Alerta por riesgo de conflicto en Tailandia
El pasado 30 de abril el International Crisis Group (ICG) publicaba un artículo que, bajo el título «Conflict Risk Alert: Thailand», analizaba el estallido de violencia que está viviendo Tailandia y que ya ha provocado una grave fractura del orden social, político y económico nacional. Desde hace años, la población tailandesa se encuentra fraccionada en dos frentes políticos: el rojo y el amarillo. El primero, caracterizado como un movimiento popular conocido como los camisas rojas, que apoyan al primer ministro depuesto en 2006 por un golpe de Estado, Thaksin Shinawatra, y el segundo estructurado como un movimiento monárquico y conservador, los camisas amarillas, afines al actual gobernante, Abhisit Vejjajiva.
Los graves enfrentamientos registrados entre las fuerzas armadas y los camisas rojas- integrado por ciudadanos pobres de las zonas rurales y urbanas, también conocidos como el Frente Unido para la Democracia contra la Dictadura (UDD)- han sembrado las calles de terror y a punto están de desencadenar una guerra civil no declarada, que altera crecientemente la estabilidad de Bangkok y afecta muy directamente tanto a la actividad comercial como a la ciudadanía (que opta por la huida hacia zonas más tranquilas del país). Este grupo exige la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones; algo a lo que el Primer Ministro, Abshisit Vejjajiva, se ha negado rotundamente. El UDD exige, asimismo, la convocatoria de elecciones en un plazo máximo de 30 días, mientras que los plazos que maneja el Primer Ministro oscilan en torno a los nueve meses.
Hasta ahora, los esfuerzos locales de mediación- tanto formales como informales- han fracasado al no llegar a un acuerdo en lo relativo a la disolución del Parlamento.
Desde el inicio de los disturbios el ex Primer Ministro Thaksin Shinawatra ha sido señalado como el principal promotor; aun así, hoy parece que el proceso ha escapado a su control. La oleada de violencia que está viviendo el país en estos momentos no es, evidentemente, fruto de la casualidad ni de unos hechos puntuales: muchos tailandeses están profundamente desilusionados con unas élites gobernantes que han explotado en su propio beneficio los recursos del país y que han bloqueado cualquier proceso de reforma hacia una sociedad abierta, llegando al derrocamiento de un gobierno que había sido elegido mayoritariamente gracias al voto de la población rural. Esta dinámica se alimenta, además, de una larga historia de insurrecciones y autoritarismo que se inclina con demasiada frecuencia por la fuerza como método de resolución de las tensiones que se generan en su seno.
En cualquier caso, la dura campaña de represión que ahora ha puesto en marcha el Gobierno puede resultar contraproducente y desencadenar nuevos conflictos violentos, además de dañar su propia imagen. Por su parte, los líderes de los camisas rojas deben darse cuenta de que más provocaciones o más violencia no lograrán solución alguna a los problemas nacionales y acabarán dañando seriamente sus credenciales democráticas y la credibilidad de su campaña por el cambio.
En ese delicado contexto el país afronta su primera sucesión real desde hace más de seis décadas. El anciano monarca actual, Bhumibol Adulyadej (82 años), no está en disposición de solucionar los problemas, porque, aunque quisiera, esta crisis es mucho más complicada que cualquier otra de las que ha tenido que gestionar. Si su intervención, como parece apuntarse, no logra una solución al gusto de todos, su decreciente prestigio y su autoridad moral sufrirán un duro quizás irreparable.
Aunque el conflicto se haya limitado hasta ahora al ámbito exclusivamente nacional, en su solución resulta imprescindible una activa implicación de la comunidad internacional. Más allá de declaraciones tan enfáticas como vacías de contenido, hasta el momento, ésta brilla por su ausencia.
En estas condiciones, un desgraciado acontecimiento ha venido a acelerar el inicio de las conversaciones de paz entre el Gobierno y los camisas rojas: el pasado 17 de mayo, el General Khattiya Sawasddipol, resultó muerto tras recibir un disparo de bala en la cabeza. El disparo se produjo durante los enfrentamientos registrados entre fuerzas militares y los manifestantes tras declararse el estado de excepción en Bangkok.
Estas conversaciones, que según portavoces autorizados de los camisas rojas «van por buen camino» pretenden poner fin a un conflicto que ha generado ya más de 36 muertos y que pone en riesgo la estabilidad social, política y económica del país. Para alumbrar una solución que evite el descontrol o la repetición de lo vivido estas últimas semanas, el ICG señala como posibles medidas las siguientes:
– La creación de un grupo internacional de facilitación de alto nivel.
– La participación de tailandeses independientes de alto nivel en el proceso de diálogo y negociación. Éstos deben impulsar a los representantes de todos los actores implicados en el conflicto para que se adopten medidas encaminadas a prevenir la violencia. Algunas de estas medidas son: acabar con la operación militar, la auto-limitación de las protestas o la formación de un comité de unidad nacional que incluya a personas de todas las clases sociales.
– La constitución de un gobierno de unidad nacional encargado de preparar la convocatoria de elecciones a corto plazo. Deberá ser presidido por un alto miembro del Parlamento nacional y compuesto mayoritariamente por personas neutrales, ciudadanos respetados dentro de la sociedad tailandesa.
– Ese comité también deberá facilitar la creación de un órgano independiente que investigue los enfrentamientos iniciados a partir del pasado 10 de abril entre las fuerzas armadas y los camisas rojas, así como el resto de incidentes violentos.
Una vez que se desactive la crisis con el reestablecimiento del imperio de la ley, es muy probable que deba elaborarse una nueva Constitución, reemplazando a la actual Carta Magna, impregnada de una gran influencia militar. Pero ésa es ya otra historia.