Acción humanitaria con medios militares ¿compatible?
(Para Radio Nederland)
El tremendo desastre ocasionado por el tsunami en las costas del sur de Asia ha ocasionado una respuesta internacional sin precedentes, tanto en la cantidad de los fondos movilizados como en la participación de países, grupos sociales e instituciones que habitualmente no trabajan en respuesta a los desastres de este tipo. El caso más significativo en esta crisis ha sido el de la fuerte presencia de las fuerzas armadas.
Los datos son elocuentes: más de 40.000 militares de una veintena de países, 70 barcos de diverso tonelaje, más de 45 aviones de transporte, más de un centenar de helicópteros… Y lo que es aún más significativo, presencia militar y civil de países que habitualmente no envían medios: India, Malasia, Singapur, Filipinas,…e incluso Afganistán. Podemos considerar que la magnitud de la tragedia ha justificado este tipo de respuesta, pero pasados unos días y concluidas las tareas de rescate y primeros socorros, algunas inquietudes aparecen en el escenario humanitario que comienzan a cuestionar esta elevada presencia militar. Veamos.
Pese a que en algunas zonas de Sri Lanka o Indonesia, afectadas por el tsunami, existían anteriormente conflictos de diverso tipo, al ser el desastre de componente natural, la presencia de los medios militares en las primeras fases pareció lógica y fue unánimemente saludada como un uso razonable de los recursos y medios logísticos con que cuentan los ejércitos. Cuestiones como la imparcialidad en el trabajo con las víctimas, o el establecimiento de prioridades en base a las necesidades y no a criterios políticos o de otro tipo, no parecían en esta crisis ser problemáticas. Nada que objetar, por tanto, al uso de estas capacidades con las que al día de hoy sólo cuentan las fuerzas armadas en la respuesta a una catástrofe como ésta. Las propias organizaciones humanitarias, que en otras ocasiones han expresado críticas al uso de capacidades militares como proveedores de ayuda, han sido en este caso prudentes y no han cuestionado su presencia inicial. Ahora bien, el transcurso de las operaciones y las evidencias de que en muchos casos la obsesión por la visibilidad y por convertir la presencia militar en una gran campaña de relaciones públicas para muchos ejércitos, han hecho aparecer las primeras reticencias. Reticencias tanto en los países receptores de ayuda como en los países donantes, donde las ONG humanitarias o los propios departamentos de cooperación gubernamental comienzan a valorar que el uso mediático de la participación militar esta siendo excesivo. Parece que más allá de las motivaciones y justificaciones humanitarias esgrimidas, existen otras razones que explican el protagonismo militar en esta crisis.
Por otra parte, países con situaciones políticas muy complejas, como Indonesia, han comenzado a expresar sus temores sobre la presencia militar extranjera en el medio plazo, dando una especie de ultimátum a las tropas extranjeras para abandonar el país antes de finales de marzo. Pese a que en los primeros días tras el desastre parecía que éste podía tener un efecto beneficioso en términos de acercamiento a los rebeldes tamiles de Aceh, al final éste no se ha producido y la situación sigue siendo tensa entre los grupos rebeldes y el gobierno de Yakarta.
También el gobierno indio ha sido contrario a la visita del Secretario General de la ONU a la zona costera de Tamil Nadu, igualmente devastada por el tsunami. De modo similar, Tailandia ha rechazado la presencia y la ayuda japonesa. La «diplomacia de los desastres», como algunos la han llamado, es un hecho y en ocasiones muy positivo, pero tiene sus límites.
De modo más general, la reflexión que debería hacerse es la de la necesidad de que la comunidad internacional cuente permanentemente con medios y capacidades para hacer frente a los desastres. En esencia, se trata de poner en común recursos civiles, deseablemente bajo la coordinación de la ONU y con el protagonismo de los países afectados. El que hoy, de modo excepcional, se usen los medios militares puede ser aceptable, pero la tendencia debiera ser crear capacidades civiles autónomas para responder a las emergencias. El uso de medios militares es más caro que el de medios civiles, como ya demostró en 1998 el Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE en un informe que dejaba claro este tema. Pero además, en situaciones de violencia o de conflicto la ayuda humanitaria debe conservar más que nunca su imparcialidad y ésta es difícilmente compatible con la actuación militar.
En cualquier caso, resulta sorprendente que en ámbitos como la Unión Europea, cuando se trata de responder a las emergencias se planteen sólo los dos extremos: o la participación de los voluntarios o la de las fuerzas armadas. ¿Es que no hay nada entre ambas opciones? Conviene recordar pues, que desde hace muchas décadas, existen numerosas ONG y organismos internacionales con experiencia en la prestación de asistencia a las víctimas y que cuentan con capacidad técnica y profesional para ello. Reforzarla y dotarla de medios es fundamental. Las organizaciones humanitarias tienen ahora el reto de utilizar los cuantiosos recursos que han recibido de la opinión pública de modo adecuado y transparente, y al mismo tiempo, fortalecerse para futuros desastres. De modo que no sea necesario recurrir a medios militares.