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Argelia, un repaso por su historia contemporánea: 50 años de independencia (II)

 

(Por Beatriz Pascual)

Hamsa no supera los 20 años. El pelo negro y rizado revolotea entre sus orejas y se posa, caprichosamente, en sus ojos con cada aullido de viento. Sus ojos esconden la férrea determinación de la juventud y sus puños apretados desvelan una rabia contenida. Baja los escalones de la casbah de Argel apresuradamente, se detiene en sus esquinas y acaricia sus paredes blancas. Desconcha poco a poco los trozos de cal, que se resisten al paso del tiempo. Cierra los ojos y recuerda las leyendas que los mayores le han contado sobre la guerra de la independencia, los «guerreros» del Frente de Liberación Nacional (FLN) y su lucha contra los paracaidistas del general Massu, durante la Batalla de Argel. Sin embargo, las empinadas callejuelas ya no conducen a los escondrijos de los «libertadores». Lo único que se perpetua inamovible en la casbah son los haiks blancos de las mujeres, moviéndose como fantasmas entre las estrechas puertas de madera y las paredes de cal. Pero, ahora, las mujeres no llevan en sus cestas hogazas de pan donde esconder las municiones y los mensajes de los combatientes del FLN. Lo único que queda escondido entre los lazos de mimbre es la decepción, el hambre, el fracaso y un pegajoso olor a fritanga. Hamsa ya no vive en la casbah, que ahora se ha convertido en un asentamiento de chabolas, donde centenares de campesinos hambrientos recuerdan sus campos asediados por la sequía. Para Hamsa, que ahora sobrevive en los barrios obreros de Belcurt y Bad el Ued, la revolución de la casbah y las proezas del FLN no son más que leyendas.

Veintiséis años después de la independencia, pocos creen en el «socialismo a la argelina» del partido único. En 1988, para la mayoría de la población, los intentos de liberalización y apertura, no solo habían fracasado, sino que se habían convertido en metas imposibles debido a la burocratizada y elitista estructura del FLN. Así, la imposibilidad del cambio ya se había demostrado dos veces. La primera en 1976 con una nueva constitución y con unas elecciones en las que Houari Boumedienne, que detentaba el poder, resultó re-elegido por ser el único candidato. La segunda en 1978, cuando Chadli Bendjedid sustituyó a Boumedienne, prometiendo la liberalización política del país y la llegada de la economía de mercado. Sin embargo, tras nueve años de mandato, Bendjedid no había cambiado nada. En definitiva, para el grueso de la población de 1988, resultaba evidente que el FLN y aquellos que habían alcanzado el poder a su costa se habían convertido en una élite cerrada y replegada sobre sí misma, que impedía al país seguir hacia delante.

Situación económico-social

Mientras que el Estado Argelino proclamaba las virtudes del socialismo, de la austeridad y del sacrificio, el nivel de vida de la población seguía igual de estancado que antes de la independencia. Las principales actividades económicas seguían siendo la agricultura y la minería y el Estado Argelino, en su rol de conductor de la economía nacional, había fracasado en gran parte de los proyectos que había llevado a cabo.

La crítica situación del país se vio agravada por una crisis económica, que se explicaba, oficialmente, por la sequía que acosaba al país y por la caída de los precios de los hidrocarburos: mientras que en 1979 un barril de petróleo valía 40 dólares, en 1988 el barril costaba 12. En tres años los beneficios de los hidrocarburos habían disminuido 5 billones de dólares y los recursos del país habían descendido un 40 por ciento. Asimismo, la obsesión del fallecido presidente Huari Boumedienne por la industria pesada y el colectivismo agrícola había llevado a Argelia a depender del exterior para comer, llegando a importar dos tercios de sus necesidades alimenticias.

Además de las condiciones económicas, la corrupción y la rigidez burocrática no ayudan a contentar a unos jóvenes, que veían pudrirse en cajones sus títulos universitarios. El país, que quería convertirse en la capital del «tercer mundo» (entendido dentro del contexto de los No Alineados), había hecho de la educación y de la arabización (que no islamización) su bandera. Sin embargo, la crisis económica, la mala repartición de los recursos y la explosión demográfica perfilaban el paro como el único destino de los universitarios. No es de extrañar, en este contexto, que los primeros signos de descontento se mostraran en una revuelta de estudiantes de secundaria en Constantiene.

La revuelta de 1986 no triunfó pero sentó un precedente. Durante los dos años siguientes, el descontento de la población creció ante la «vieja guardia» del FLN, que se resistía a los cambios y que aplicaba sobre la población medidas de austeridad más estrictas que las que pedía el FMI. Los jóvenes como Hamsa comenzaron entonces a comparar su pobreza con la opulencia que los tchi-tchi, los hijos de la nomenklatura del régimen del partido único y de la economía socialista. Las ropas de Paris, las motos japonesas y los coches alemanes que utilizaban para llegar hasta las boutiques, restaurantes y discotecas de Riad el Feth, contrastaban con la desolación de la escasa clase media y de la abundante clase baja.

El estallido de la revuelta

Las acusaciones populares de corrupción política contra la «burocracia elitista» del FLN se generalizan y los grupos vinculados al fundamentalismo islámico comienzan a crecer en las manifestaciones. De esta forma, los paros en las fábricas y en los servicios públicos así como los rumores de una huelga general se generalizan antes del 5 de octubre de 1988. Ese día comienza la revuelta y las manifestaciones esporádicas no controladas se suceden en toda Argel. Mientras las protestas se propagan rápidamente a las otras ciudades del país, los adversarios del presidente comienzan a difundir rumores que le responsabilizan de haber organizado las revueltas.

La razón de esta sospecha se basaba en las acusaciones que el presidente lanza a la nomenklatura durante un virulento discurso, pronunciado el 19 de septiembre. En él, Chadli Bendjedid arremete contra el inmovilismo del partido y del gobierno y pone cara a aquellos que se oponen a su programa de reformas económicas llamándoles «los burócratas, los especuladores, los inmovilistas y los negociantes».

La primera protesta se produce en Roubira, una localidad situada a 25 kilómetros de Argel, donde se prolonga durante los meses de septiembre y octubre una huelga. La protesta se da a conocer de forma contundente el 6 de octubre, cuando el presidente proclama el estado de sitio en Argel. Se establece el toque de queda y la ciudad se paraliza: no hay transportes públicos, ni recogida de basuras, los comercios están vacíos y las clases suspendidas. Sin embargo, las protestas no se detienen. Los desempleados y los jóvenes protestan a la salida de las mezquitas y piden la «islamización» del país. Tratan de focalizar su rabia contra las discotecas y boutiques de Riad el Feth (donde pasean los tchi-tchi), así como contra los edificios públicos y los símbolos del régimen del FLN, pero los establecimientos se encuentran custodiados por carros de combate.

El paisaje de desolación, poblado por autobuses y coches incendiados sobre una alfombra de cristales y caucho quemado, no tardará en extenderse a Orán. Allí, la tarde del 7 de octubre, los jóvenes bajan de los barrios populares situados en las alturas y se enfrentan a pedrada limpia a los antidisturbios y policías de remplazo. La mal llamada «revuelta de la sémola», por aquellos que piensan que las protestas han sido solo causadas por el hambre, inunda Orán y las pantallas de los televisores de medio mundo.

Los jóvenes tanto en Argel como en Orán reproducen los modus operandi de la intifada palestina, cuyas escenas ven a diario en la televisión. Hamsa como los otros muchachos tapa su cara con pañuelos y quema edificios oficiales del FLN, supermercados monoprix y neumáticos en las calzadas. Mientras los helicópteros cruzan el cielo ,los chicos corren pero no tanto como para superar a las balas del ejército que tiene orden de «abrir fuego contra los que se resistan a obedecer las ordenes». El sexto día de la protesta habrá 400 muertos según los cálculos de los corresponsales de AFP, Reuters y Le monde, aunque el régimen solo reconocerá 176.

Desde el miércoles 5 de octubre al lunes 10 de octubre, el mando militar, liderado por el general Khaled Nezzar al que el presidente cede su poder, empleará a fondo su arsenal de fusiles automáticos y ametralladoras pesadas de 23 milímetros. El ejército disparará sobre los manifestantes, que por miedo a ser fichados, evitaran los hospitales y recurrirán a médicos privados.

El desorden y el caos toca a su fin la noche del lunes 10 de octubre cuando Chadli Bendjedid aparece en televisión a

las ocho de la tarde, vestido en un traje azul para dirigirse a la población argelina mientras la bandera blanca y verde ocupaba buena parte de la imagen. «Os pido vuestra ayuda; no personalmente, sino para la salvación de vuestra patria y vuestra revolución », anuncia.

Resultados de la revuelta

Aquellos que en 1988 no creían en el FLN y llevaron a cabo la revuelta creían que, una vez esta acabara, o bien se anunciarían cambios sustanciales o bien se les callaría para imponer un poder más fuerte. Lo cierto es que no ocurrió ni una cosa ni la otra. El estado de sitio fue levantado el 12 de octubre y el presidente les prometió someter a referéndum «unas reformas políticas» que no precisó. Entre las llevadas a cabo, la modificación de la Constitución abrió las puertas al multipartidismo, permitiendo el alzamiento del FIS (Frente Islámico de Salvación).

Sin embargo, la apertura no traerá las consecuencias esperadas y desembocará en una Guerra Civil, que se cobrará entre 150.000 y 200.000 vidas. En 1991 el partido que había gobernado el país desde su independencia canceló las elecciones ante la inminente victoria del FIS (Frente Islámico de Salvación). Esta decisión provocó la reacción de las dos facciones del FIS: el Movimiento Islámico Armado (MIA) en las montañas y el Grupo Islámico Armado (GIA) en los pueblos. Los enfrentamientos desembocaron en una lucha encarnizada entre guerrillas, que se intensificó en 1994, cuando los bandos se dividieron y reagruparon. El GIA, contrario a las negociaciones entre el gobierno y los líderes del FIS encarcelados, declaró la guerra al FIS y a sus partidarios, mientras que la MIA y varios grupos menores se reagruparon y declararon su lealtad al FIS, pasando a llamarse Ejército Islámico de Salvación (AIS). Tras una decena negra de conflictos, el 16 de septiembre de 1999, los argelinos decidieron declarar la paz adoptando la misma forma con la que había declarado su independencia: el referéndum. El 98,6% de la población dio el «sí» a «la paz y a la concordia civil» aunque el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) vinculado a Al-Qaeda continuará con las acciones violentas, especialmente en las montañas del este.

Hamsa no consiguió lograr la paz ni la igualdad que los hombres suelen creer tener al alcance de la mano al comienzo o al final de las revueltas y las guerras civiles. Durante los años que Hamsa siguió deambulando por la casbah de Argel, el joven comprobó la extraña capacidad del poder para glacializar en la cumbre los intereses de unas minorías. Sin embargo, otra revolución, que hace temblar el suelo del norte de África, llegará también a Argelia. ¿Logrará esta revuelta triunfar y colmar las esperanzas de los disconformes? Esa es otra historia, que os contaremos en la última entrega de esta serie.

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