A propósito de Sudán del Sur
A finales de 1991 se materializó una de las peores masacres de la guerra civil sudanesa, que tuvo lugar en el contexto de la rivalidad nuer-dinka que ahora vuelve a suscitar la atención internacional. Tras el intento de golpe a la autoridad del legendario líder rebelde dinka John Garang –a la sazón líder de los sursudaneses contrarios a Jartum-, las fuerzas leales al nuer Riek Machar -actual líder rebelde y exvicepresidente de Sudán del Sur- entraron a sangre y fuego en los territorios dinka de Panaru, Bor y Kongor poniendo en su punto de mira a los civiles dinka, según la mayoría de fuentes aseveran. La organización Human Rights Watch estimó en unas 5.000 personas las víctimas directas de la masacre, que se conocería como la Masacre de Bor, ciudad natal de Garang, dirigente del SPLM/A (Movimiento/Ejército para la Liberación del Pueblo de Sudán). Los asesinatos, violaciones y secuestros, así como la quema de los poblados y el robo del ganado por parte de las fuerzas de Machar, al que acompañó el profeta nuer Wut Nyang y sus seguidores, provocaron el desplazamiento de tres cuartas partes del clan dinka bor, unas 200.000 personas. En paralelo, las fuerzas leales a Garang llevaron a cabo ataques indiscriminados sobre áreas nuer al oeste de Alto Nilo. De esta manera, a finales de 1992, los recursos basados en la agricultura y el pastoreo, así como la pesca estacional habían sucumbido ante la guerra entre sursudaneses.
Hoy parece que la historia se repite y las informaciones que llegan desde las agencias de noticias apuntan a un conflicto interétnico africano, a guerras tribales principalmente entre dinkas y nuer, donde el Ejército Blanco nuer, ya presente en Bor ocupa el interés de algunos artículos. Sobre este extremo de conflicto étnico, que parece explicar de manera sencilla una compleja realidad, considero que algunos comentarios sobre el contexto previo a la independencia de Sudán del Sur serían útiles para entender el complicado escenario en el que las hostilidades entre sursudaneses reavivan el fantasma de la guerra civil, en el país más joven del planeta y uno de los más empobrecidos, que no por ello pobre, ya que cuenta con importantes yacimientos de crudo y minerales.
Las escisiones y disidencias en el seno del SPLM/A, que durante años combatió al Gobierno de Jartum y hoy dirige el Gobierno de Sudán del Sur no eran debido, esencialmente, a las diferencias interétnicas, sino a luchas de poder entre comandantes y líderes locales, avivadas, en muchos casos desde el gobierno central. El que fuera vicepresidente de Sudán con Numeiri, el dinka Abel Alier, afirmó en su día que algunos dinkas opositores se «nacionalizaron» nuer justificando por razones tribales su disidencia. Alier ilustra este argumento con el ejemplo del propio Riek Machar, de quien dice que originariamente nació dinka y decidió «convertirse» en nuer por residencia y naturalización.
La situación de caos y división en el sur en los 90 fue aprovechada por el gobierno de Jartum para reafirmar su tesis respecto al «problema del sur» como un problema tribal de guerras internas y no como consecuencia de sus propias políticas discriminatorias, las cuales justificaba con la falta de unión de las fuerzas sursudanesas. El gobierno de Omar el Bashir aprovechó para echar más leña al fuego, suministrando armas y municiones a los seguidores de Machar para que continuaran con la lucha. Incluso su entonces facción -el SPLM/A Nasir- abrió una oficina en Jartum establecida por Taban Deng Gai –actual exgobernador del estado Unidad huido- el cual llegó a reunirse personalmente con el propio Bashir. La estrategia de Jartum para lograr la paz se denominó «paz desde dentro» y tuvo el efecto contrario al supuestamente esperado.
El acuerdo entre Machar y el Gobierno de Sudán no hizo sino agudizar y profundizar la lucha fraticida de los nuer y las divisiones entre los grupos sursudaneses disidentes de la matriz de John Garang. En este sentido, el historiador y asesor del Gobierno de Sudán del Sur, Douglas H. Johnson, apunta que el legado de Riek Machar se ha plasmado en la lucha entre los nuer, lo cual, aparte de las graves consecuencias en la convivencia y los derechos humanos, dejó en manos del gobierno de Jartum la explotación de los recursos petrolíferos de las áreas nuer. De esta manera, Johnson señala que, en definitiva, la estrategia de la facción de Machar fue influenciada cada vez con más peso y en cierta manera dirigida por el gobierno de Sudán, aunque aparentemente, al margen de la voluntad de Riek Machar. Al respecto, la pregunta que subyace es si el exvicepresidente de Sudán del Sur sigue siendo influenciado por el poder del norte y si las no resueltas controversias entre Yuba y Jartum influyen de alguna manera en los acontecimientos en Sudán del Sur, como de hecho lo hicieran hasta 2011. Si la influencia de la exmetrópoli es importante aún, la cuestión es si los rebeldes y el gobierno de Sudán del Sur obedecen a la lógica del «deja que se maten y negociaremos con lo que quede» que beneficia a sus vecinos del norte.
Un hecho que reforzaría la anterior aseveración es que tras la muerte de Garang en julio de 2005, Salva Kiir, hoy presidente de Sudán del Sur, hizo un importante acercamiento a las SSDF (Fuerzas de Defensa de Sudán del Sur) de Riek Machar, fruto del cual cristalizó la Declaración de Yuba de enero de 2006 mediante la cual el SSDF se integraba en el SPLM/A a cambio de igualdad de trato a sus miembros y del nombramiento del nuer Paulino Matiep como el segundo de Kiir. La Declaración de Yuba, no supuso, no obstante, la integración de la totalidad de grupos armados del SSDF en el seno del SPLM/A, quedando varios grupos alineados con el Gobierno de Jartum, dentro de las SAF (Fuerzas Aliadas de Sudán).
De todo ello, se materializan importantes preguntas donde hallar claves para entender los actuales acontecimientos violentos. En primer lugar, ¿hasta qué punto en los conflictos no resueltos por el Acuerdo Integral de Paz de 2005, que dio pie a la independencia de Sudán del Sur en 2011, se encuentran elementos que hoy avivan la tensión y la violencia? ¿Hasta qué punto no estamos viviendo un golpe de Estado sino una crisis profunda en el gobierno de Sur de Sudán, en el cual han primado los repartos de poder y no el bienestar de los sursudaneses y la estabilidad de un país que nació frágil e inestable? ¿Hasta qué punto las luchas tribales o interétnicas responden a las luchas de poder entre líderes locales y comandantes -otrora del SPLM/A y hoy del nuevo ejército nacional- que protegen sus parcelas de influencia por encima del interés general de un país, en el cual, en el fondo no creen? ¿Hasta qué punto el vecino del norte, Sudán, no sigue ejerciendo una influencia decisiva a la hora de desestabilizar a las fuerzas políticas del Sur, cuando los intereses de Jartum así lo requieren? Por último, ¿qué busca Riek Machar -doctorado en la Universidad de Bradford- en esta nueva aventura rebelde si no cuenta con apoyos importantes entre la comunidad internacional y gran parte de los sursudaneses desconfían de él desde los tiempos de la masacre de Bor, así como por sus derivas políticas y por su enriquecimiento económico?
La respuesta a estas y otras preguntas constituyen un ejercicio de aclaración a una situación de violencia que por sus múltiples actores en juego, por el contexto histórico que no se ha de obviar, por los aspectos y factores económicos esenciales que influyen y por las complicadas y confusas relaciones de poder, se antoja de difícil resolución si sólo se tienen en cuenta los elementos locales de dicho conflicto. El compromiso internacional constituye, por tanto, un elemento transcendente a la hora de plantear un futuro estable en un joven país que nació con el estigma de la guerra y cuyo horizonte se antoja oscuro si los intereses de aquellos que propiciaron su independencia son prioritarios respecto a los del conjunto de sursudaneses.