Siria se la juega sin margen de error


La reunión que hoy han mantenido en el palacio del Elíseo el presidente francés, Emmanuel Macron, y el autoproclamado presidente sirio, Ahmed al-Sharaa, forma parte del proceso que busca lograr la estabilidad de Siria, tras la caída del dictador Bashar al-Assad en diciembre pasado. Para Francia, históricamente influyente en el devenir tanto del Líbano como de Siria, el encuentro se justifica por el interés en preservar la seguridad de los franceses, tanto en relación con la amenaza terrorista (ante el temor del regreso de Estado Islámico), como en el control de los flujos migratorios y de los tráficos ilegales (Captagon, entre otros). Por su parte, sirve a al- Sharaa para reforzar su pretensión de ser reconocido por Occidente como un interlocutor válido y para recabar apoyos a su gestión.
En cualquier caso, ante un panorama en el que se contabilizan centenares de miles de muertos, varios millones desplazados forzosos y una brutal destrucción de gran parte de su territorio desde 2011, son muchos los retos a los que se enfrenta al-Sharaa derivados tanto de las dudas que genera su propio perfil de antiguo yihadista, como de las graves fracturas internas que definen a Siria prácticamente desde su independencia y de la injerencia de diversos actores externos interesados colocar el país bajo su órbita. Es cierto que el antiguo líder de Hayat Tahrir al Sham (HTS, en su día ligado a al-Qaeda) ha demostrado una innegable capacidad para gestionar la compleja situación de la provincia siria de Idlib desde 2017, sumando a actores difícilmente conciliables, pero también lo es que sus primeras decisiones en la formación del gobierno de transición –limitadamente inclusivo, con innegables referencias islamistas en su programa y con mucha presencia de actores indeseables a los ojos de las potencias occidentales– no han despejado la inquietud generalizada sobre su voluntad real de alumbrar una Siria plenamente democrática.