Afganistán/Pakistán: violencia sin freno
(Radio Nederland)
En Afganistán y Paquistán el tiempo corre hoy a favor de los violentos, convencidos de que los actores extranjeros allí presentes no aguantarán indefinidamente los ataques dirigidos contra ellos. Con esa idea en mente, hacen todo lo que está en sus manos para acelerar el proceso que lleve finalmente a una retirada generalizada de fuerzas externas y al abatimiento de unos gobiernos locales estructuralmente débiles. Esa aceleración es bien visible hoy en ambos países. Basten como ejemplos más recientes los ataques que acaban de sufrir Kabul y Peshawar.
En el primer caso, hablamos del atrevido asalto talibán a una residencia de la Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán (UNAMA, en sus siglas inglesas), produciendo al menos 13 muertos. Estamos ante un ataque abierto a una zona considerada habitualmente segura de la capital afgana (suponiendo que ese concepto tenga algún sentido en las circunstancias actuales por las que atraviesa el país), que muestra la creciente capacidad de combate de unos grupos que hoy han convertido a la totalidad del territorio nacional en frente de su batalla insurgente contra los que consideran ocupantes y contra el propio gobierno local. Este acto violento se añade al lanzamiento de dos proyectiles contra el céntrico hotel Serena y a la muerte de ocho soldados estadounidenses el pasado día 27, y de otros 14 el mismo día 26.
De este modo, sin que haya concluido todavía octubre, ya podemos identificarlo como el mes más violento desde el inicio de la guerra hace ocho años y como el más sangriento para Estados Unidos. Washington ha perdido ya a 55 soldados desde el inicio de este mes, lo que eleva el número de sus muertos a 272 en lo que va de año. Este permanente y creciente goteo de caídos en combate constituye ya una poderosa carga para la sociedad estadounidense y para su gobierno, que no termina de decidir una estrategia para salir del empantanamiento actual. Obama sigue debatiéndose entre seguir las recomendaciones de sus mandos militares- que recomiendan aumentar el contingente desplegado en Afganistán en unos 40.000 efectivos adicionales- o apostar por una retirada más o menos completa- en un intento por no verse ahogado por una guerra que no ha elegido y en la no es fácil identificar qué significa la victoria.
En el marco interno, a la espera de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales para el próximo 7 de noviembre, nada indica que se vaya a reducir la violencia. Más bien ocurre al contrario, teniendo en cuenta la debilidad de las fuerzas armadas afganas, las luchas fratricidas entre actores que quieren incrementar su peso en esta nueva etapa y la fortaleza evidente de insurgentes, “señores de la guerra” y terroristas que no se sienten intimidados ni por el poder local ni por el extranjero.
En estas circunstancias, resulta insostenible seguir pensando que Hamid Karzai puede ser el “mirlo blanco” que saque a Afganistán de la preocupante deriva actual. Por si su propia debilidad y errada trayectoria no fueran suficientes para desacreditarlo como líder político, la repercusión de las noticias que circulan ahora sobre su hermano, Ahmed Wali Karzai, pueden terminar por agotar la totalidad de su escaso capital político. Este último aparece ahora identificado como un hombre conectado con la CIA estadounidense- al igual que su propio hermano, por otra parte-, como un importante narcotraficante asentado en la región de Kandahar de donde es originaria la familia, y como un buen socio de los talibán- alojando en su momento al propio mulá Omar en una residencia, ahora reconvertida en el cuartel general de la CIA en la zona. ¿Alguien puede pensar aún, tras el penoso espectáculo al que hemos asistido con ocasión de la primera vuelta de las elecciones presidenciales del pasado agosto, que Karzai representa el futuro de este castigado país?
Por lo que respecta a Peshawar, y justo el mismo día en el que la secretaria de Estado Hillary Clinton inicia una visita a Paquistán, asistimos a una nueva acción violenta, concretada en este caso en la explosión provocada por los talibán en un mercado de esta ciudad paquistaní, que ha provocado más de 70 muertos y de 200 heridos. Un acto que debe interpretarse, en todo caso, en clave interna, en el contexto de la respuesta que pretenden dar estos grupos a la actual ofensiva de las fuerzas armadas paquistaníes contra sus reductos en Waziristán del Sur. Como ya era previsible, en lugar de responder en fuerza contra un enemigo muy superior, los talibán han optado por diluirse entre la población civil y, simultáneamente, atacar en otras localidades del país, mostrando su capacidad para provocar sufrimiento a la población y para desacreditar a un gobierno que aparece cada día más sometido a dictados extranjeros (léase Estados Unidos).
Así cabe interpretar las propias declaraciones de Clinton, cuando afirma que llega al país para “pasar página” en las relaciones con un socio que le ha creado muchos más problemas de los que le ha ayudado a resolver. Clinton inicia su visita tras la firma, por parte del presidente Obama, del acuerdo por el que Washington concederá a Islamabad 7.500 millones de dólares en los próximos cinco años. Un acuerdo que ha molestado visiblemente al estamento militar- el auténtico poder nacional en la práctica totalidad de la historia de Paquistán-, por entenderlo como una rendición a los dictados del líder mundial. En efecto, la ayuda prevista queda subordinada a la opinión de la secretaria de Estado, de modo que solo se desembolsara en la media en la que ella avale que el gobierno esta sometiendo de manera efectiva a los militares a su autoridad. No olvidemos que las fuerzas armadas paquistaníes siguen aún muy ligadas a socios tan peligrosos como los talibán afganos, por un lado, y grupos radicales y violentos que siguen interesados en la inestabilidad de la disputada Cachemira, por otro. Si Washington quiere reducir algún día su carga en Afganistán, evitar que Paquistán se convierta en un Estado fallido y lograr que India se consolide como la potencia regional, tendrá que doblegar la resistencia que a buen seguro presentarán, entre otros, los militares paquistaníes.
Esto sitúa a Estados Unidos ante un rompecabezas crecientemente descontrolado, en el que ningún actor en presencia tiene capacidad para imponer su lógica y sus intereses a los demás. Lo evidente, de momento, es que no existe una fórmula mágica para encajar todas las piezas y que, mientras esperamos el anuncio de Washington sobre sus próximos pasos, hay muchos actores interesados en el “cuanto peor, mejor”. Y para eso sí hay muchos sobradamente capacitados.