investigar. formar. incidir.

Menú
Actualidad | Artículos en otros medios

Bin Laden, vivo o muerto

d81

(Para Radio Nederland)
Desde su probable escondite en algún rincón de la zona fronteriza entre Afganistán y Paquistán, el tristemente famoso terrorista Osama Bin Laden quizá esté contento estos días: después de tanto tiempo sin noticias, repentinamente todos vuelven a hablar de él. Lo hizo primero quien se postuló en su día como su principal cazarecompensas, el propio George W. Bush, que ahora dice arrepentirse de haber proclamado su voluntad de atraparlo “vivo o muerto”. Lo secundó Barak H. Obama, en el marco de sus primeras tomas de postura, al afirmar que vuelve a ser una prioridad en los objetivos que se marcará su administración para el inmediato futuro. Y lo ha completado Michael Hayden, en su calidad de director de la CIA estadounidense, en un discurso con una notable carga de incoherencia al retratarlo casi como un “dón nadie”, insistiendo al mismo tiempo en que su captura tendría un efecto muy relevante en términos de lucha contra el terrorismo.

Por lo que respecta al primero, no queda claro si la confesión se explica por su fracaso en el logro de su objetivo o por sus remordimientos religiosos al desear la muerte a otra persona. En todo caso, interesa recordar que no solo ha mantenido ese discurso desde los primeros días tras el 11-S, sino que ha perturbado la orientación de la estrategia militar estadounidense hasta llevar a su país al actual empantanamiento en varios escenarios de Oriente Medio, sin que pueda presentar un balance mínimamente positivo. Si realmente hubiera querido capturar a Bin Laden no se comprende que desatendiera el escenario afgano (tras la primera campaña militar emprendida en octubre de 2001) para concentrarse en Iraq a partir de marzo de 2003. Ni los talibanes (con el mullah Omar a la cabeza), ni Al Qaeda (con el propio Bin Laden como jefe supremo) habían sido derrotados definitivamente en aquellas fechas. La preferencia otorgada entonces a Iraq dejó sin eliminar una amenaza que no solo se ha revitalizado en territorio afgano sino que se ha ampliado con fuerza a Paquistán, ampliando así la violencia y la inestabilidad en un radio mucho mayor que el original. Hoy ambos individuos siguen libres, sea cuál sea su margen de maniobra, Afganistán está lejos de superar su ya larga historia de violencia y Paquistán se acerca peligrosamente al punto de ignición de un estallido que supere los muros de contención que trata de establecer un gobierno escasamente fiable.

Por lo que afecta a las otras dos fuentes de información sobre el supuesto jefe de Al Qaeda, cabría pensar más en un intento mediático por evitar cualquier percepción de debilidad u olvido que en un verdadero afán por lograr lo que, en cualquier modo, apenas tendría efectos positivos en la lucha contra la amenaza terrorista.

Aunque mañana mismo Osama Bin Laden fuese capturado o eliminado, en muy poco cambiaría la naturaleza y la importancia del reto que representa Al Qaeda y otros grupos que toman a esta organización como inspiración para su propia práctica violenta. Dicho de otro modo: el monstruo ya está creado y su amenaza supera hoy con mucho a su propio creador. Desde los mujahidin (luchadores por la libertad) afganos- que fueron instrumentos preferidos de Washington (e Islamabad) en su esfuerzo por provocar la derrota soviética en Afganistán, finalmente registrada en 1989- hasta los talibán de los años noventa, es posible rastrear el nacimiento, desarrollo y consolidación de un monstruo más o menos dócil hasta que llegó a tomar conciencia de su propio poder. Ya desde principios de los años noventa se hizo evidente que tanto muchos regímenes árabo-musulmanes como algunos países occidentales se habían convertido en objetivos de un terrorismo de alcance global. En estos años no solo Al Qaeda ha mostrado su capacidad para golpear en diferentes países, sino también para dar a luz un entramado inefable de células, simpatizantes, militantes y combatientes de muy diversa procedencia. Si a eso se le añade la experiencia que muchos de ellos han podido acumular en el escenario iraquí- auténtica universidad terrorista, frente a la escuela que puedo representar el Afganistán de los años ochenta-, solo cabe concluir que Bin Laden ya no es necesario para mantener e incrementar el terror.

Dada esa situación, resulta bastante incoherente un discurso como el presentado por el director de la CIA. Por una parte, resultaría que estamos hablando de un individuo prácticamente aislado, que emplea el grueso de sus fuerzas en su propia supervivencia y que está al margen de la dirección de Al Qaeda y de las operaciones realizadas en su nombre. Por otra, sin embargo, se nos insiste en que su captura o eliminación sería muy relevante para la supresión de la amenaza que representa Al Qaeda. De todo ello se deduce que ni para lo malo (nuevos actos terroristas) ni para lo bueno (la desaparición de Bin Laden) la suerte personal de este nefasto personaje debería entenderse como un elemento central de ninguna estrategia de respuesta al peligro que supone el terrorismo en nuestros días.

Más aún, insistir en esa línea significa mantener el mismo error de quienes han optado hasta ahora por concentrar todos sus esfuerzos en la lucha contra los síntomas más visibles de la amenaza (capturar a un terrorista, por ejemplo) en lugar de hacerlo contra las causas (sociales, políticas y económicas) que alimentan la violencia en todas sus formas. ¿Seguiremos así?

Publicaciones relacionadas