo popular. Desde su llegada a la presidencia en febrero de 1999, el presidente «bolivariano» ha vencido a sus rivales en seis procesos electorales diferentes, mientras ha logrado sobrevivir a cuatro huelgas generales (la más grave de las cuales fue el paro petrolero de diciembre de 2002 a enero de 2003), numerosas y multitudinarias manifestaciones callejeras en contra (algunas de ellas saldadas con violentos enfrentamientos) y un efímero golpe militar en abril de 2002, que lo desalojó brevemente del poder.
Más allá de su estilo populista, arbitrario, demagógico y abiertamente polarizador, Chávez ha logrado conectar con el enorme caudal popular que supone un país con un 70% de su población viviendo en la pobreza.
Enfatizando en un discurso, donde reivindica la identidad y los derechos de los más desposeídos (con argumentos no exentos de marcados rasgos de odio social y hasta racial), y haciendo uso constante de la mítica inspiración del héroe de la independencia, Simón Bolívar, Chávez se ha enmarcado en ambiciosos pero no menos polémicos programas sociales de alfabetización y sanidad que han contado con la cooperación del gobierno cubano. Esta percepción de una conexión entre Chávez y Fidel Castro ha ejercido una enorme influencia entre los sectores más elevados y de clase media venezolanos, quienes mayoritariamente se oponen a su gestión.
Robustecido al mismo tiempo por los altos precios petroleros, superiores a los 40 dólares por barril, y por la leve pero sólida recuperación económica tras las recesiones de 2002 y 2003, que le han permitido elevar considerablemente el gasto público en programas sociales (3.000 millones de dólares en los últimos dos años), Chávez camina hacia la consolidación de su proceso revolucionario, pero en condiciones aún complejas. Posee un férreo control de las fuerzas armadas, ayudado por las expulsiones de los elementos sublevados hace más de dos años. Su gobierno está construyendo lentamente una nueva elite económica y empresarial, que le permita manejar con mayor holgura sus relaciones con las tradicionales elites nacionales e internacionales. Del mismo modo, Chávez ha venido negociando hábilmente con las multinacionales petroleras y gasísticas para proyectos de exploración y explotación en la plataforma Deltana y el caudal del río Orinoco.
Definida por tanto la situación política, al menos a corto plazo, tras el referéndum, la victoria de Chávez parece constituir un mayor aval de estabilidad para el capital internacional, los organismos regionales y las multinacionales del petróleo. De hecho, una información reseñada en la agencia AFP aclaraba recientemente cómo el mercado petrolero esperaba una victoria de Chávez para evitar una crisis energética.
A pesar de los enfrentamientos verbales del presidente venezolano con los gobiernos de EEUU y Colombia, los cuales han dañado considerablemente la diplomacia regional venezolana, Chávez ha logrado erigirse también como una interesante referencia para muchos movimientos de izquierda en una América Latina en constante proceso de cambio, que está dejando atrás los años del modelo denominado «consenso de Washington». Gobiernos como los de Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador y movimientos políticos como el MST brasileño, el sandinismo en Nicaragua y el Frente Amplio en Uruguay, manifiestan abiertas simpatías hacia la revolución bolivariana de Chávez, por lo que sus intereses estaban también en juego el día del referéndum. Pero la referencia más importante en este sentido ha sido el gobierno cubano, cuyos canales de cooperación e influencia en Venezuela han aumentado durante el gobierno de Chávez. Cuba ve en el proceso venezolano, así como en la experiencia brasileña con Lula, una ventana abierta para superar el aislamiento continental.
En consecuencia, el refuerzo externo le permitirá ahora a Chávez buscar la profundización en la fase internacionalista de la revolución bolivariana, vocación oficial ya manifestada durante la inauguración del Congreso Bolivariano de los Pueblos en Caracas, a principios de este mismo año
Una oposición en desbandada
Un panorama diferente se aprecia en la Coordinadora Democrática (CD) y en la aguda polarización social y política nacional, evidenciada tras el resultado del referéndum. Incapaz de manejar el alto porcentaje popular de insatisfacción con Chávez, la oposición política entra ahora en una etapa de desconcierto que presumiblemente le llevará a su final político, desgajada en una amalgama de 20 grupos y asociaciones de diversa naturaleza sin proyecto alternativo claro. De hecho, ya se están evidenciando posiciones políticas de desmarcarse abiertamente de la CD, particularmente entre los emergentes liderazgos regionales de la oposición. Incluso su dirigencia está planteando seriamente la posibilidad de o bien no presentarse o bien boicotear los comicios regionales inicialmente pautados para este mes de septiembre, aduciendo falta de confianza hacia el CNE.
Desde la perspectiva gubernamental, la ocasión luce ahora propicia para allanar el camino de la desaparición de la Coordinadora y neutralizar una alternativa opositora seria. En su última alocución, Chávez ha pedido a la OEA la «eliminación del mapa democrático continental» de la Coordinadora, aduciendo su desconocimiento del resultado refrendario. Al mismo tiempo, la policía política detuvo a un dirigente opositor mientras mantiene en prisión a uno de los alcaldes metropolitanos. Esta decisión ya provocó agudos roces políticos dentro y fuera de Venezuela, especialmente desde Washington.
En cuanto a la grave división social, al gobierno de Chávez le urge ahora iniciar un proceso de diálogo con los sectores menos radicales de la oposición. Ya se encomendó esta tarea al hábil vicepresidente José Vicente Rangel, pero todo depende de la voluntad conciliadora de las partes y de que el giro de la revolución bolivariana no derive hacia la radicalización. Queda por ver también cómo se manejará la relación del gobierno con los medios de comunicación y la empresa privada, principales puntales de la oposición, en un escenario más favorable al presidente.
En definitiva, con Chávez reforzado políticamente y con la economía mostrando signos de una mayor estabilidad, no se vislumbran mayores alternativas ni amenazas políticas en su contra hasta las elecciones presidenciales de diciembre de 2006.