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Olmert en caída libre

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(Para Radio Nederland)
Aunque parezca increíble para algunos, Ehud Olmert cree que sí. Parece convencido de que le basta con resistir lo que entiende como una presión coyuntural, mientras mantiene el apoyo formal de los 78 parlamentarios (de los 120 sentados en la Knesset) que conforman la coalición gubernamental que lidera, para evitar lo que la inmensa mayoría considera imparable: su renuncia como primer ministro.

La publicación de la primera parte del informe Winograd, que investiga la escasamente exitosa campaña militar israelí contra el grupo libanés Hezbolá, está precipitando una cascada de movimientos que ya venían prefigurados en una situación que hace tiempo se había tornado en insostenible. No basta con la creación de un comité para analizar un asunto como el de la guerra del pasado verano para frenar una tendencia que apunta al desmoronamiento de un modelo de organización. Con ser una verdadera señal de transparencia y ejercicio del control político de quien sigue considerándose como la única democracia en Oriente Próximo, su efecto queda negativamente compensado por la realidad de un jefe de Estado apartado de sus funciones, el cese de un ministro por su implicación en delitos de acoso sexual, la obligada renuncia del anterior jefe del Estado Mayor y la sensación general de que los engranajes del sistema político israelí están no solamente obsoletos en gran medida sino, además, gripados como consecuencia de la creciente suciedad que se cuela entre ellos.

Por lo que respecta a la suerte que pueda correr el propio Olmert cabe imaginar que se defenderá con uñas y dientes, al menos hasta que dentro de dos meses la segunda parte del informe Winograd termine por enterrarlo definitivamente y aboque al país a una nuevas elecciones legislativas. Recordemos que lo publicado hasta ahora sólo hace referencia a los prolegómenos del conflicto del pasado julio y a la primera semana de confrontación directa. Falta por conocer la evaluación de las cuatro semanas siguientes, en las que se pusieron de manifiesto aún con más claridad los errores de los servicios de información e inteligencia, la obcecación de los altos mandos militares para conducir una campaña aérea que debería decidir por sí sola la victoria sobre los milicianos libaneses y hasta la inadecuación del equipo, material y armamento del que disponen hoy las Fuerzas Israelíes de Defensa para atender a las amenazas más probables a la seguridad del país. Y todo ello con la aquiescencia de Olmert y de su ministro de defensa.

Asumiendo en todo caso que Olmert vive ya en tiempo de descuento, interesa explorar qué dirección puede tomar Israel a partir de su desaparición política. Con su caída vuelve a salir perdiendo el partido laborista, no solamente en la persona de su líder actual, el denostado ministro de defensa Amir Peretz. Con su implicación en un gobierno en el que nunca ha podido influir para reconducir la atención hace las graves brechas sociales y económicas que definen hoy a Israel, ni para poner en marcha un proceso de negociación con sus vecinos árabes que lleve a la resolución de un conflicto que no se resolverá por la fuerza, ha dilapidado cualquier posible liderazgo nacional en la etapa que ahora se abre.

Por otra parte, la sustitución de Olmert por su rebelde ministra de exteriores. Tzipi Livni, no sería en ningún caso suficiente para modificar el rumbo; interesa recordar ahora que tanto una como otro no son más que figuras secundarias a la sombra de un Ariel Sharon que decidió dar un golpe de timón en el partido Likud, poniendo en marcha el experimento personal de Kadima. Como ya se vio desde el momento en que Sharon quedó prematuramente fuera de la escena, ni Olmert ni Livni tienen el peso político necesario para gobernar un barco que, sin su líder natural, carece de visión estratégica.

En mitad de este panorama un viejo conocido de la política israelí vuelve a cobrar fuerza: Benjamín Netanyahu. Al margen de que la moción de censura actual contra Olmert tenga o no consecuencias inmediatas, el antiguo primer ministro del Likud, y hoy líder sólido de una formación que fue dada por muerta hace un año, emerge como la solución al caos actual. Olvidando, en un ejercicio de amnesia colectiva de la sociedad israelí, su nefasta gestión a la cabeza del departamento de finanzas y su perfil de derecha dura, asistimos hoy a una campaña de imagen que lo presenta como una figura política de centro, como un líder fuerte y con carisma…, en definitiva, como un nuevo Ariel Sharon investido de la condición de político experimentado y con visión estratégica para garantizar la seguridad de todos y para defender sin desmayo los intereses nacionales.

Aunque esto pudiera ser puntualmente útil para superar el marasmo actual en Israel, nadie puede creer, atendiendo a sus propias credenciales y a sus posturas actuales, que apuntan a más imposición de la fuerza y a más marginación de los actuales gobernantes palestinos y del conjunto de la población de los Territorios Ocupados, que Netanyahu esté dispuesto a llevar a cabo la profunda reforma que necesita hoy el sistema político israelí y, mucho menos, a relanzar un proceso de paz con sus vecinos que él mismo se encargó de enterrar cuando le correspondió encabezar el gobierno. De momento, no hay salida a la vista del túnel en el que, desde hace tiempo, ha entrado Israel y la totalidad de Oriente Próximo.

Texto para Radio Nederland, 4 de mayo de 2007

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