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Al Qaeda ¿cambia? de líder

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(Para Radio Nederland)

Casi copiando las formalidades propias de una empresa multinacional, Al Qaeda ha dado a conocer públicamente la designación de Ayman Mohamed Rabie Al Zawahiri como su nuevo líder supremo.

Lejos de constituir una sorpresa, este nombramiento era la hipótesis más probable tras la eliminación de Osama Bin Laden a manos de militares estadounidenses el pasado 1 de mayo. No es previsible que este cambio de liderazgo suponga una modificación sustancial en el entramado terrorista que ambos han dirigido al unísono desde hace décadas.

Escuche la entrevista a Jesús A. Núñez Villaverde.

En el origen de este matrimonio de conveniencia está la fusión entre la Yihad Islámica egipcia- que Al Zawahiri había dirigido desde sus forzados exilios en Arabia Saudí, Pakistán y Sudán- y el pequeño (pero igualmente violento) grupo de Bin Laden- experimentado en el territorio afgano durante la década de los ochenta contra el invasor soviético. Ambos han sido identificados desde hace al menos dos décadas como los comandantes supremos de la organización Al Qaeda, sin que nunca haya sido posible establecer con precisión cuál era el reparto de responsabilidades que asumía cada uno. En términos generales, se entiende que Al Zawahiri tenía una notabilísima ascendencia sobre Bin Laden. Y esto era así no solo por ser de mayor edad (nacido en Egipto en 1951), sino, sobre todo, por su mejor formación y mayor capacidad intelectual en clave islámica, política y de dirección. De hecho, el ahora nuevo líder se ha identificado habitualmente como el ideólogo de la red terrorista y el responsable de la radicalización extrema de un Bin Laden que, hasta su contacto con Al Zawahiri, se sentía más identificado con los Hermanos Musulmanes.

Interesa recordar ahora que Al Zawahiri era uno de los más significados militantes del grupo que fue responsable del asesinato del entonces presidente egipcio, Anuar el Sadat. Tras su liberación de las cárceles egipcias inició un periplo tanto geográfico- por varios países musulmanes- como de carácter personal- con una marcada involución ideológica que lo llevó, junto con Bin Laden, a establecer una estrecha colaboración con el régimen talibán afgano a mediados de los años noventa. Hoy, desaparecido el referente más simbólico de Al Qaeda, este médico egipcio pasa a convertirse en el relevo natural para comandar una organización en horas bajas. Su acceso a la dirección máxima nos recuerda que, aunque la desaparición de Bin Laden sea mejor para el mundo (sin que eso justifique que Estados Unidos haya preferido la venganza a la justicia para eliminarlo de la escena), no por eso cabe pensar que ahora estemos más seguros.

Por un lado, porque todo indica que el perfil de Al Zawahiri es todavía más radical que el de su predecesor. Fue él quien impulsó la estrategia de Al Qaeda de atacar en escenarios lejanos (en lugar de concentrarse exclusivamente en los territorios de Oriente Próximo y Oriente Medio), con resultados tan macabros como el 11-S estadounidense, el 11-M español o el 7-J británico. También fue él quien logró que Bin Laden ordenara la eliminación en 1989 de Abdallah Azzam, reconocido mentor del líder terrorista hasta ese momento.

Por otro lado, porque el monstruo que representa Al Qaeda ya está creado y consolidado al margen de la suerte de sus máximos líderes. Unos líderes, además, que hoy no cabe imaginar como auténticos jefes operativos, capacitados para implicarse en primera línea en la planificación y ejecución de los atentados terroristas que ni el núcleo duro de la organización, ni las franquicias regionales (como Al Qaeda para el Magreb Islámico o Al Qaeda para la Península Arábiga) ni, mucho menos, los grupos locales asociados en diferentes niveles siguen llevando a cabo en muy diversos escenarios. Más ajustada es la visión de unos dirigentes con importancia simbólica- y en este punto puede que Al Zawahiri no alcance el nivel que tenía Bin Laden- y como referentes ideológicos, que tratan día a día de salvar su propio pellejo y de mantener viva la llama de la violencia contra los múltiples enemigos que han ido identificando a lo largo de estos últimos años.

En resumen, no hay realmente nada nuevo (y mucho menos positivo) en el ascenso de Al Zawahiri al frente de una Al Qaeda que conserva, desgraciadamente, capacidades notables para seguir generando sufrimiento. La amenaza del terrorismo internacional sigue siendo real, aunque convenga dejar de magnificarla como si fuese la única o la más importante de las que penden sobre nuestras cabezas. Igualmente, conviene no dejarse llevar por los esquemas simplistas del mal cine, que acostumbran a presentar los problemas en términos maniqueos, con la necesidad de identificar un «malo de la película» cuya eliminación supondría la resolución de todos los problemas. La realidad en este caso es mucho más compleja.

 

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