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Arabia Saudita: ¿cómplice de al Qaeda?

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(Para Radio Nederland)
El A partir de los atentados del 11 de septiembre pasado el gobierno estadounidense declaró la guerra contra el terrorismo. Al señalar al saudí Osama bin Laden, líder del grupo terrorista al Qaeda, responsable de los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono, el presidente George W. Bush ha especificado los frentes de la guerra y ha definido a los que apoyan el terrorismo (“el mal”) y los que luchan contra él.

Desde septiembre las agencias estadounidenses de inteligencia han empleado sus esfuerzos para comprobar la hipótesis de que Osama bin Laden fue el autor de los ataques. Afganistán es el país donde bin Laden ha residido durante los últimos años, y el régimen Talibán, que le amparó, se ha transformado en el objetivo principal. Mientras tanto, ante la alarma de nuevos ataques dentro de EEUU se ha comenzado a insinuar la posible conexión entre bin Laden e Iraq. Sin embargo, aunque este último ha sido el único país árabe que no ha condenado los ataques a las ‘Torres Gemelas’ y al Pentágono, no parecen existir pruebas que indiquen esa conexión. En cambio, Arabia Saudita es un país árabe fuertemente alineado con EEUU pero con un papel muy poco claro sobre las redes terroristas musulmanas.

Dentro de Arabia Saudita hay grupos de poder económico y político, como el movimiento wahabista, con una fuerte tendencia anti-occidental. De hecho, el mismo bin Laden viene de esa tradición. Arabia Saudita ha financiado a grupos extremistas, empezando por los mismos muyahidines afganos que en los años 80 pelearon contra la ex URSS.

Arabia Saudita es un país musulmán gobernado por la familia real, al Saud, en el que rige una interpretación muy estricta del Islam, tanto, en algunos aspectos, como en Afganistán. Los saudís, en general, están divididos en dos sectores: la monarquía y la élite que la rodea; y, el pueblo saudí. La primera vive en un mundo lujoso y caprichoso con el dinero de las ganancias de la exportación del petróleo y respetan o no respetan las leyes islámicas como quieran. La otra parte o segunda población  vive obligada a seguir las estrictas normas de la secta Wahabi de Islam bajo la vigilancia de la policía religiosa, en una sociedad donde más de la mitad del pueblo tiene menos de 18 años, hay alto nivel de desempleo, pocas oportunidades para una buena educación y un movimiento fundamentalista cada día más fuerte. En su libro La Yihad, Gilles Kepel (Península, Barcelona, 2001) explica en detalle las relaciones entre el wahabismo y la monarquía.

El gobierno saudí está oficialmente encabezado por el Rey Fahd, pero debido a que éste se encuentra desde 1995 incapacitado mentalmente, son el príncipe heredero Abdula y el príncipe Sultan, actual ministro de defensa, quienes gobiernan. Desde que el Rey enfermó el gobierno es cada vez más vulnerable, débil y corrupto. A lo largo de los años, con el empeoramiento de las condiciones para la segunda población debido a la corrupción de la familia real y también por las peleas internas entre los príncipes (competición por el poder) se ve que la familia al Saud se ha vuelto vulnerable al creciente movimiento fundamentalista en Arabia Saudita.

Según un reportaje del periodista Seymour Hersh en la revista, The New Yorker, (“King’s Ransom”, 22/10/01) la Agencia de Seguridad Nacional (ASN) estadounidense lleva desde el año 1994 interceptando conversaciones entre miembros de la familia al Saud que corroboran el agudo aumento de corrupción en el gobierno. Los miles de príncipes – que ocupan cargos de ministros y gobernadores, entre otros – han estado robando dinero del Estado, quitando dinero de proyectos como el de la reforma de la Gran Mezquita de la Meca, y a través de negocios “sucios” con empresas internacionales.

Además de la creciente corrupción e inestabilidad y la creciente impaciencia de una población que adhiere cada vez más al fundamentalismo se encuentra el problema del “dinero de protección” que los saudís reales pagan para mantenerse en el poder a movimientos fundamentalistas. Hersh dice que según el espionaje estadounidense ya en 1996 Arabia Saudí se convirtió en financiador de grupos extremistas como al Qaeda y Hamas. A pesar de estas acusaciones Arabia Saudita ha declarado que no financia a la red de al Qaeda u otros grupos extremistas. Al mismo tiempo, el gobierno saudí se ha negado a cooperar con la investigación del FBI sobre los 19 hombres (se cree que más de la mitad era de origen saudí) que supuestamente participaron en los secuestros de los cuatro aviones el 11 de septiembre.

Según el presidente Bush, los que apoyan a los terroristas pueden sufrir represalias. La investigación sigue mostrando pruebas sobre la conexión entre grupos terroristas y Arabia Saudita. Incluso sin la ayuda del gobierno saudí, el FBI podría encontrar evidencias que comprometan seriamente al Estado saudí. Puede que la familia al Saud haya financiado a estos grupos extremistas con el fin de evitar que éstos no les echaran del poder; sin embargo, sea cual sea el motivo, las pruebas contra el Estado saudí podrían aumentar. Queda por ver si el gobierno estadounidense cumplirá con las palabras de su presidente de investigar a fondo y que cualquier gobierno que apoye o que protege a los terroristas sea castigado, tanto como si fuera el responsable directo de los ataques.

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