Bombardeo sobre Gaza, una infame decisión electoralista
(Para El Correo)
Las palabras del primer ministro israelí en funciones, Ehud Olmert, para justificar la masacre que ha ordenado en la Franja de Gaza obligan a revisar el diccionario para encontrar significados que, quizás, se nos escapan al sentido común. Según sus declaraciones, se trataría de una «respuesta» que debe aunar «la paciencia, la sensatez y la firmeza». Si así fuera, quedaría fuera de lugar calificar esta nueva operación como un castigo colectivo, violador de la legalidad internacional, que responde a un cálculo premeditado y que se ejecuta con un alto nivel de insensatez.
Para desgracia de Olmert resulta relativamente sencillo desmontar sus argumentos. En primer lugar, no cabe interpretar estos ataques como una respuesta al lanzamiento de imprecisos cohetes artesanales- aunque algunos ya alcanzan hasta casi 40 kilómetros- contra objetivos israelíes. Hacerlo así supondría olvidar que la película (la tragedia) no comenzó tras la decisión de Hamas de poner fin a la tregua en vigor durante estos últimos seis meses. Por el contrario, hablamos de una ocupación israelí que se remonta a 1967 y que ha sido tan reiterada como infructuosamente condenada por la comunidad internacional. El redespliegue de 2005 no puso fin a esta situación, por cuanto se mantiene a los 1,5 millones de gazatíes encerrados en una cárcel sin aguas territoriales ni espacio aéreo propio y con apenas tres puertas al mundo (cerradas y abiertas discrecionalmente por Israel, según sus deseos). Hablamos de un asedio total, que se prolonga desde hace más de un año, y que visibiliza al pie de la letra la idea israelí de «no matar de hambre a sus habitantes, pero sí dejarlos a dieta estricta» hasta que Hamas desaparezca del mapa. Hablamos también de una situación de emergencia humanitaria, que se traduce en penurias de todo tipo para una población apenas asistida por el aparato social de Hamas y la UNRWA. En definitiva, no estamos ante una respuesta sino ante un capítulo más de un plan para desterrar toda perspectiva de futuro soberano a los palestinos.
Por otra parte, la paciencia ha brillado, una vez más, por su ausencia. Los propios portavoces de Hamas, con la mediación de Egipto, habían hecho saber su deseo de prolongar la tregua a cambio del levantamiento del asedio a la Franja. Recordemos que la tregua en los ataques palestinos se estableció sobre esa misma base, sin que Israel haya aliviado la presión en ningún momento. Si Israel no cumplió su parte es debido a su firme voluntad de ahogar a la población de Gaza, como medio para hacer caer a Hamas. Solo al ver que esa estrategia de cerco no ha restado apoyo popular al gobierno de Ismail Haniya- como demostró la multitudinaria manifestación que acaba de conmemorar la creación de ese movimiento hace ahora veintiún años-, se ha optado por incrementar la presión con un ataque militar directo y masivo.
Sobre la sensatez hay sobradas muestras del déficit que ha mostrado Olmert, tanto en su vida personal (abandona el puesto forzado por evidentes señales de corrupción) como política. Ahora estamos ante una decisión que no se explica tanto por razones de seguridad como por otras prioritariamente electoralistas. Ante el temor- compartido por Kadima y los laboristas- de que Benjamín Neyanyahu salga victorioso en las elecciones del próximo 10 de febrero, tanto unos (Ehud Barak, como ministro de defensa, para tratar de evitar el anunciado desastre laborista) como otros (Tzipi Livni, que aspira a suceder a su jefe) se afanan en aparecer como «tipos duros», más capaces y más decididos que el propio Netanyahu a emplear la fuerza contra el enemigo palestino. Israel sabe que no logrará acabar con el lanzamiento de cohetes con una acción de este tipo. Sabe también, por ese mismo cálculo electoral, que una reocupación física, con unidades terrestres entrando en masa en Gaza, supondría un inaceptable coste en vidas para sus soldados. Por eso ha optado por el empleo de cazas y helicópteros, aunque eso suponga mayores sufrimientos para la población civil gazatí (por muy selectivos que sean los ataques es imposible no provocar daños civiles en una ciudad como la capital de la Franja, con unos 15.000 habitantes por kilómetro cuadrado).
Lo que sí cabe reconocerle al gobierno israelí es finura a la hora de calcular el momento del ataque. En plenas fechas navideñas, mientras todo se limita a una mera gestión de los asuntos internacionales; en mitad de un interregno en Washington (lo que no reduce en ningún caso la responsabilidad estadounidense en el apoyo a su mejor aliado en la zona); y tras haberse asegurado de que Egipto y Jordania desean (casi tanto como el propio Israel) ver a Hamas reducido a la nada. Incluso ha sabido jugar sabiamente al despiste- permitiendo la entrada momentánea de ayuda humanitaria y dejando en niveles mínimos la vigilancia en los puestos de control de la Franja-, sorprendiendo así al aparato de información de Hamas que, por ejemplo, mantuvo la ceremonia de graduación de los nuevos policías, a la que asistieron dirigentes que estaban en el punto de mira de Israel desde hace tiempo. Unas condiciones perfectas para tratar de aparecer como quien se limita a defenderse de un ataque, sin que quepa esperar que vaya a ser coartado en su golpe (más allá de los obligados discursos de llamada a la calma).
Sobre la firmeza no cabe, sin embargo, ninguna duda, si por ello entendemos la voluntad de seguir apostando por la fuerza y por seguir despreciando las criticas o condenas internacionales. Lo previsible es que, una vez iniciada, la operación se mantenga hasta que sean batidos todos los objetivos previstos; lo que no descarta alguna puntual incursión terrestre. Y todo ello siendo conscientes de que, a corto plazo, habrá que enfrentarse a más cohetes y a más atentados. La espiral de violencia se inició hace mucho tiempo y no hay hoy condiciones para que cristalice el convencimiento de que el terror no sirve a los intereses reales de ninguno de los dos bandos.
Los más de 4.000 cohetes lanzados desde Gaza en estos últimos siete años no han servido ni militar ni políticamente a la causa palestina. Son, además, condenables desde la óptica de la legalidad internacional (no debe confundirse el derecho de resistencia, incluso armada, a la ocupación, con el ataque deliberado contra civiles). Ése no puede ser el camino para los palestinos. Pero mayor error constituye, para quien pretende ser visto como un actor racional y democrático en el escenario internacional, actuar de modo permanente al margen de la legalidad y de sus propios valores éticos. Con todo esto en consideración, resulta pasmoso que lo único que se le haya ocurrido al presidente palestino, Mahmud Abbas, sea condenar a Hamas por su decisión de poner fin a la tregua.