investigar. formar. incidir.

Menú
Actualidad | Artículos en otros medios

Blair mira a Palestina

e37

(Para Radio Nederland)
Aureolado por su longevidad en el exigente cargo de primer ministro británico, por su cercanía a la superpotencia y, cabe imaginar, bendecido por el propio Papa en su condición de nuevo católico, Tony Blair ha resistido la tentación de seguir los pasos de Bill Clinton y otros ilustres antecesores poniendo precio a sus palabras en los foros de debate más prestigiosos, demostrando una vez más su condición de animal político por excelencia. Su designación como enviado especial del Cuarteto (Estados Unidos, Unión Europea, ONU y Rusia) para Oriente Próximo le concede la oportunidad de seguir en la primera línea de la política internacional y de concentrarse en uno de los temas que reiteradamente ha definido como clave para la mejora del clima de seguridad internacional: la resolución del conflicto que enfrenta a Israel con sus vecinos árabes.

No ha elegido, es evidente, un camino fácil. Pero tampoco lo era el conflicto irlandés y, sin embargo, no tuvo dudas en echar el resto para aprovechar la vía abierta por su antecesor en el 10 de Downing Street, John Major, y lograr lo que hoy parece ya como un proceso de paz irreversible. Tampoco lo era apuntarse a la estrategia de fuerza que George W. Bush ha venido marcando desde 2003 en relación con Iraq, pero también en ese caso se jugó gran parte de su prestigio personal, dañado hoy como consecuencia del fracaso cosechado por ambos en el marco de la “guerra contra el terror”. Tal vez sea este punto negro en su abrillantada biografía uno de los elementos que más hayan influido en su ánimo para aceptar un encargo que presenta- a la luz de la actual situación en los Territorios Ocupados y en Israel, sin olvidar a un Líbano tan convulsionado- muchas más posibilidades de fracaso que de éxito. ¿O tal vez sea ésa la penitencia que el Vaticano le ha impuesto, tras el incumplimiento de sus promesas para África y de su directa implicación en el desastre iraquí, para permitirle la entrada en las filas católicas?

Sea como fuere, lo que interesa ahora es determinar las opciones que se abren a partir de su nombramiento. Frente a la primera imagen de un Blair convertido en mediador para la resolución del conflicto, se va imponiendo ya desde el principio la idea de que su tarea se limita, en palabras del propio Javier Solana, a “canalizar las ayudas políticas y económicas para construir un nuevo Estado palestino”. No cabe esperar, por tanto, que pueda lanzar ningún nuevo plan de paz, ni siquiera actuar como facilitador entre israelíes y palestinos (o libaneses, o sirios) para recuperar un diálogo absolutamente inexistente a día de hoy. A la espera de comprobar en el inmediato futuro cuál es, en la práctica, su cometido, todo parece indicar que se concentrará en materializar sobre el terreno el consenso alcanzado entre los miembros del Cuarteto e Israel (con los países árabes en segundo plano) para apoyar de modo inmediato y visible a la Autoridad Palestina, y especialmente a su presidente Mahmud Abbas, en el intento de consolidar su poder frente al demonizado Hamas encastillado desde hace unas semanas en Gaza.


El juego es tan obvio como incierto en sus resultados. Se pretende nada menos que convencer a los palestinos de que con Abbas se vive mejor, aspirando a que olviden sus constantes críticas a unos líderes que han agotado ya hace mucho tiempo su capital político ante su propia población. En la medida en que el apoyo político y, sobre todo, las ayudas lleguen a Cisjordania (y teóricamente a Gaza, sin pasar por las manos de Hamas) los palestinos reconocerán el error que cometieron al votar a los islamistas radicales y abrazarán nuevamente a sus líderes “naturales”. En ese punto se hará posible reiniciar el diálogo y preparar a los palestinos para que acepten la oferta israelí de un simulacro de tratado que permita crear la ficción de que existe un Estado palestino. Es un planteamiento que se basa en la supuesta amnesia y puerilidad de los palestinos, presas fáciles de unos inteligentes diseñadores y estrategas de salón occidentales (lo cual incluye a los propios israelíes), que quedarán cegados por el brillo de los fondos de ayuda que, a raudales, van a inundar desde ahora los Territorios.

Blair ha demostrado repetidamente sus notables capacidades políticas y transmite una seguridad en sí mismo que, a buen seguro, le autoconvence de su idoneidad para cualquier cargo que decida asumir. Cuenta, además, con el explícito apoyo del presidente Bush, auténtico valedor de su candidatura. Pero nada de esto le garantiza éxito alguno en su empeño. En primer lugar porque el enquistamiento del conflicto y su permanencia en el tiempo ha demostrado sobradamente su resistencia al arreglo (basta con comparar los más de sesenta planes de paz puestos sobre la mesa, desde su arranque en 1948, con los resultados obtenidos). Por otro lado, porque al margen de su propia convicción personal sobre la necesidad de concentrar el esfuerzo en resolver precisamente este problema antes que muchos otros de los que configuran la agenda de seguridad internacional, resulta más aconsejable tomar en consideración la opinión que su figura provoca. A pesar de su nacionalidad, o quizás precisamente por ello, no puede ser identificado en ningún caso como un enviado neutral, sino más bien como un emisario de EE.UU. (cuántas veces ha sido visto como el auténtico ministro de exteriores de Bush), sin que su presencia en el juego le otorgue a la Unión Europea ninguna relevancia añadida (ni mucho menos a Rusia). No parece que esa tarjeta de visita sea, hoy y en esta zona, la que más puertas abra y la que más sonrisas vaya a provocar. Desde la perspectiva árabe, que debería importar un poco más de lo habitual en este caso, es difícil olvidar su papel en la crisis iraquí (sin dejar de lado el comportamiento británico en la gestión de la Palestina histórica y en el nacimiento de Israel). Aún se podría añadir que el balance de estos últimos quince años de hipotético Proceso de Paz, en lo que se refiere al nivel de cumplimiento de los compromisos financieros asumidos por la comunidad internacional en las sucesivas conferencias de donantes (con Israel incluido), es claramente desesperanzador.

Tony Blair se cree capaz de superar todos esos obstáculos, convencido de que su impronta personal le permitirá apuntar un nuevo éxito en su currículum vitae. Seguramente es el resultado de la fuerza de los nuevos conversos.

Publicaciones relacionadas