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Medvédev-Putin, y los misiles por montera

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El día nueve de mayo los adoquines grises de la Plaza Roja han vuelto a temblar bajo las ruedas de 110 carros de combate rusos en el tradicional día de la Victoria, acompañados de 8.000 soldados, decenas de misiles de todo tipo y 32 aviones de caza surcando el cielo primaveral moscovita. Ha sido una imagen de poderío, exhibición y despliegue militar que no veíamos desde la caída de la Unión Soviética. Un digno colofón a golpe de corneta de tres días de fiestas y celebraciones que marcan el cambio de guardia en Rusia tras la investidura de Dmitri Medvédev como Presidente, seguida sólo un día después por el nombramiento de Vladimir Putin como Primer Ministro.

Este epílogo castrense del mandato de Putin no ha sido elegido al azar. El nuevo jefe de Gobierno, tan conocedor del manejo político de las audiencias, sabe que es un momento crucial en el que todos los objetivos de las cámaras estarán posados en Rusia, con cientos de corresponsales extranjeros acreditados sobre el terreno y toda la parafernalia para retransmitirlo en directo. Esas televisiones de todo el mundo han ofrecido las tres imágenes del futuro de Rusia: Medvédev, Putin y los misiles, por orden cronológico (que no jerárquico). Tres fotografías que pretenden dejar bien claro al mundo quién manda aquí y con qué medios.

Con este desfile el presidente saliente Vladimir Putin- que será sin duda el hombre que mueva los hilos del poder en la próxima legislatura (su doble condición de primer ministro y líder del partido Rusia Unida, con mayoría en la Duma, le ofrece amplias garantías para hacerlo)- pretende escenificar el retorno de Rusia como gran potencia militar. Una clara señal al mundo y más en concreto a una OTAN que quiere incluir a Ucrania y Georgia entre sus socios, con el sonido de fondo de los tambores de guerra entre Moscú y Tblisi por el conflicto de Abjasia (región separatista georgiana pro rusa, que ha encontrado renovadas esperanzas con el ejemplo de Kosovo, y que ya proclamó su independencia tras la caída de la URSS aunque nunca ha sido reconocida por la comunidad internacional). Ahora la tensión aumenta con los movimientos rusos (que incluyen el envío de 1.000 soldados suplementarios a la zona) para reconocer en el futuro la soberanía de esta provincia.

Con el desfile, otro de los objetivos del ex agente del KGB es hacer olvidar, de una vez por todas, la imagen de inferioridad que provocaba el potencial militar de estos últimos quince años, cumpliendo así uno de sus principales deseos desde su llegada al poder hace ocho años. Muchos han sido los esfuerzos en este sentido: la retórica bélica de Putin (amenazando incluso con apuntar sus misiles hacia Polonia y República Checa si llegan finalmente a albergar parte del escudo antimisiles estadounidense); las maniobras militares rusas en diferentes partes del planeta (desde patrullas de su aviación estratégica en zonas remotas hasta maniobras navales de gran escala en el Ártico, el Pacífico, el Atlántico y el Mar Negro); la declaración de una moratoria del Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa (FACE); el incremento de sus ventas de armas a terceros países (Rusia tiene hoy unos 70 países en su lista de clientes; sólo en 2006 exportó armas por un valor superior a los 5.000 millones de euros a través del monopolio estatal Rosoboronexport).

Sin embargo, más allá de las grandes frases, los gestos airados y el exhibicionismo, la realidad de las fuerzas armadas rusas es otra. A pesar de que desde que Putin llegó al poder se han gastado unos 100.000 millones de euros para modernizar el ejército y su armamento, mucho de ese dinero se le ha escapado de entre los dedos. Numerosas instancias en Rusia han denunciado la corrupción endémica que existe en el Ministerio de Defensa, donde siguen desapareciendo millones de rublos sin dejar rastro. En el último año se han emprendido medidas para mejorar la transparencia de las cuentas, pero siempre se han topado con la negativa rotunda de los altos mandos a esas medidas de reforma. Por falta de inversiones adecuadas el estado de algunos regimientos sigue siendo calamitoso en algunas regiones remotas, donde cada año se cuentan cientos de suicidios y muertes de soldados por enfermedades mal curadas en los campamentos militares.

El ejército ruso no es lo que era. Si comparamos las cifras de la URSS con las de la Rusia de Putin, el país cuenta hoy con un 39% menos de bombas estratégicas, un 58% menos de misiles balísticos intercontinentales y un 80% menos de submarinos nucleares que en la época soviética. Pero también es evidente que ya se ha invertido la tendencia negativa, como lo demuestra, entre otros hechos, la puesta en marcha del lanzamisiles de 100 toneladas Topol-M, la estrella del desfile militar, así como el submarino lanzadera de misiles balísticos SLBM, el Bulava, ambos vitales para mantener un equilibrio estratégico con Estados Unidos y para regular las relaciones futuras de Rusia con otras potencias nucleares. En ese terreno de las armas de destrucción masiva, Rusia mantiene una infraestructura importante de armas nucleares estratégicas, y aunque ha realizado grandes esfuerzos para la transparencia a nivel internacional, no ocurre lo mismo con sus armas químicas o biológicas, cuya realidad y evolución sigue siendo un terreno resbaladizo para las instancias internacionales de control.

Rusia ha perdido en gran medida su condición de superpotencia militar, pero se ha transformado mientras tanto en una superpotencia energética. En última instancia su resurrección actual está basada únicamente en su riqueza energética, con Gazprom convertido en su más potente ejército y con el petróleo y el gas como sus armas principales. Volviendo al terreno militar, cabe concluir que los logros obtenidos por su renovado esfuerzo han sido limitados, tanto en su intento por reforzar su rol como potencia regional como en el de disuadir a la OTAN de aproximarse a sus fronteras. Asistimos, por tanto, a un desfile de épocas pasadas- ésas en las que había que sacar a los carros de combate para tratar de impresionar a los “agresores imperialistas”-, pero que nos obliga a reconocer que la época Medvedev-Putin arranca enseñando los dientes, dándole protagonismo a los carros, a los misiles y a los aviones. Y eso no es buena señal para nadie.

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