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Abu Mazen en Washington: sigue el juego

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En un calculado ejercicio de relaciones públicas el presidente estadounidense, George W. Bush, ha abierto las puertas de la Casa Blanca al nuevo rais palestino, Abu Mazen, deseoso por su parte de ser reconocido internacionalmente como la autoridad indiscutible de los Territorios Palestinos Ocupados. Se trata de un gesto que sirve al propio Bush para intentar mostrar que está firmemente decidido- tal como le recomienda, con una insistencia no exenta de angustia, su fiel aliado británico, Tony Blair- a implicarse en la búsqueda de soluciones al principal conflicto de la actual agenda de seguridad internacional. Pero al mismo tiempo, tal como ha sido escenificado, indica sobradamente que la aproximación a los actores directamente implicados en el conflicto no es, en absoluto, equilibrada. Antes de recibir a Abu Mazen, Ariel Sharon ya había pasado por Estados Unidos (concretamente por el rancho presidencial de Tejas, detalle reservado a los aliados y amigos, y no por la Casa Blanca como ha sido el caso ahora). Esta secuencia de acontecimientos da a entender sin rodeos que con unos, los gobernantes israelíes, se ponen en común visiones y planes de futuro, y a otros, Abu Mazen ahora, se les comunican decisiones.


Por mucho que Abu Mazen haya logrado lo que Yaser Arafat nunca consiguió de Bush (ser recibido en Washington), no cabe interpretar este hecho ni como un mayor convencimiento estadounidense sobre las capacidades del actual presidente de la Autoridad Palestina, ni como un éxito personal del propio Abu Mazen. En realidad estamos ante la escenificación interesada de un guión diseñado principalmente por Sharon, según el cual interesa dar a entender que ahora Abu Mazen, a diferencia de Arafat, puede ser un interlocutor válido. A Sharon, decidido ya a llevar a cabo la retirada parcial de Gaza, le interesa tener una contraparte, en todo caso debilitada y sometida a sus dictados, con la que pueda representar un sucedáneo de paz que le garantice el control prácticamente absoluto de Cisjordania, incluyendo Jerusalén, mientras mantiene a Gaza como una gran prisión en la que quedarían encerrados los más de 1,3 millones de palestinos que habitan en la Franja. Una contraparte, en definitiva, que acepte la continuación del muro de separación (condenado por el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya), la permanencia de los asentamientos que rodean a Jerusalén (desligando a la parte árabe de la ciudad del resto de Cisjordania) y de la inmensa mayoría de los que continúan ampliándose y creándose en Cisjordania y que, igualmente, renuncie a exigir el derecho de retorno de los refugiados palestinos (los más de cuatro millones asentados hoy en los propios Territorios Palestinos, así como en Jordania, Líbano o Siria).


Lo que también se le pide (exige), como tarea más importante a corto plazo, es el desarme de los grupos violentos palestinos y, a ser posible, la desactivación del movimiento Hamas, que es al mismo tiempo el principal rival político de la OLP y de su principal partido, Al Fatah (liderado por el mismo Abu Mazen).


Las reglas del juego son bien claras. Si el presidente palestino cumple estas funciones será recompensado con un reconocimiento internacional. En caso contrario, pronto se verá sometido al mismo tratamiento que recibió su predecesor, encerrado en la Mukata y visto como un apestado con el que era imposible negociar. Sharon tiene dos bazas que jugar. Una con la colaboración de Abu Mazen, poniendo fin a su estrategia de fuerza y apareciendo ahora como un hombre de paz, al tiempo que recoge los beneficios que le ha reportado la violencia de estos últimos cuatro años para consolidar finalmente sus objetivos de imposición sobre los palestinos. Otra, si Abu Mazen no coopera, continuando su ofensiva militar hasta agotar a sus enemigos, con el argumento ya conocido de no disponer de un interlocutor con el que poder negociar la paz. Abu Mazen, por su parte, dispone de un menor margen de maniobra. Si colabora con Sharon corre el riesgo de defraudar a la sociedad palestina (frustrada y desesperada como ya está tras la amarga experiencia del Proceso de Paz iniciado a principios de la pasada década), con lo que las opciones de Hamas y otros grupos similares aumentarán notablemente. Si no lo hace, se verá automáticamente marginado, quedando sometido al dictado de otros actores (principalmente internos) que no puede controlar.


Por mucho que la reunión entre Bush y Mazen quiera presentarse como un paso en el camino de un supuesto proceso de paz, que no existe por ningún lado, nada sustancial ha salido de ella. Los mensajes se repiten machaconamente, en un intento por hacer pasar por verdades o hechos lo que sólo son opiniones y aspiraciones mediatizadas por intereses de control de la parte más débil del conflicto. Uno de los ejemplos más claros de este comportamiento es la petición que Bush hace a Sharon de que desmantele «las instalaciones no autorizadas». ¿Es que acaso cabe pensar que hay otras autorizadas? ¿No son acaso todos los asentamientos ilegales por definición, al margen de que hayan recibido permiso administrativo del gobierno israelí, potencia ocupante de los Territorios? Por otro lado, ¿es posible seguir voluntariamente ciegos, llamando tregua a lo que sólo es una clama condicionada al cumplimiento de determinadas medidas (liberación de prisioneros palestinos, abandono de los asesinatos selectivos, desmantelamiento de los asentamientos…)?¿No se ve que crear expectativas falsas tendrá unas consecuencias aún más graves cuando se agote el plazo que, a buen seguro, Hamas habrá fijado al inicio de este periodo de calma?


Mientras se sigue difundiendo el falso mensaje de que el proceso de paz (incluyendo la Hoja de Ruta) está nuevamente en marcha, tanto Sharon como Mazen se preparan para un nuevo acto de prestidigitación. El primero intentará convencer a los colonos de Gaza de que su abandono será un gesto de sacrificada heroicidad, que, a cambio de ceder en la Franja, permitirá fijar el control definitivo de Cisjordania. El segundo tratará de convencer a sus oponentes políticos, sobre todo a Hamas, de que no será posible celebrar las elecciones legislativas en la fecha prevista (17 de julio), procurando que no vean esa idea como un intento de retrasar su desembarco en el parlamento y en el gobierno palestino. Ardua tarea para ambos.

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