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2010: año de elecciones en América Latina

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(Para Radio Nederland)
Dice el tópico que la celebración de elecciones es el acto supremo de la democracia y el test más importante para valorar la calidad de la misma. Y también dice el manido tópico, normalmente usado por los políticos mal situados en las encuestas, que «la mejor encuesta es la que se realiza el día de las elecciones en las urnas». Pero, tópicos aparte, la experiencia muestra que los periodos preelectorales avivan las confrontaciones políticas, polarizan los debates, y en muchos casos provocan antagonismos dramáticos que hacen que –más allá de las propias elecciones y sus resultados- los procesos previos a la votación se conviertan en épocas de alto riesgo para la estabilidad de la democracia.

Un breve análisis de lo acontecido en Honduras, donde las elecciones presidenciales de noviembre de 2009 han venido, de facto, a legitimar el golpe de estado contra el Presidente Zelaya de unos meses antes, muestra esto que decimos: que las elecciones deben ser vistas como un proceso y no solo como la celebración puntual de unos comicios. Y el hecho que en América Latina vayan a celebrarse durante 2010 elecciones presidenciales en Chile (segunda vuelta), Colombia, Brasil y Costa Rica, y elecciones legislativas en Venezuela a mediados de año, siguiendo el maratón de 2009 donde se celebraron en Ecuador, Uruguay, Bolivia, Panamá, El Salvador y Honduras, debe hacernos reflexionar sobre los riesgos que éstas puedan suponer para la democracia en el continente. No se trata solo de analizar posibles cambios de ciclo, como proponen algunos analistas, o de desentrañar posibles tendencias, sino de enmarcar las elecciones en procesos de más amplio calado político y social.
 
En Chile, la segunda vuelta electoral puede producir, según todos los indicios, una alternancia en el poder con el triunfo del derechista Sebastián Piñera tras veinte años de coaliciones de centro izquierda. Pero lo más reseñable en este caso sería la normalidad democrática del cambio, si se produce, y la impecable decisión de la aún presidenta Michelle Bachelet de no proponer modificaciones constitucionales para forzar su reelección. Este comportamiento, como el de su homólogo Tabaré Vázquez en Uruguay el pasado año, o el de Lula da Silva en Brasil, muestra que hay líderes en el continente que no apuestan por el nacionalismo de corte populista y al apego más rancio al poder, al que se han apuntado tanto representantes de la derecha como de la izquierda. La posibilidad de alternancia en el poder y el mantenimiento de un cierto sistema de contrapesos que favorezcan el equilibrio de poderes, debieran ser un síntoma de calidad de la democracia que, lamentablemente, no está tan extendido.
 
En Colombia, el presidente Álvaro Uribe sigue deshojando la margarita y dando vueltas a su «encrucijada del alma», dejando correr el tiempo de modo imprudente. Cada vez son más los sectores, tanto dentro como fuera del país, que le piden que no fuerce la reelección y en las últimas semanas son notorios los casos del diario español El País, o el británico The Economist que, sumándose a lo que ya dijeron otros medios como el New York Times hace tiempo, le piden que abandone sus tentaciones reeleccionistas. Pero sea cual sea la decisión final del mandatario, este alargamiento de la confusión está teniendo efectos perjudiciales sobre el propio conflicto y sobre el proceso preelectoral. Todos los actores quieren ganar peso en esta situación de indefinición y ello está dificultando avances, incluso, en algunas liberaciones de secuestrados, o en meros planteamientos humanitarios. Y está haciendo que el debate político se esté contaminando y encanallando hasta extremos inconcebibles.
 
En Brasil, pese a que aún queda bastante tiempo para la votación, las previsiones para el actual partido en el poder, el Partido de los Trabajadores y su candidata, Dilma Rousseff, no son buenas y dependerá mucho de cómo evolucione la situación económica y social en los últimos meses del mandato de Lula, el que las urnas se decanten en uno u otro sentido. Pero también aquí, pese a las dificultades, se están respetando planteamientos democráticos sólidos y se asumen los costes que esto puede tener en términos políticos. En esta última década Brasil se ha situado en el primer plano internacional y la reciente Conferencia de Copenhague, pese al fracaso global que supuso, así lo demuestra. Y parece que en muchos temas existe una política de Estado más allá de los posibles vaivenes políticos.
 
En Venezuela, donde en el segundo semestre de 2010 habrá elecciones legislativas, por el contrario, el presidente Hugo Chávez se enfrenta a una complicada situación y las recientes purgas en el seno del «chavismo» y la ineficiencia del sistema para resolver problemas básicos de los ciudadanos, hacen que, tal vez, por vez primera tras muchas elecciones ganadas, algunos vean el riesgo. El propio ideólogo del llamado «socialismo del Siglo XXI», Heinz Dietrich, ha manifestado recientemente que «si el partido de Hugo Chávez (PSUV) pierde las elecciones legislativas de 2010, el proceso bolivariano llega a su fin. Para ganar, el presidente tiene que resolver los problemas de seguridad, ineficiencia, crisis económica -caída del PBI del 4,5% en el tercer trimestre, inflación del 35%, un mercado negro y dólar incontrolable- y la pérdida de credibilidad del discurso oficial, entre otros. Resolver estos problemas presupone la refundación del actual modelo de gobierno. Sólo el estrato conductor del PSUV puede imponer tal refundación». Algunos, como Dietrich, confían en que el liderazgo de Chávez sea capaz de ello. Otros muchos piensan que no. Sea como fuere, esta situación está haciendo que, como en Colombia, el debate político se enrarezca y antagonice con el riesgo de hacerlo aún más cuando se acerquen las elecciones.
 
En años recientes, América Latina vivió la llegada al poder de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Michelle Bachelet en Chile y Tabaré Vázquez en Uruguay, además de la consolidación de Lula da Silva en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela. Ello ha supuesto un cambio sin precedentes en el continente. El año 2010 será crucial para que estas propuestas, muy diversas entre si pero todas con una cierta aspiración de izquierdas, se mantengan. Y el reto será que, en cualquier caso, sean los ciudadanos y ciudadanas de los respectivos países quienes libremente puedan decidir. No ninguna otra fuerza o interés externo ajeno. ¿O es que nos creemos que el mundo ha cambiado tanto?

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