En el mundo hay, actualmente, 79’5 millones de personas desplazadas de modo forzado; una cifra que, año tras año, no ha dejado de crecer, duplicando en apenas una década los datos que se registraron en 2010 —cerca de 40 millones de personas desplazadas, según las estadísticas de ACNUR—. Aún más: cada tres segundos, una persona se ve forzada a abandonar su casa; de media, se producen 37.000 nuevos desplazamientos cada día, y un 40% de la población refugiada son niños y menores de edad, algo que, si pensamos en términos de vidas humanas, de individuos, y no solo de números que pueden parecer ajenos o inabarcables para el conjunto de la sociedad civil, se convierte en una realidad impactante que requiere una actuación urgente. Las causas que motivan el desplazamiento forzado son cada vez más variadas y en ocasiones se suman. Los patrones del desplazamiento han variado mucho y junto a la violencia, los desastres o la crisis climática están en el origen de muchos de ellos.
Los informes del ACNUR dan cuenta anualmente de la situación en la que se encuentran estos colectivos y las dificultades que afrontan todas aquellas personas obligadas a huir de sus hogares por conflictos armados, violencia y discriminación, violaciones de derechos humanos o desastres medioambientales, pero, a pesar de ello, conocer con exactitud las cifras reales es una tarea compleja, y entender las problemáticas que se esconden tras esos números, enormemente difícil. Al fin y al cabo, no debemos olvidar que tras los casos registrados hay seres humanos cuyos derechos están siendo vulnerados, y la reducción de los mismos a meros porcentajes o colectivos etiquetados de «vulnerables» contribuye, en muchas ocasiones, a esa misma vulneración.
El Día Mundial del Refugiado, celebrado cada 20 de junio desde el año 2001, conmemora la aprobación de la Convención sobre el Estatuto del Refugiado en 1951 y trata de rendirles homenaje, llamando la atención de actores y sociedad civil sobre su situación en todo el mundo, mostrando solidaridad con los desplazados e incidiendo en los contextos que agravan su realidad año tras año, en busca de compromisos que garanticen el cumplimiento de sus derechos fundamentales. Hay que destacar, sin embargo, que siete décadas más tarde nos enfrentamos, tras varios años en los que la situación se ha ido deteriorando, a la peor crisis de refugiados desde el fin de la II Guerra Mundial; peor que en 2015 y, si cabe, aún más global. Y esto no se debe a que los desplazamientos internacionales se hayan incrementado especialmente —al contrario, el número de desplazados internos, que superó en 2019 los 45’5 millones, es ahora más elevado que nunca—, sino a que el contexto actual presenta, a nivel mundial, unas particularidades derivadas de la crisis sanitaria que agravan todavía más las condiciones de vida en asentamientos cuya situación ya era enormemente precaria.
Este 2020 puede convertirse, sin duda, en un nuevo punto de inflexión en la historia de las migraciones forzadas, pues el riesgo en los países de origen, tránsito y destino ha sumado un nuevo factor: la pandemia de la Covid-19. El cierre de fronteras y el aumento de los controles ha incrementado las dinámicas de securitización de las migraciones y las políticas de contención, dificultando, e incluso suspendiendo, el acceso al asilo o a la protección en muchos países. Por otro lado, la expansión del coronavirus en los campos de refugiados, espacios que presentan enormes deficiencias en términos de salubridad y altísimos niveles de hacinamiento y desinformación, supone una de las mayores emergencias a atender por los actores y organizaciones humanitarias.
Los campos de Cox’s Bazar, en Bangladesh, que albergan a más de 860.000 refugiados rohingyas, o el campo de Moria, en Lesbos, cuya capacidad para 3.000 personas se ha visto desbordada hasta albergar cerca de 20.000, son ejemplos concretos de una situación ya de por sí insostenible que en el contexto actual incrementa el riesgo al que las poblaciones refugiadas están expuestas. A pesar de que los casos detectados hasta el momento son reducidos —a 7 de junio, en los campos de Bangladesh había 30 casos confirmados y 36 personas en cuarentena—, la falta de asistencia sanitaria, de espacio, y de agua, saneamiento e higiene (WASH) convierte estos espacios en auténticas bombas de relojería. La construcción de 234 nuevas instalaciones de agua y saneamiento entre marzo y abril en Cox’s Bazar siguen siendo insuficientes, y el miedo a las consecuencias del aislamiento han hecho que el número de pacientes diarios que acudía a los centros de atención médica se haya reducido a la mitad, según Médicos sin Fronteras.
En este contexto de crisis global, en el que la solidaridad internacional es imprescindible, la celebración del Día Mundial del Refugiado es más importante que nunca para que todos volvamos a pensar en la realidad que afrontan las personas refugiadas y desplazadas dentro de nuestras fronteras y más allá de ellas. Bajo el lema «Todo el mundo puede marcar la diferencia. Toda acción cuenta», este año ACNUR organiza a nivel mundial diferentes eventos y actos que, debido a la pandemia, se celebrarán online. Entre otros, el jueves 18, coincidiendo con la publicación del informe Tendencias Globales. Desplazamiento forzado en 2019, a las 16:00h tendrá lugar un evento en el teatro Lara (más información disponible aquí) con ACNUR España; y el viernes 19 a las 10:30h CEAR presentará su Informe 2020. Sensibilizar a la opinión pública acerca de los problemas que las personas desplazadas de modo forzado afrontan en todo el mundo y asegurar que se garantizan sus derechos debe ser una prioridad; y, en esa tarea, todos debemos estar involucrados.
Autora: Raquel Chamizo Hermosilla
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