Ataque al CICR en Afganistán
El pasado 29 de mayo en Afganistán un comando suicida atacó las oficinas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en la ciudad Jalalabad, asesinando a un guardia de seguridad e hiriendo a un delegado de la organización.
Todavía nadie ha reclamado la autoría del atentado. Sin embargo, el acontecimiento ha sobrecogido al mundo de la ayuda humanitaria.
El CICR no sólo goza de una protección especial bajo las Convenciones de Ginebra sino que además a lo largo de los 12 años de guerra en Afganistán se ha granjeado el respeto y admiración de sus habitantes. Su labor ha sido reconocida incluso por la insurgencia talibán como «una organización imparcial que trabaja para los necesitados, los indefensos y los oprimidos del mundo».
Aunque no es una práctica habitual, las agencias de ayuda humanitaria que trabajan en zonas de conflicto se exponen a ser blanco de cualquiera de los contendientes y el escenario afgano no es una excepción. Ya en 2003 un ingeniero del CICR, Ricardo Munguia fue asesinado cuando trabajaba en la provincia de Uruzgan. El suceso conmocionó tanto a la propia agencia como a la comunidad internacional. Como medida de respuesta el CICR decidió que la necesidad de hacerse respetar como una organización asistencial y neutral debía ser todavía más evidente y así acabó por convertirse en la agencia que cuenta con las relaciones más fuertes con los grupos insurgentes. Actualmente recupera los cuerpos de combatientes para realizar los enterramientos, busca y visita a los detenidos, manteniendo el contacto con sus familias. Brinda asistencia médica a los civiles y combatientes heridos por igual y llama a ambas partes para dar cuenta de violaciones de las leyes sobre conflictos armados.
Sin embargo, diez años después del ataque en Uruzgan, vuelve a repetirse la misma historia sin que nadie revindique el atentado. No cabe dudad de que el ataque en Jalalabad fue intencionado tanto por el procedimiento empleado como porque el lugar de las instalaciones y el símbolo de la Cruz Roja es ampliamente conocido por la población afgana desde hace décadas.
El portavoz del CICR explicó a The Guardian que el ataque debió producirse por «algún grupo armado, no sabemos todavía quién pero estamos tratando de averiguarlo». En el comunicado que emitió la organización tuvo por objeto denunciar la agresión y dejar claro que, cuando se entiende por objetivo militar a las agencias humanitarias, se traspasa una línea roja. «Condenamos este ataque en los términos más fuertes posibles» dijo Jacques de Maio, jefe de operaciones del CICR para Asia del Sur. «Ahora mismo nuestros pensamientos están con la familia de nuestro compañero fallecido».
Sin embargo, todavía poco se sabe sobre la autoría y los responsables que están detrás del ataque. Por ello no se descarta que la orden viniera de un grupo externo o independiente de la cadena de mando de la insurgencia. En tal caso, la situación sería incluso más seria puesto que a partir de ahora cabría esperar nuevas agresiones contra el personal humanitario desplegado en el país.