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Apuntes de urgencia sobre la oleada de cambios en el mundo árabe

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(Para Fundación Carolina)

De repente la atención mediática se ha centrado en el mundo árabo-musulmán, más allá de las habituales referencias al conflicto árabe-israelí o a lo que ocurre en Iraq y Afganistán. Aplastados durante décadas por regímenes políticos que poco han hecho por su bienestar y seguridad, los más de 300 millones de árabes parecen haber despertado súbitamente para reclamar trabajo, dignidad y libertad. Con su movimiento han generado una oleada que pone en cuestión regímenes que parecían sobradamente consolidados y que, de paso, da una auténtica lección a quienes preferían verlos como individuos sin preparación para la democracia.

Ahora, tratando de corregir el error de cálculo, algunos se apresuran a calificar lo que está ocurriendo en las calles árabes como un vendaval democrático, aunque no logren ocultar al mismo tiempo el temor que les provocan unas revoluciones que pueden cuestionar de raíz un statu quo que ha sido muy beneficioso tanto para las élites locales como para los gobiernos occidentales, socios preferentes de los gobernantes que ahora ven peligrar sus privilegios.
Sin posibilidad, todavía, de establecer ningún balance, ni siquiera de adivinar a dónde conduce realmente esta corriente de movilización popular, es posible ya fijar algunas ideas y conceptos alrededor de algunos Nombres Propios. Con la limitación que impone el espacio disponible, estos son, sin ningún ánimo de exhaustividad, los que telegráficamente pueden considerarse elementos centrales que permiten entender mejor lo que está ocurriendo.

– Causas estructurales – La totalidad de los 22 países miembros de la Liga Árabe presentan un conjunto de características negativas de índole social, política y económica que constituyen por sí solas un perfecto caldo de cultivo para la revolución. El alto nivel de corrupción, ineficiencia y afán represivo de los regímenes de la zona, así como la permanente insatisfacción de las necesidades básicas de un amplio porcentaje de una población, por otro lado, mayoritariamente joven y sin expectativas de poder desarrollar una vida digna, son componentes estructurales de la situación que explica las actuales movilizaciones. En ninguno de estos países existe nada que pueda ser calificado como un sistema democrático o que asegure un nivel de bienestar aceptable para la mayoría de sus habitantes.

– Espontaneidad – Una vez superado el temor atávico que han inspirado estos regímenes durante décadas (y solo cabe reconocer, con modestia, la incapacidad para explicar en detalle la razón última por la que esto haya ocurrido ahora) la ciudadanía se ha lanzado a la calle. Se trata de movimientos espontáneos y pacíficos, con una base socioeconómica bien visible, pero también con un nítido perfil político desde su arranque, concretado en la demanda de abandono del poder por parte de quienes vienen detentándolo desde hace demasiado tiempo. De hecho, el único punto de confluencia de la diversidad de actores movilizados es precisamente la defenestración de los gobernantes actuales; entendiendo que viven de espaldas a las demandas de la población y únicamente preocupados por mantener por la fuerza una estabilidad que les garantice la apropiación desenfrenada de las riquezas nacionales.

Ni en Túnez, ni en Egipto, ni en Libia o Yemen cabe identificar a un actor político que pueda arrogarse la condición de inspirador o líder de las movilizaciones. Son revoluciones populares en el más pleno sentido del término, sin que ni grupos islamistas ni ningún otro (débiles por definición, como resultado de la persecución sufrida en cuanto han cuestionado el discurso oficial) puedan considerarse protagonistas principales de lo que ocurre.

– Jazmín/Nilo versus Al Jaeera/Facebook/Twiter – Resultan forzadas las apelaciones poéticas que han llevado a algunos a bautizar a estas revoluciones como la del jazmín (Túnez) o la del Nilo (Egipto). A la hora de identificar elementos movilizadores, pocos pueden resultar más apropiados que los que hacen referencia al valor que han tenido las comunicaciones y las redes sociales. A pesar del empeño (infructuoso) de los distintos gobiernos por controlar la información que llega a los ojos y oídos de sus ciudadanos, la cadena de televisión Al Jazeera ha sido un vehículo fundamental para crear un determinado estado de opinión- con la difusión de las filtraciones de Wikileaks sobre los gobernantes locales, como elemento más llamativo- y para propiciar el arranque de las movilizaciones.

Además, gracias a medios como Facebook y Twiter la población no solo logra saber lo que ocurre en cada rincón de su país (y alrededores), sino organizar sus movimientos y reforzar su sensación de que no están solos en su lucha.

– Juventud divino tesoro – El salto demográfico en el mundo árabe se produjo a finales de los años ochenta del pasado siglo. Desde el principio se percibió como un asunto inquietante, al constatar la imposibilidad de esos sistemas económicos para dar satisfacción a sus necesidades de educación, sanidad, vivienda y trabajo. Hoy, son los jóvenes el colectivo más numeroso en la práctica totalidad de los países del área y son ellos, igualmente, los que tienen más oscuro su presente y su futuro. No puede sorprender que no confíen en una clase política ocupada en general por líderes cuasieternos en sus puestos, cooptados por el poder o desligados de la realidad de la calle.

Hoy son también ellos los que con mayor entusiasmo se han atrevido a cuestionar el statu quo imperante, intentando convertirse en protagonistas de su propio destino. En función de sus primeros resultados- huida de Ben Ali y caída de Hosni Mubarak- sienten su autoestima recuperada en buena medida. En todo caso, interesa recordar que no disponen de estructuras sólidas para adentrarse en la nueva etapa que se vaya abriendo tras la desaparición de sus odiados gobernantes. Por un lado, no tienen partidos propios y tampoco les sirven los existentes; pero, por otro, son absolutamente neófitos en la gestión de los asuntos públicos. Corren el riesgo, por tanto, de agotarse en la mera movilización permanente o de ser manipulados por otros más diestros en los asuntos de poder.

– Fuerzas armadas – A tenor de lo ocurrido en Túnez y Egipto parecería que sus ejércitos han interpretado correctamente las ansias de la población, manteniéndose exquisitamente neutrales para permitir la libre expresión popular. Mientras que en Túnez siguen siendo hoy actores secundarios, en Egipto se han convertido en los principales detentadores del poder y de su voluntad depende en última instancia que el proceso actual desemboque en una verdadera democracia y que varado en algún punto. Conviene no olvidar que no existe ningún contrapeso institucional que permita compensar una posible desviación del camino emprendido. Esta posibilidad no debe ser descartada si se tiene en cuenta que la institución militar no solo ha apoyado muy directamente al régimen de Mubarak, sino que no concibe el poder nacional en otras manos que no sean militares- como lo han sido todos sus presidentes hasta ahora- y sigue siendo un importantísimo actor económico- con intereses muy visibles en áreas de actividad que controla directamente.

De momento no hay datos que permitan concluir que los países que han logrado deshacerse de sus tiranos están ya avanzando por una senda democrática. Solo hay expectativas de que así sea, pero de momento apenas ha habido un cambio de caras dentro de los mismos regímenes, con muchos de los antiguos responsables políticos manteniendo sus posiciones de poder. No es fácil imaginar que vayan a ser los militares los más entusiastas promotores de tal proceso, cuando sus principales mandos son corresponsables de la situación creada y cuando ellos mismos ostentan notables privilegios que, a buen seguro, tratarán de retener. Esto no hace imposible la tarea, pero obliga a extremar las cautelas para evitar, desde dentro y desde fuera de estos países, que se frenen los avances democráticos.

– Islamismo político – En unos escenarios políticos dominados con mano férrea por unos gobernantes preocupados por acallar cualquier disidencia, el panorama resultante muestra una alarmante ausencia de actores que cuenten con el apoyo o simpatía de la población, salvo los de perfil islamista. Esto es el resultado de una inteligente estrategia de conquista del poder político que, desde al menos veinte años, viene denunciando y criticando a esos crecientemente ilegítimos gobiernos, al tiempo que se preocupan de atender las necesidades de los más desfavorecidos. De ese modo, los grupos islamistas han logrado atraer el respaldo de un significativo porcentaje de la población, que se beneficia de sus redes de apoyo social, frente a unos aparatos estatales ineficientes y desconectados de las necesidades de la ciudadanía.

Como conclusión, hoy son estos grupos los mejor organizados y los más conocidos por la población, mientras que el resto de las sensibilidades políticas apenas han sabido responder a las demandas. No es aventurado apuntar que si finalmente se celebran elecciones libres en estos países, el islamismo político absorberá una buena parte del apoyo popular. Pero carecen de fundamento- salvo para quienes quieren seguir viendo el mundo en términos de «choque de civilizaciones»- las previsiones agoreras de un mundo árabo-musulmán movido por Al Qaeda o el terrorismo yihadista. De hecho, otra de las cosas que se extraen de lo que ocurre actualmente en esta zona del mundo, es que es posible echar abajo a regímenes tan negativos como los existentes sin necesidad de emplear la fuerza que demanda Osama Bin Laden y sus secuaces.

– Comunidad internacional – El conjunto de la comunidad internacional- y de manera especial Estados Unidos y los países de la Unión Europea- sale muy mal parada de lo que está ocurriendo en estos países. Por un lado, por el balance negativo de un comportamiento que, en aras de la estabilidad a toda costa, ha apostado por socios manifiestamente mejorables. La defensa de intereses fundamentalmente geoestratégicos y geoeconómicos ha propiciado una incoherencia bien visible que supone, por una parte, demandar democracia y respeto de los derechos humanos y, por otra, apoyar a regímenes corruptos y represivos. A los ojos de la población árabo-musulmana, Occidente es corresponsable de su falta de desarrollo y de seguridad, en la medida en que ha preferido sostener a los dictadores de la región a pesar de sus notables deficiencias en todos los terrenos (excepto en el del enriquecimiento propio y el control manu militari de la estabilidad de sus respectivos territorios).

Por otro lado, el comportamiento actual también dista de ser el adecuado. En lugar de desmarcarse abiertamente de estos gobernantes y ponerse al lado de quienes pacíficamente demandan unos modelos que les permitan cubrir sus necesidades y vivir con libertad y dignidad, es muy notorio el temor que las revoluciones en marcha generan en las cancillerías occidentales, superadas por una dinámica que no han sabido prever y para las que no tienen respuesta positiva. Los mecanismos vigentes- incluyendo la inoperante Unión para el Mediterráneo- muestran a las claras su inadecuación, sin que se adivinen a corto plazo nuevas propuestas que permitan mejorar la pésima imagen cosechada en la región y, sobre todo, ayudar a quienes tan solo aspiran a lo mismo que nosotros en términos económicos y políticos.

Son los habitantes de los países árabo-musulmanes quienes deben protagonizar este decisivo cambio. Los demás solo podremos, en el mejor de los casos, acompañarlos en su marcha para consolidar procesos hoy aún incipientes (o todavía en cuestión, como en Libia, Yemen y tantos otros). De nosotros depende que cerremos la brecha de la incoherencia que ha caracterizado las relaciones euro-mediterráneas desde hace demasiado tiempo. Podemos dar por descontado que el proceso será muy complejo y que existen riesgos muy serios para que descarrile o termine dominado por quienes no desean la democracia. También podemos suponer que el islamismo político será un actor significativo en la nueva ecuación política; pero eso no puede servir de argumento para seguir aferrados a fórmulas que condenan a esos países al subdesarrollo y a nosotros a la vergüenza de no estar a la altura de los valores y principios que decimos defender. Veremos.

 

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