La internacionalización del conflicto de Somalia
Por Alberto Fernández Gibaja
El conflicto de Somalia es un proceso de creciente internacionalización, en un marco en el que confluyen la amenaza de los piratas que actúan en sus aguas y en los mares abiertos del Cuerno de África, la presencia de jihadistas extranjeros, tropas de varios países africanos y operaciones puntuales del ejército estadounidense. Todo esto ha provocado que la situación haya empeorado notablemente en los dos últimos años, repitiéndose escenas parecidas a las que provocaron en 1991 el derrumbe del Estado somalí. El gobierno provisional- que nunca ha tenido el control de país- se muestra a día de hoy extremadamente débil, y solo la tenue protección de las tropas de la Unión Africana mantiene a sus miembros en sus puestos, aunque ello no signifique cambio alguno para la población. La oposición armada es cada día más poderosa, radical y fragmentada, lo que provoca una guerra abierta con diferentes frentes entremezclados y asegura que ningún intento por el avance del país tenga resultado.
Desde la caída del régimen de Said Barre, Somalia no ha disfrutado de ninguna forma de gobierno ni de ningún tipo de regulación gubernamental, provocando un estado efectivo de ausencia de autoridad. Las regiones de Putland, Galmudug y Somaliland se han proclamado independientes y, aunque no reconocidas por ningún Estado, funcionan como un Estados de facto, con una estabilidad mucho mayor que el resto del país (en especial en Somaliland). Sin embargo, en las zonas que, en teoría, se mantienen bajo la administración de Mogadiscio la situación parece no haber avanzado un milímetro desde 1991. Por el contrario, desde entonces, diferentes señores de la guerra y grupos armados han privatizado todos los servicios que se presuponen de un Estado, creando grandes fortunas y estableciendo las bases para la que se eternice, en su propio beneficio, la ausencia de cualquier tipo de aparato estatal.
La única fuente informal de autoridad se fue forjando en los Tribunales Islámicos, surgidos en diferentes lugares del país para solucionar los litigios privados entre los ciudadanos a través de la aplicación de la shari’a. En 2006 estos tribunales, unidos en el marco de la Unión de Tribunales Islámicos (UTI) y armados militarmente, pusieron en jaque al inefectivo gobierno de transición- el cual solo dominaba la tercera ciudad de Somalia, Baidoa- en un intento de golpe de Estado contra el gobierno provisional. Solo la intervención del ejército de Etiopía (con apoyo de Washington) fue capaz de derrotarlos.
A pesar de ello, la UTI acabó entrando en el nuevo gobierno provisional de Somalia, el cual empezó a disfrutar de la protección de la AMISOM (African Union Mission in Somalia) tras la retirada de las tropas etíopes. Esto provocó el desmembramiento de la UTI en pequeños grupos, siendo Al-Shabab y Hizb-al-Islam los más poderosos a día de hoy. Estos nuevos grupos manejan un discurso mucho más radical y han establecido vínculos más o menos formales con el jihadismo internacional. A partir del establecimiento del nuevo gobierno provisional y de la activación de la AMISOM las acciones de Al-Shabab y Hizb-al-Islam han ido en aumento, sobre todo las del primero, en una secuencia que ha derivado en enfrentamientos internos, pero también contra la población civil y contra las tropas de AMISOM.
A partir de 2009, el aumento de la piratería y la profusión de diferentes grupos armados con un discurso basado en las versiones más radicales del wahabismo saudí- que penetró en Somalia en los años 70 a través de la influencia de clérigos educados en universidades saudíes- pusieron en alerta a la administración norteamericana y Somalia pasó a ser considerado un nuevo frente de su «guerra contra el terror». Hoy, ya con la administración Obama, Washington afirma que Somalia corre el riesgo de convertirse en un santuario para grupos cercanos a Al-Qaeda, sin que su gobierno sea capaz de garantizar de modo alguno el monopolio legítimo de la violencia.
En realidad, el mayor riesgo que corre el país es su posible afganización, dada la creciente presencia de jihadistas extranjeros en el país, piratas y grupos criminales de todo tipo. Según informan diferentes fuentes- como AMISOM y el International Crisis Group-, Al-Shabab se encuentra hoy en día parcialmente dominada por combatientes extranjeros y su estrategia se ha hecho global. Como ejemplo de dicho cambio, este pasado verano Al-Shabab fue capaz de ejecutar un atentado contra las futuras tropas somalíes que están siendo instruidas en Kampala (Uganda). Al-Shabab ha unido su discurso al de la jihad global promulgada por Al-Qaeda desde Afganistán y Pakistán, principalmente como consecuencia de la influencia de combatientes extranjeros en sus filas. En consecuencia, su objetivo ha dejado de ser exclusivamente Somalia, para pasar a ser global. Actualmente parece imposible cualquier tipo de acuerdo con este grupo- algo que ya intentaron el gobierno provisional y el gobierno de Kenia durante 2009 y principios de 2010.
Sumado al caos reinante y al incesante flujo de fondos que Al-Shabab- y en menor medida Hizb-al-Islam- consiguen movilizar de la diáspora somalí, el gobierno estadounidense ha incrementado en estos últimos meses sus acciones militares en territorio somalí. Estas acciones aumentan más si cabe la base de reclutamiento de Al-Shabab en el país y, al mismo tiempo, afianzan su visión global de la jihad, lo que se traduce en un aumento de poder de los extranjeros en el seno del grupo. Además de las acciones de información e inteligencia y del apoyo apenas velado a Etiopía para que se implique más en Somalia, unidades especiales estadounidenses han intervenido varias veces en Somalia, mientras aviones no tripulados han comenzado a convertirse en una imagen habitual en los alrededores de Mogadiscio en las horas previas a ofensivas que pretenden recuperar el control gubernamental de la ciudad.
A día de hoy nada apunta a una pronta salida del túnel en el que Somalia lleva tanto tiempo metido. Sería necesaria una re-somalización del conflicto, para alejar a los diferentes grupos extranjeros de la lucha por el país, y apoyar un verdadero gobierno de unidad nacional, que sea capaz de imponer un control sobre todo el territorio somalí. Es imprescindible para el futuro de Somalia que el país no se transforme en un santuario para jihadistas que adquieren allí, como ya pasó durante la invasión soviética de Afganistán, su bautismo de fuego.