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Abu Mazen, la emergencia de un liderazgo condenado

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(Para el Mundo)
El tránsito de Mahmud Abbas desde las sombras de un funcionario gris y fiel de la vieja guardia de Arafat hasta las aparentes luces de la presidencia de la Autoridad Palestina, sin olvidar su triste y episódica etapa como primer ministro, está siendo prematuramente celebrado como una señal definitiva de paz. Sin embargo, nada en la trayectoria del nuevo líder palestino permite albergar grandes esperanzas de que sea realmente capaz de afrontar los graves problemas internos y externos que asolan actualmente al pueblo palestino. La clave no está, en cualquier caso, en evaluar su intencionalidad última sino, directamente, en determinar si tiene en sus manos la posibilidad de avanzar decisivamente hacia esa anhelada paz, encajando las demandas de su propio pueblo (sin olvidar a los refugiados) y del ocupante israelí.

Es, en primer lugar, un líder débil que se encumbra a partir de la decisión cerrada del aparato de poder palestino de controlar la sucesión de Arafat. Cuenta, lo que no debe verse necesariamente como una ventaja, con el apoyo nada disimulado de Washington y de Tel Aviv, en una operación conjunta que trata vender la idoneidad de la marginación a la que Arafat fue sometido, en tanto era presentado como el único obstáculo para la paz. Por último, la falsa alegría provocada en el exterior por su victoria parece confundir los deseos con la realidad, sin querer entender hasta qué punto Abu Mazen es instrumental para la estrategia de Ariel Sharon, quien se muestra ahora dispuesto (cuando ya ha creado una situación de desequilibrio que le otorga una abrumadora ventaja en cualquier hipotético proceso negociador) a reiniciar los contactos, aunque sólo sea por aparentar una aceptación de las, por otro lado, suaves presiones de Londres y Washington.

Para no llamarse a engaño en lo que ha ocurrido hasta aquí y en lo que venga a partir de ahora, conviene no olvidar que el elemento esencial del conflicto no viene derivado de la existencia de violentos entre los grupos palestinos o de la ineficacia de una administración mal gestionada por Arafat sino, de forma palmaria, por el mantenimiento de una ocupación militar, condenada internacionalmente desde 1967, y de una estrategia de fuerza destructiva liderada por Sharon, con el apoyo tan visible como contraproducente de la administración Bush.

Aunque la atención mediática prefiere ahora concentrarse en una lectura esperanzada de las elecciones palestinas- sin percatarse quizás de que sólo un 40% de los electores han otorgado su confianza a Abu Mazen, y sin querer reconocer el creciente poder de Hamas-, quizás fuera más importante detenerse en la puesta de largo del nuevo gabinete israelí, con los laboristas de Simon Peres como compañeros de viaje no escarmentados de su convivencia con Sharon.

Dicho de otro modo, que Abu Mazen haya sido elegido presidente es un elemento secundario. Es un hombre del pasado que ni va a poder mejorar las condiciones de vida de los Territorios (con un 60% de personas viviendo en la absoluta pobreza), ni va a posibilitar la profunda reforma que necesita la Autoridad Palestina, ni mucho menos a decretar la jubilación de la vieja y, en demasiados casos, corrupta vieja guardia. Preferirá concentrarse en consolidar su propia base de poder, arropado por la OLP controlada por Fatah, y en conjurar los peligros que pueda representar Hamas (las elecciones legislativas, a las que sí presentará candidatos, ya están convocadas para el 17 de julio). Pero es que aunque realmente desee negociar sinceramente con Israel, sabe que no puede renunciar a las demandas básicas de la causa palestina (Jerusalén, derecho de retorno a los refugiados, vuelta a las fronteras de 1967…) si, al menos, no tiene algo sustancial que ofrecer a cambio. Eso obliga, una vez más, a volver la vista hacia Israel. Es Sharon quien tiene en sus manos la posibilidad de desbloquear la situación actual, abandonando su política de fuerza, cumpliendo las resoluciones de la ONU y renunciando a posiciones maximalistas (la retirada de Gaza no basta). ¿Alguien ve a Sharon con esa actitud cuando, por el contrario, transmite la imagen de quien cree encontrarse ante su oportunidad histórica de quebrar la resistencia de su tradicional enemigo? No nos engañemos: habrá conversaciones, e incluso acuerdos, pero nada que se asemeje a una paz justa, global y duradera.

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