A la caza de Al Shabaab
Por Guillermo Naya
Después de más de dos décadas de conflicto armado, la situación en Somalia continúa siendo caótica. La ofensiva para tratar de arrinconar al grupo islamista Al Shabaab, que controla gran parte del país, comprende ahora tres frentes: el etíope –oeste-, el keniano –sur- y el abierto por el propio ejército del Gobierno Federal de Transición (GFT) somalí y las tropas de la Fuerza de Paz de la Unión Africana (AMISOM), en las zonas meridional y central.
Hasta octubre del pasado año, Kenia se había limitado a poco más que dar cobijo en los campamentos de refugiados a los somalíes que cruzaban la frontera, huyendo del hambre y la guerra. El secuestro de dos cooperantes españolas de Médicos Sin Fronteras-España (MSF-E) en Dadaab -el campamento de refugiados más grande del mundo, al noreste de Kenia-, supuso un punto de inflexión en la actitud del país hacia su vecino del norte. Respaldados por los Estados Unidos y por Francia, y echando mano del principio de defensa propia recogido en la Carta de las Naciones Unidas, el ejército keniano se adentró en territorio somalí. El secuestro se atribuyó a Al Shabaab y se justificó así la invasión, a pesar de que este grupo – que mantiene vínculos con Al Qaeda- nunca reconoció la autoría. Las últimas informaciones publicadas en medios locales de Somalia apuntan a que sería un grupo «pirata» -concretamente el mismo que protagonizó en 2009 el secuestro del atunero Alakrana- el responsable de esta acción violenta.
A pesar de los apoyos oficiales, la decisión de adentrarse en suelo somalí tomada desde Nairobi tuvo más detractores que apoyo. Incluso MSF-E pronto se desvinculó de una solución que calificó de violenta y peligrosa para la seguridad de ambos bandos. «Nos desmarcamos de toda acción militar o armada, así como de las declaraciones o presunciones de responsabilidad relacionadas con este caso», declaraba José Antonio Bastos, presidente de la organización en España, poco después de que se hiciera oficial el secuestro. El caso es que, desde entonces, Kenia ha intensificado notablemente la ofensiva contra enclaves estratégicos controlados por los islamistas radicales, actitud que mantiene a día de hoy. Una de las últimas operaciones liderada por el ejército de aire keniano -el bombardeo de un campamento al sur de la ciudad de Garbahare- se saldaba con la presunta muerte de 50 hombres de Al Shabaab, según informaron fuentes oficiales. En todo caso, se desconoce actualmente cuál es el propósito último de Nairobi, aunque cabe imaginar que trata de establecer al menos un colchón de seguridad entre Somalia y su propio territorio para quedar al margen de una inseguridad que, entre otras cosas, puede dañar seriamente a su industria turística, una de sus principales fuentes de ingresos.
Con el frente keniano más activo que nunca, el ejército de Etiopía ha iniciado también una ofensiva que tiene como objetivo cercar a las fuerzas de Al Shabaab próximas a su territorio. El pasado 1 de enero, los rebeldes se vieron forzados a retirarse de Baladweyn, enclave estratégico situado en el valle central del río Shabelle -al oeste de Somalia-, después de que cientos de soldados etíopes, cargados con armas pesadas, cruzaran la frontera. «Nuestra gente ha sufrido intensamente bajo su ocupación. Hoy, hemos iniciado un proceso para liberar a Somalia de la tiranía de Al Qaeda y Al Shabaab», afirmaba Hussein Arab Isse, Ministro de Defensa de Somalia, tras confirmar que se trata de una operación coordinada por el Gobierno Federal de Transición del país. Al frente keniano y al etíope hay que sumar los esfuerzos protagonizados por las milicias progubernamentales y la AMISOM en las regiones meridional y central (incluyendo la capital, Mogadiscio). En palabras del jefe del Estado Mayor del ejército somalí, el General Abdulkarim Yusuf Adan, la ofensiva está diseñada para «lograr obtener el control de todo el país para finales de 2012».
Mientras las tensiones entre los bandos del conflicto van en aumento y el objetivo formal del GFT se antoja excesivamente optimista, los campamentos de refugiados no dan abasto. Sólo en 2011, en Somalia se han producido 1,5 millones de desplazamientos forzosos, de entre los cuales alrededor de 300.000 han optado por cruzar la frontera y buscar asilo en los países vecinos. En Dadaab, al noreste de Kenia, cerca de 460.000 somalíes viven atemorizados ante la inseguridad causada por los últimos episodios de violencia. «Hay un clima de miedo, no sólo entre los refugiados sino también entre los trabajadores humanitarios. Es por lo que ha pasado en el campamento y lo que sucede en Somalia, y las amenazas que han hecho diferentes grupos», afirma Emmanuel Nyabera, portavoz de ACNUR. Como agravante de la situación, la organización pro Derechos Humanos Human Rights Watch (HRW) ha denunciado abusos de poder por parte de las fuerzas de seguridad de los campamentos hacia los refugiados somalíes, a los que acusan de forma arbitraria de pertenecer a Al Shabaab. «Cuando los militares pueden golpear a civiles a la luz del día sin temor a cualquier repercusión, es evidente que la impunidad se ha convertido en la norma. Las repetidas promesas de la Policía y del Ejército de que detendrían estos abusos y los investigarían han quedado en nada», asegura Daniel Bekele, director de HRW en África.
Con la incertidumbre de lo que pueda ocurrir en los próximos meses, lo cierto es que las ofensivas contra Al Shabaab se han intensificado, y el resultado ha sido un evidente aumento de la inseguridad en la zona del cuerno de África. Las incursiones keniana y etíope han obtenido su respuesta en forma de amenazas, secuestros, atentados y, en definitiva, miedo. Mientras tanto, el conflicto somalí sigue cobrándose víctimas civiles, cuyo único delito ha sido nacer en un país en el que cuatro millones de personas necesitan asistencia humanitaria regular y donde generaciones enteras sólo han conocido la guerra.