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Celebración forzada en Afganistán

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(Para Radio Nederland)
Los cuarenta ministros de exteriores y los más de sesenta altos representantes de Estados y organismos internacionales convocados por Hamid Karzai y por Ban Ki-Moon el pasado día 20 en Kabul no pueden llamarse a engaño.

No solo eran sobradamente conscientes de que estaban asistiendo a una escenificación forzada, sino que tenían un interés compartido por transmitir un teatral mensaje positivo.

La escenificación llevó a vaciar la capital de sus habitantes, tratando de aparentar una calma ciudadana y un control gubernamental que están muy lejos de convencer a nadie. El interés se define en términos de verse obligados – a falta de una opción mejor- a respaldar a Karzai, como si su gestión no fuese un cúmulo desordenado de corrupción e inoperatividad tanto para manejar las débiles finanzas nacionales, como para hacerse cargo de la seguridad de un país que sigue en manos de insurgentes, «señores de la guerra», terroristas y toda clase de bandidos y criminales.

En la conferencia internacional se han repetido las unánimes promesas de apoyo a Karzai, se ha concretado el compromiso de permitirle que maneje el 50% de todos los fondos de ayuda que se movilicen de hoy en adelante- de los 30.000 millones de euros de ayuda internacional desembolsados o comprometidos hasta hoy, únicamente el 20% ha pasado por sus manos- y se ha fijado 2014 como hipotética fecha para que la seguridad revierta en manos de los afganos.

A pesar de su apariencia de avance, nada de esto puede confundirnos sobre la verdadera situación actual y el alcance de lo acordado. En realidad- con muy ligeros matices que nadie puede asegurar que vayan a traducirse en hechos- todo suena a un discurso gastado que no convence ni a quienes lo pronuncian ni, mucho menos, a quienes lo escuchan.

Por encima de las palabras domina la idea de que no estamos ante el inicio de una nueva etapa que pueda llevar a medio plazo a los afganos a gozar de un satisfactorio nivel de bienestar y seguridad. Por el contrario, estamos ante la última apuesta por evitar el colapso de un país cuya suerte- desde la perspectiva de la real politik- nunca ha importado a los grandes poderes. Una vez completado el despliegue de los refuerzos estadounidenses (y, en mucha menor medida, de algún otro país como España), para llegar a no más de unos 150.000 soldados desplegados en el terreno, y tras la conferencia que ahora se ha celebrado en Kabul, el mensaje que cabe extraer es tan claro como inquietante.

La comunidad internacional no está dispuesta a poner más medios sobre la mesa para modificar la preocupante tendencia al caos en la que está cayendo Afganistán. Incluso, como ya ha ocurrido en otros escenarios, las renovadas (e inciertas) promesas de nuevos fondos pueden entenderse como un mecanismo para compensar el simultáneo abandono en el terreno militar con la suerte de Afganistán. En paralelo, se está produciendo un incremento en los fondos anunciados y una progresiva reducción de los compromisos para mantener o aumentar los contingentes militares que forman parte de ISAF.

En estas condiciones, lo que cobra mayor importancia no es lo que se ha visibilizado ante los medios de comunicación durante el conclave internacional, sino lo que se adivina entre bambalinas. El esfuerzo militar actual- ni el que puedan desarrollar las tropas internacionales ni, mucho menos, las afganas- no basta para ganar la guerra (sea cual sea el significado que se quiera dar a ese concepto).

Con estos mimbres- y con el ya anunciado horizonte de agosto de 2011- lo máximo que se puede lograr hasta entonces es que los taliban lleguen a desconectarse realmente de Al Qaeda y que decidan negociar su reentrada en el juego político, en un acuerdo que garantice la estabilidad del país y su rechazo a servir nuevamente de santuario para los terroristas.

En la concreción de ese panorama resulta vital el papel de algunos actores regionales que ya han empezado a mover sus fichas en este complejo tablero. No es casual, obviamente, que la Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, haya rendido visita a Paquistán antes de asistir a la reunión de Kabul, para confortar al régimen de Islamabad con la puesta en marcha de un ambicioso plan de ayuda económica de unos 7.500 millones de dólares para los próximos cinco años.

Estados Unidos necesita la estrecha colaboración de Paquistán para neutralizar el creciente poderío de los taliban (afganos y paquistaníes). Al mismo tiempo Washington debe preocuparse por evitar que el régimen paquistaní se desestabilice aún más y que refuerce sus opciones proliferadoras (cuando acaba de conocerse que ha firmado un acuerdo con China para dotarse de dos nuevos reactores nucleares).

India, por su parte, debe vencer sus tentaciones de seguir debilitando a Paquistán con una implicación en los asuntos afganos que no puede tranquilizar de modo alguno a Islamabad. Turquía, en su afán por reforzar su categoría de actor relevante en la región, ha sido un importante facilitador del actual acercamiento entre Afganistán y Paquistán, lo que le concede una voz relevante en lo que suceda a partir de ahora. Por último, Irán conserva todavía una significativa capacidad de influencia en el conflicto afgano, lo que le sirve como baza de negociación con EE UU en su actual proceso de acomodación en Oriente Medio.

Con todos esos elementos en juego, la importancia de la conferencia de Kabul se reduce a un mero ejercicio diplomático, al que los distintos grupos violentos que operan en el país apenas habrán prestado atención. En una ciudad copada por uniformados de todo tipo, atentar contra los asistentes era una opción que en términos operativos apenas les reportaría beneficios.

Su esfuerzo sigue estando en evitar que los afganos colaboren con los que ven como ocupantes, en evitar que el gobierno de Karzai pueda imponerse militarmente- con unas fuerzas armadas y policiales que están muy lejos de poder cumplir sus tareas- y en resistir un poco más hasta que Afganistán vuelva a quedar libre de presencia internacional. El tiempo, para desgracia de los afganos, corre de momento a su favor.

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