Anticipar las crisis: Un desafío pendiente de la acción humanitaria
Si podemos predecir la mitad de las crisis humanitarias: ¿Por qué esperar a que sucedan para actuar? ¿Por qué no intervenir lo antes posible para evitar muertes, sufrimiento y pérdidas? Si bien se trata de cuestiones que la comunidad humanitaria se plantea hace décadas, menos del 1% de los programas humanitarios se ejecutan antes que las crisis se deterioren y solo el 0,50% de los recursos destinados mundialmente a desastres son utilizados para prevenirlos. La ausencia de “anticipación” ha sido consecuencia de la falta de financiamiento e información disponible para actuar ante una crisis inminente, pero sobre todo, de un sistema humanitario diseñado para activarse una vez producido el impacto. Hoy existe un renovado interés y compromiso por la “acción anticipada (AA)”; un enfoque prometedor pero que requerirá un cambio profundo en cómo se abordan las crisis desde lo ético, operativo y financiero.
¿Pero qué es la AA? Es una transición de un sistema reactivo basado en necesidades a un sistema proactivo que se basa en pronósticos y riesgos. Se utilizan modelos predictivos para activar el desembolso de financiamiento y la ejecución de acciones humanitarias. Cuando el modelo indica que una amenaza ha llegado a un umbral determinado o se cumplen una serie de condiciones, como por ejemplo el aumento X del nivel de un río o las probabilidades de escasas precipitaciones, se liberan inmediatamente los fondos y se comienza a distribuir la ayuda. La finalidad es actuar antes del momento álgido de una crisis evitando o mitigando sus consecuencias nefastas; pero también optimizando el coste beneficio de la ayuda. Actuar anticipadamente permitiría multiplicar por cuatro – o más- el impacto de estos recursos. Los principales programas de AA se dan en contextos de sequías, inundaciones, o epidemias. Pero también se vienen desarrollando modelos para catástrofes repentinas y se expande el debate sobre la aplicación de AA en situaciones de conflicto.
Diversos factores vienen acelerando esta “agenda de anticipación”. Por un lado, una nueva concepción de desastre – enfocada en el factor humano y la gestión de riesgos; el desarrollo de tecnologías que permiten alertar y predecir con gran precisión; y especialmente; la crisis financiera que sufre el sector humanitario, que obliga a optimizar los limitados recursos. Actualmente, se obtienen menos de la mitad de los fondos requeridos para hacer frente a las necesidades humanitarias en el mundo y se estima que la brecha será aún mayor. Las necesidades aumentan más rápido que los fondos disponibles, y de no tomar medidas urgentes, el sistema se volverá simplemente insostenible.
Son también los aspectos operativos y éticos los que impulsan esta agenda. Si sabemos que algo sucederá y actuando anticipadamente podemos salvar vidas y evitar sufrimiento, entonces estamos moralmente obligados a hacerlo. Hoy contamos con los medios adecuados para pronosticar y entender los riesgos. Este es un privilegio que no podemos echar a perder. Mantener una acción humanitaria reactiva y tardía – como la actual – implicaría ir en contra de principios fundamentales como el de “humanidad”. Desde lo operativo, transportar ayuda humanitaria antes que los caminos se deterioren o comprar comida antes que suban los precios por la escasez, son algunas de las ventajas evidentes de este enfoque.
La AA – algunos la denominan financiamiento por pronósticos- fue desarrollada en paralelo en varias organizaciones de respuesta humanitaria. Una de las pioneras fue la Federación Internacional de la Cruz Roja que ha consolidado su trabajo en un centro anticipatorio sumamente útil. Dentro de la ONU, las agencias más involucradas son la FAO, el PMA, OCHA, y cuentan con programas en varios países. Numerosas ONGs, como las que componen la red START también lo han adoptado. Para evitar un desarrollo en compartimentos estancos, se ha conformado un grupo de trabajo sobre acción anticipatoria que promueve acciones comunes y el intercambio de información.
En un sentido más amplio, la AA es una dimensión de la respuesta humanitaria “tradicional”; que indefectiblemente se enmarca en una agenda de anticipación más amplia y que incluye a la reducción del riesgo de desastres (RRD), adaptación al cambio climático y desarrollo sostenible. Todas estas áreas confluyen en la idea de que para proteger a las personas de las crisis es necesario invertir en preparación, prevención, mitigación o anticipación, en lugar de ofrecer respuestas reactivas. Incorporar el riesgo como una dimensión sustancial en cualquier política pública así como en la cooperación internacional es fundamental.
Si bien la falta de coherencia entre estas agendas ha sido la norma hasta los últimos años, comienzan a surgir iniciativas para consolidarlas y construir una visión común. El ODI brinda algunas pistas de cómo la AA podría integrarse más con la gestión de desastres; y desde la reducción de riesgo se intenta también “incrementar” la cooperación con el ámbito humanitario. Una visión integrada requerirá, en la práctica, equipos humanitarios flexibles “capaces”de implementar programas de respuesta post crisis, pero también en reducción de riesgo, anticipación y resiliencia, para ofrecer junto con las comunidades afectadas las soluciones más adecuadas en cada caso. Esto implica romper con barreras tradicionales -que a veces existen dentro de una misma organización- entre estas áreas. Varios donantes se han comprometido a aumentar sus contribuciones a programas anticipatorios, pero también han abogado por un abordaje sistémico.
Si los programas anticipatorios resultan exitosos y la demanda aumenta rápidamente también surgirán algunos retos. En primera instancia, se necesita construir y documentar evidencia sobre los beneficios de actuar anticipadamente. Si bien existen varios programas pilotos y estudios preliminares, aún es necesario consolidar una base sólida y unificar criterios y metodologías que sirvan para futuras investigaciones. También deben armonizarse las estadísticas y cifras que se ofrecen y que actualmente presentan grandes discrepancias -por ejemplo sobre el coste beneficio de actuar antes – y que no permiten formular mensajes claros. Por último, es necesario fortalecer las capacidades locales o regionales para desarrollar o mejorar modelos predictivos. Son pocos los actores humanitarios que ofrecen apoyo a los estados en estos temas y la demanda está disparándose. El Centro de Datos Humanitarios de OCHA, que tiene un programa dedicado al análisis predictivo es un actor central en este sentido. Pero el desafío más importante es, sin lugar a dudas, como transformar un sistema acostumbrado a responder en un sistema proactivo y flexible.
La COP26 que se lleva a cabo estos días en Escocia, representa una oportunidad única para que los actores de la “anticipación” emitan un mensaje claro y contundente sobre cambio climático y crisis humanitarias y definan qué compromisos se esperan de los países en este ámbito. También, es un momento propicio para debatir cómo la comunidad humanitaria está planeando “adaptarse” al cambio climático y sus efectos. Pero esto será solo el comienzo de una transformación más profunda.
En el mediano plazo – aunque con relativa urgencia – el sistema humanitario deberá ser repensado para determinar cómo puede proteger a las personas de las crisis de un modo más efectivo. Con desastres y conflictos que se multiplican y recursos cada vez más escasos, será importante continuar innovando, alineando agendas e incidiendo para obtener más financiamiento pero esto no será suficiente. Debemos asegurarnos que los recursos disponibles sean utilizados donde más vidas puedan salvar. Lograr que anticipar las crisis se vuelva la norma de todos los programas humanitarios será sin dudas uno de los ejes principales de esta transformación, aunque obligue a una reformulación drástica del sistema tal como lo conocemos.
Adrian Ciancio es Doctor en Derecho Internacional de la Universidad Complutense de Madrid y Gerente de Proyectos de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU.