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Tambores de guerra en Oriente Próximo

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(Para Radio Nederland)
Cuando 18 palestinos y tres israelíes se acaban de añadir a la interminable lista de muertos alimentada por la violencia diaria en la que lleva sumido Oriente Próximo desde hace seis décadas, parecería sin sentido anunciar que nuevos tambores de guerra vienen sonando con fuerza en estas últimas semanas. ¿Es más de lo mismo?¿Es posible más violencia?¿Hay que anotar otra guerra más a las seis que ya registra el conflicto árabe-israelí?

Hace ya mucho tiempo que las guerras no se declaran y hasta resulta difícil determinar cuándo empiezan… y cuándo acaban. Y eso mismo ocurrirá cuando, por desgracia, Oriente Próximo vuelva a vivir su séptima guerra. Al contrario de lo que ocurre en las ciencias exactas, no es posible en este campo determinar con precisión y con total seguridad que, aunque se den todas condiciones teóricas, el estallido bélico vaya a producirse. En todo caso, las señales que hoy emite la región apuntan a un nuevo conflicto armado, añadido a la tragedia que ya se vive cada día en Israel, los Territorios Palestinos o Líbano. Se van acumulando indicios de que algo distinto a la violencia habitual está germinando a marchas forzadas. El escenario está preparado sobre la base de una violencia que no cesa de arruinar posibilidades de reconstrucción de estos territorios y de segar vidas humanas. Una violencia ciega que no acaba de entender que ninguno de los contendientes tiene la posibilidad real de imponerse definitivamente a sus adversarios.

Sobre ese sustrato se han ido registrando en estas últimas semanas noticias que, tomadas en su conjunto, indican que tanto unos como otros asumen que un nuevo choque está en marcha. Israel acaba de llevar a cabo un costoso ejercicio de defensa- “Turning point 2”-, considerado el más importante de su historia. En una sociedad permanentemente militarizada, el gobierno de Ehud Olmert ha decidido la total movilización del país (incluyendo la llamada de reservistas) para comprobar hasta qué punto están preparados para hacer frente a un ataque frontal, convencional o con armas destrucción masiva. Al mismo tiempo ha incrementado sus incursiones en la Franja de Gaza, en su afán por descabezar selectivamente a sus enemigos y mantener el clima de terror indiscriminado en la población, y ha logrado el apoyo de Washington para integrar su sistema de defensa contra misiles balísticos en el paraguas estadounidense.

Este ejercicio ha llevado a reacciones inmediatas por parte de Líbano y Siria. En el primer caso, el gobierno libanés ha optado por evacuar algunas poblaciones fronterizas con Israel, mientras observaba como Estados Unidos decidía incrementar su presencial naval en sus costas como señal de advertencia ¿quizás hacia una Siria deseosa de seguir inmiscuyéndose en los asuntos libaneses? En el segundo, Siria ha desplegado tres divisiones (dos mecanizadas y una acorazada) en su frontera con Líbano; no tanto para atacar (Damasco es sobradamente consciente de su inferioridad en comparación con Tel Aviv) como para mostrar su voluntad de defenderse de un hipotético ataque israelí que no se limite a Líbano. A fin de cuentas, Siria tiene todavía fresco en la memoria el bombardeo que Israel realizó el pasado mes de septiembre contra algo (nunca identificado con claridad) localizado cerca de la frontera siria con Turquía. Se sospecha que se trataba de instalaciones que forman parte de un supuesto programa nuclear sirio, aunque es difícil imaginar que Damasco haya emprendido una aventura que sabe que nunca podría llegar a buen término. La suposición de que el régimen de Bachar el Asad podría estar recibiendo apoyo de Corea del Norte o de Irán, e incluso de que guarde alguna de las hipotéticas armas de destrucción masiva de Sadam Husein, son otros mensajes difundidos desde Tel Aviv en el intento de preconfigurar un escenario que justifique en algún momento un nuevo ataque directo. Si a esto se une la confirmación de que Siria ha completado las instalaciones para albergar misiles iraníes Shahab-3, es inmediato concluir que se dan las condiciones para algo más violento.

Por otro lado, y sin salirse del escenario libanés, interesa recordar que Israel tiene cuentas pendientes con Hezbolá. Cada día es más notorio el deseo de golpear a este enemigo que no sólo no ha perdido capacidad de combate sino que la ha incrementado gracias a sus apoyos externos (Irán y Siria). Si en el plano político este grupo chií sigue tensando la cuerda en su intento por bloquear las aspiraciones de los actores libaneses que pretenden desembarazarse de la tutela siria (desde el pasado noviembre, 17 veces han fracasado los diputados en su intención de nombrar un nuevo Jefe de Estado), en el militar su posición actual de fuerza deja abierta la puerta a la confrontación (no tanto porque la deseen como el hecho de que no la rechazarán si Israel se decide a atacar). De modo más coyuntural interesa recordar también que estamos a la espera, como si todo respondiese a un guión conocido por todos, de la represalia de Hezbolá tras el asesinato en febrero pasado de uno de sus principales líderes, Imad Mughniyah (supuestamente a manos israelíes).

Por otra parte, volviendo a Palestina, las últimas acciones violentas de las milicias palestinas (especialmente las Brigadas Ezzedine al Kassam, de obediencia a Hamas, pero también las Al Qods, como brazo armado de la Yihad Islámica, y otras menores) dan a entender que tanto su preparación para el combate como su armamento ha mejorado sustancialmente. Actualmente han logrado que sus, todavía, rudimentarios cohetes sean ya fabricados dentro de la Franja y que su alcance llegue hasta los 20 kilómetros. Aprendiendo de lo que Hezbolá lleva tiempo haciendo, los violentos que se mueven en Gaza han logrado que las Fuerzas Israelíes de Defensa no tengan más remedio que asumir que se enfrentan a algo más que a una milicia. A estos enemigos de la paz se les opone un ejército israelí que no se detiene ante las reiteradas denuncias de desproporción en la respuesta y de quebrantamiento directo de la legalidad internacional.

Todos contribuyen, en definitiva, a alimentar un fuego que ya lleva mucho tiempo consumiendo las esperanzas de paz de quienes entienden que el uso de la fuerza nunca llevará la paz a la zona. Frente a estas tendencias belicistas, esfuerzos como el del expresidente estadounidense Jimmy Carter, de visita en la región, no parecen suficientes para detener un proceso que hace cada día más probable una nueva confrontación violenta. ¿Dónde está la comunidad internacional?

Entrevista en Radio Nederland

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