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Putin y el misterio de la sucesión

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Nikita Mikhalkov, director de películas como Ojos Negros o Quemado por el sol, forma parte del grupo de intelectuales y políticos que ha mostrado públicamente su apoyo a Putin

(Desde Moscú)

Mucho se está especulando sobre si el presidente ruso Vladimir Putin se queda o se va. Algunos piensan que prepara una jugada maestra, una carambola ingeniosa que le permita abandonar el poder para permanecer en él. Putin no puede presentarse a un tercer mandato y la mayoría de los analistas dicen que abandonará la presidencia en marzo de 2008 (fecha de las próximas elecciones presidenciales) para convertirse en primer ministro y seguir al mando del país, retocando de algún modo la Constitución para poder controlar a la vez la Casa Blanca y el Kremlin.

Sin embargo, ése es sólo uno de los escenarios posibles, no el único. O Putin juega con la ambigüedad, el misterio y el suspense sobre su futuro político- terrenos en los que es un reconocido experto-, o realmente está deshojando la margarita todavía. Si hace sólo unas semanas decía que no era imposible verle convertido en jefe de Gobierno, ahora se contradice y excluye esa posibilidad en la reciente cumbre de Mafra, en Portugal, dejando a todos los observadores boquiabiertos. ¿Se eclipsará Putin de la vida política rusa?, ¿permanecerá en el poder?, ¿cómo logrará seguir al mando si está obligado a abandonar el Kremlin?, ¿prepara una «autosucesión» o dejará paso a alguno de sus delfines?…

De momento ya ha puesto algunas cartas sobre la mesa de cara a las elecciones parlamentarias del próximo 2 de diciembre. El político independiente Vladimir Putin se presentará como cabeza de lista del partido Rusia Unida, actualmente mayoritario en el Parlamento, convirtiendo los comicios en un referéndum sobre su futuro político, porque si Rusia Unida renueva su mayoría (y todo apunta en esa dirección, puesto que Putin goza de un amplísimo apoyo entre la opinión pública y podría conseguir el 65% de los votos, según las encuestas) justificaría su influencia en el país convirtiéndose en el líder de la fuerza mayoritaria de la futura Duma.

Antes de dar este estudiado paso, el presidente se ha cubierto bien las espaldas. Durante estos últimos ocho años de mandato ha colocado al frente de todos los órganos de decisión a sus hombres de confianza, un grupo de fieles a los que se les denomina «la corporación» o «la casta» que gobierna el país. La mayoría de ellos son antiguos o actuales miembros de los servicios secretos rusos (el FSB, antiguo KGB), o proceden de su ciudad natal, San Petersburgo. Por primera vez desde la llegada de Putin al Kremlin, uno de ellos ha alertado sobre el exceso de poder que se concentra en este círculo de influencia (en el que existe una línea dura que se vale de la intimidación y la corrupción para conseguir sus objetivos) y el posible enfrentamiento interno que puede explotar llegado el momento del traspaso de poder.

Esa voz díscola es la del general Víctor Cherkésov, que dirige el Servicio Federal de Estupefacientes, un petersbugués como Putin y miembro de ese selecto círculo de confianza del presidente. En un artículo publicado en el diario Kommersant, el general revela que una guerra en el seno de «la corporación» puede convertir el país en una dictadura al estilo de las latinoamericanas. El hecho de que Cherkésov quiera lavar públicamente los trapos sucios demuestra que todavía no todo está atado y bien atado y que pueden quedar algunos flecos sueltos en ese círculo de supuesta confianza.

A esto se une la aparición de una incipiente constelación de grupos y movimientos que han comenzado a pedir públicamente que Putin siga en el cargo. Estas últimas semanas hemos visto una serie concentraciones que han reunido a miles de personas en varias ciudades rusas, y entre los personajes que encabezan ese apoyo se encuentran desde políticos de la talla de Mijail Gorbachov, hasta intelectuales o directores de cine como el oscarizado Nikita Mijalkov. Gracias a la prensa extranjera (Reuters), hemos sabido que muchos de los manifestantes eran funcionarios convocados por sus superiores. A estos grupúsculos hay que añadir los siempre dispuestos Nashis, las juventudes ultranacionalistas financiadas por el Kremlin, que organizan periódicamente actos de sabotaje contra la oposición y que piden con fervor que Putin siga siendo presidente.

¿Es todo esto un plan elaborado para aferrarse al poder? Tal vez no. No cabe descartar que Putin simplemente decida desoír estas voces, abandonando el sillón presidencial para ser el cabeza de partido de Rusia Unida y dando ejemplo democrático en este país como continuación de las reformas políticas que impulsó en su tiempo Boris Yeltsin. Pero lejos de respirar aliviados por esa posibilidad, es necesario recordar que su hipotética partida dejaría un escenario muy inquietante (tanto para los rusos como para sus socios internacionales), en tanto que a sólo cuatro meses de las presidenciales no existe una figura política con la autoridad, talla e inmensa popularidad de las que goza Putin.

En estos momentos el modelo de gobierno en Rusia concentra peligrosamente todo el poder en la figura del presidente, a modo de un castillo de naipes que, si falta una carta, corre el riesgo inmediato de desmoronarse. Hasta ahora esa organización piramidal ha permitido a Putin llevar con mano dura el país, contentar a todos los clanes (que buscan controlar los principales activos del país, como el petróleo y el gas) y llevar por buen camino la economía, al tiempo que ha amordazado a la sociedad civil, a los medios de comunicación y a la oposición. Su popularidad llena todo el panorama nacional sin alternativa política posible y con el beneplácito de una opinión pública que lo adora. Todo hace pensar que la alternativa a Putin es Putin, o un sucedáneo de Putin.

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