Aminatou Haidar: la esperanza saharaui de la no violencia
El silencio mediático que asfixia a la población saharaui desde 1975 ha sido roto en pedazos por un oasis de información sin precedentes gracias a Aminatou Haidar, una activista de 42 años a quien algunos llaman “la Gandhi saharaui”, que ocupa ya una modesta página en la historia de quienes han utilizado la lucha no violenta como una alternativa eficaz en la transformación de conflictos y la defensa de los derechos humanos. Con su huelga de hambre de 32 días, Haidar ha puesto en jaque un statu quo diplomático blindado durante tres décadas y ha catapultado sobre Marruecos la presión de Estados Unidos, la Unión Europea y España para que el monarca Mohamed VI aceptara su regreso a la capital de los territorios saharauis ocupados: El Aaiun.
El pasado 15 de noviembre, cuando Aminatou Haidar regresaba a El Aaiun tras una gira en EE UU Marruecos la deportó a Lanzarote, después de que ésta se negara a firmar un documento que admitía la soberanía de Marruecos sobre el Sahara. No era un hecho aislado. La policía marroquí había detenido y perseguido a Haidar en incontables ocasiones, pero esta vez Marruecos la trasladó a un avión de Iberia rumbo a Lanzarote y las autoridades españolas propiciaron la entrada de la líder saharaui despojada de pasaporte y en contra de su voluntad.
Haidar había informado al capitán del avión de que viajaba sin pasaporte y en contra de su voluntad, pero el avión aterrizó igualmente en Lanzarote y a partir de este momento se generó un escenario de difícil salida diplomática y legal. El Gobierno español aceptó en tiempo record el asilo político para Haidar- sin que ella nunca lo hubiera solicitado-, pero no le permitía tomar sin pasaporte un avión de regreso a El Aaiun, donde la policía marroquí esperaba para volverla a deportar.
Aunque fruto de la casualidad, la partida de ajedrez estaba dispuesta y Haidar aplicó a la perfección el manual de la no violencia, con una huelga de hambre indefinida que no cesaría hasta que España y Marruecos le permitieran tomar un avión de regreso a casa. La apuesta era arriesgada, pero garantizaba un jaque simultáneo al rey y a la reina. Por un lado, Haidar aspiraba a ganar una batalla a Mohamed VI y regresar a El Aaiun. Por otro, al ofrecer su vida no solo se convertiría, si su muerte llegaba a producirse, en un mito que desfiguraría el pretendido rostro amable que se otorga a Marruecos en las relaciones diplomáticas, sino que también avergonzaría a España como eterna corresponsable de una crisis y una muerte que habrían culminado en territorio español.
La diplomacia española intentó tratar de forma preferente a Haidar, pero manteniendo su inmovilista estrategia en la cuestión del Sahara: no incomodar a Marruecos. Sin embargo, el prestigio internacional de Aminatou- premiada en 2008 con el Premio de Derechos Humanos Robert F. Kennedy- desató un ciclón informativo que ha logrado en cinco semanas una atención que, en términos estadísticos, es sin duda mayor que la que se ha dispensado al conflicto saharaui en toda la última década.
En España- en un marco propiciado por el enfrentamiento entre los dos grandes partidos políticos a causa de otras crisis diplomáticas como la del secuestro del Alacrana- el caso Haidar ha ocupado la primera plana mediática de manera permanente y ha movilizado a muy diversos colectivos del mundo artístico, literario y social, sin olvidar a la propia Fundación Robert F. Kennedy, que se ha implicado hasta el punto presionar a congresistas estadounidenses para lograr que el coloso diplomático exigiera a Marruecos que cediera ante la lucha no violenta no una mujer saharaui. Así se llegó, el pasado 17 de diciembre- tras 32 días en huelga de hambre y cuando su salud se encontraba ya al límite- al punto en el que Marruecos se vio forzado a aceptar la entrada de Aminatou en el Sahara Occidental.
No cabe duda de que la intervención del Robert F. Kennedy Center for Justice and Human Rights y del Gobierno de EE UU ha sido decisiva, aunque tampoco pasa desapercibido que el Gobierno de España ha permitido que la televisión pública estatal informara día a día en horario de máxima audiencia de un caso a priori incómodo. Tampoco resulta casual que la Unión Europea haya intervenido y que su parlamento preparara una resolución que demandaba a Marruecos una solución (una declaración de intenciones que finalmente fue aparcada al confirmarse que Marruecos iba a permitir la entrada de Haidar).
El triunfo de la activista ha demostrado al menos dos cosas. Por un lado, que la lucha no violenta gandhiana no es un mero recuerdo nostálgico, sino que tiene máxima vigencia y se erige como una alternativa poderosa- tal vez la más razonable y eficiente- para lograr la transformación pacífica de conflictos y promover la defensa de los derechos humanos. De hecho, el impacto de la protesta pacífica de Aminatou es mucho más evidente que el de las periódicas advertencias de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) sobre un posible retorno a la guerra abierta, una situación bélica que se interrumpió en 1991 bajo el compromiso de un referéndum de autodeterminación que Marruecos nunca respetó.
De forma paralela, su retorno pone en evidencia que Marruecos no es intocable y que algo está cambiando en el escenario internacional con respecto a la cuestión del Sahara. Durante más de tres décadas, Marruecos se ha beneficiado del apoyo de EE UU y Francia en el Consejo de Seguridad de la ONU- con el respaldo del silencio de todos los gobiernos españoles-. Los balances de poder han condenado al olvido un conflicto condicionado por otras agendas, ante el miedo de la UE y de España a que Marruecos abra aún más las puertas de la inmigración y que se vean afectados los intereses económicos que representan el comercio de fosfatos, las áreas de pesca y las prospecciones petrolíferas. Lo que es más, ACNUR y el Programa Mundial de Alimentos mantienen una presión inhumana sobre los refugiados saharauis de Tinduf (Argelia) reduciendo la ayuda humanitaria y repartiendo 125.000 raciones diarias para 180.000 personas que deben sobrevivir con una canasta básica de emergencia, insuficiente para un exilio que ya dura 34 años. Al otro lado de un muro militar de 2.400 kilómetros y 10 millones de minas antipersona, en el verdadero Sahara Occidental, un número indeterminado de miles o cientos de miles de refugiados saharauis sufren el estado de sitio y las violaciones de los derechos humanos denunciadas por informes de organismos tan prestigiosos como Amnistía Internacional o Human Rights Watch.
Sin embargo, el capítulo de Aminatou es la gota que colma un vaso que demuestra que Marruecos debe comenzar a lidiar con el cambio de postura de la Administración Obama, que públicamente ha respaldado el derecho de autodeterminación de la población saharaui y que entiende que una transformación pacífica del conflicto es objetivo irrenunciable para lograr estabilidad en el norte de África y en la región del Magreb. En esa línea se ha llegado a barajar incluso la posibilidad de enviar fuerzas de interposición de la ONU a los territorios ocupados del Sahara Occidental, en un apunte esperanzador por el mero hecho de estar sobre la mesa.
La Unión Africana, por su parte, demanda la libertad del pueblo saharaui- lo que ha llevado a Marruecos a autoexcluirse de esa organización. Por lo que respecta al Parlamento Europeo, se ha aprobado por primera vez este año un informe que denuncia las violaciones de los derechos humanos de población saharaui en la zona ocupada. Al mismo tiempo, crece el número de eurodiputados que rechazan los acuerdos de la UE con Marruecos para pescar en aguas saharauis de pleno derecho. El más paradigmático es el caso de Noruega, que ha renunciado a sus prospecciones petrolíferas en aguas del Sahara porque no considera a Marruecos un interlocutor legítimo. El muro de comunicación del Sahara comienza a difuminarse con los vientos del desierto.
No es ningún secreto que la paz sería rentable tanto para los saharauis como para los marroquíes, dado que estos últimos sufren también notables carencias mientras su reino gasta más de 12 millones de dólares diarios en la ocupación militar que llevan a cabo sus 150.000 soldados desplegados a lo largo de los muros construidos en la década pasada. Del otro lado, la lucha saharaui crece día a día en los territorios ocupados y la juventud que no conoció la guerra- y por ello no la teme- está perdiendo su eterna paciencia después de 34 años de exilio, crisis alimentaria, restricciones de agua y violaciones de los derechos humanos.
Una nueva guerra sería cara, muy cara. Valga como ejemplo que actualmente la ONU necesitaría multiplicar por 10 su presupuesto anual de 1,2 millones de euros destinado a eliminar minas antipersona en el Sahara para poder limpiar la zona afectada en un periodo no inferior a 10 años, probablemente 20, siendo optimistas. Instalar una nueva mina, práctica habitual para Marruecos, supone un coste inferior a 10 dólares. Desactivarla cuesta más de 1.000. Definitivamente, una nueva guerra no sería rentable en términos económicos y mucho menos en lo relativo a los derechos humanos de la población civil. Una nueva negociación no será fácil, nadie lo duda. Sin embargo, el triunfo de la lucha no violenta de Aminatou Haidar ha roto el silencio informativo y abre resquicios de luz en un sueño de libertad saharaui que aún sobrevive, tal vez herido, sí, pero más despierto que nunca.